jueves, 20 de junio de 2019

Las soldadesas - Ugo Pirro


Título: Las soldadesas
Autor: Ugo Pirro
 

Páginas: 164
 

Editorial: Altamarea
 

Precio: 17,90 euros
 

Año de edición: 2019 

Cuando Ugo Pirro era Ugo Mattone, viajaba por el sur de estación en estación como un miembro más de una familia de ferroviarios. El adolescente tenía la manía de escribir comedias en el reverso de los telegramas que llegan a la estación, para luego representarlas en los vagones vacíos que esperan en la vía muerta. Al igual que muchos jóvenes de los años 40, se apasionaba por la visión fascista de un nuevo imperio romano que tomará para sí Etiopía, Albania y Grecia. Por ello, se presentó voluntario sin decir una palabra a sus padres, para combatir en Yugoslavia, Cerdeña y las tierras griegas, primero en la infantería y más adelante, saltando en paracaídas sobre las líneas enemigas. 

En Grecia, pudo comprobar el desprecio de unas gentes que tenían que mostrar respeto ante una tropa desaliñada y miserable mientras, a pesar de eso, se lanzaba a la calle tras ellos para gritar ¡psomí! ¡psomí!, es decir, para pedirles algo de pan que llevarse a la boca. Así, Ugo pasa a ser miembro del ejército «sagapó», insulto popularizado por Radio Londres para referirse a los italianos de uniforme que han aprendido a decir «te amo» en griego para conseguir mujeres.

Son militares que no tienen problemas en usar un chusco como llave maestra para introducirse en los hogares hambrientos, militares que se ríen con las gracias y se emocionan con las desgracias al sentarse a la mesa con la familia de una joven ateniense que se ha quedado en los huesos. Una muchacha que es parte de otra milicia de mujeres esqueléticas que se levantan la ropa al paso de un convoy en un intento de levantar la pasión entre los jóvenes armados, pero que causan primero las risas y a continuación, a algunos, el llanto, al ver un cuerpo reducido a pellejo y huesos; mujeres que intentan el asalto de un horno en medio de la desesperación y que, tras una lucha heroica con los guardias, entran para comprobar que no hay nada allí. El hambre se extiende de tal manera que se reciben telegramas en los que una ciudad advierte al centro de avituallamiento: «mandad trigo o ataúdes». Tras esta experiencia salvaje, Ugo se licencia como desertor y abandona sus sueños de conquista. 

El joven de Salerno habrá dejado las armas pero no deja las letras. En el 47 su vida cambia al ganar un concurso organizado por el periódico «L’Unità» con su crónica sobre la vida militar entre Atenas, Tebas y la isla de Eubea. No puede creer que una pieza escrita con el ánimo de no vencer —«a los concursos uno se presenta para perderlos», se dice— haya sido elegida como la mejor entre todas. 

El premio le permite ir a Roma y empezar a ganarse la vida como cronista. O al menos intentarlo, ya que apenas puede pagarse la cama y la comida. Le salva la vida su amistad con los pintores agitados que frecuentan el restaurante de los hermanos Menghi. Gente como Guilio Turcato, que una noche manchó las paredes de la Via del Babuino con pintura roja, dibujando martillos y hoces por todas partes, como Consagra, que ha pintado murales en el local, como Omiccioli, de rostro amoratado y cabello encrespado y gris, que discute de política y no tanto de arte, aunque una cosa siempre lleve a la otra, y como Scarpitta, capaz de embelesar a su audiencia con un mar de palabras. Y es que los artistas, a menudo, invitan a Ugo a comer un plato de carbonara y, cuando la ocasión lo merece, una langosta. No es que tengan una fortuna que gastar a la hora de cenar, sino que han logrado convencer a los dueños y pagan con sus dibujos.

Otro de los invitados a la mesa es el padre del neorrealismo Cesare Zavattini, que no puede meter baza en la conversación. Ugo se hace amigo del escritor de imágenes y entra en contacto con gente del mundillo como los directores Giuseppe de Santis, Carlo Lizzani o el guionista Franco Solinas, todos geniales y casi todos comunistas. Este contacto cercano con el parnaso cinematográfico agranda su viciosa aspiración de convertirse en guionista. De modo que empieza a componer guiones que son muy bien recibidos por productores que más tarde se niegan a firmar contrato alguno con un don nadie y encima periodista. 
  
Ugo se da cuenta de que no cuenta para ellos a menos que haya escrito un libro. Por tanto se dispone a redactar uno, pero sin la voluntad clara de publicarlo, como cuando se presentó al concurso sin pretender ganarlo. En sus horas libres, empieza a relatar su experiencia en Grecia inventando poca cosa. Contará la desgracia de las «soldadesas», las griegas que entraban en el ejército italiano como prostitutas por apenas 250 gramos de buey congelado, en un ajuste de cuentas consigo mismo, con su pasado como agresor de inocentes. Pero duda. Al hacerlo, podría destruir la base sobre la que se sostiene a duras penas la democracia. 
  
El ejército italiano había escapado del horror de la Segunda Guerra Mundial con su honor casi intacto. A los ojos de los aliados, no se podían comparar con las bestias alemanas o japonesas que provocaron crueldades infinitas. Pero él sabía que eso no era así. Incluso los norteamericanos, asustados por el inmenso PartidoComunista Italiano, habían cerrado los ojos ante el desembarco de numerosos fascistas en la nueva sociedad libre del país. Mejor hacer borrón y cuenta nueva. 

Logra resumir el espíritu del bando italiano con la imagen de dos soldados desnudos, sobre una cama, que se pelean porque uno de ellos ha escupido sobre el retrato del Duce, mientras una prostituta espera. Además, escribe cómo en la Grecia ocupada, una huelga por las asesinas condiciones en las que se encuentran los civiles, se podía abortar con la mera visión de una niña que caminaba con un pan bajo el brazo hacia su casa; cómo un niño, Leónidas, muere justo antes de darle un mordisco a un mendrugo que un oficial le acaba de dar; o cómo una soldadesa que se muere pide como última voluntad el probar un poco de carne enlatada, antes de ser enterrada con las manos cruzadas sobre un trozo de pan. Tiene que sacarse todo eso de su corazón. Al fin, el protagonista, junto al autor, junto a Italia, confiesa pintando en un muro que: «En Patras he pagado una noche de amor con pan. Te pido perdón por ello». Tras un frenesí en el que se mezcla su angustia por tener un futuro mejor bajo los focos de un plató y su rabia por lo que había visto y cometido en la guerra, termina «Las soldadesas» y se convierte en Ugo Pirro.

Aunque haya escrito su primera obra, puede que nunca vea la luz. No hace tanto, un relato que contaba la misma historia de prostitución y vergüenza en Grecia acabó con el autor, Renzo Renzi, condenado por un tribunal militar. La suerte de Ugo cambia en el momento que Vasco Pratolini, escritor y amigo suyo, toma el manuscrito y lo presenta a una editorial que busca autores jóvenes para una nueva colección. A Giangiacomo Feltrinelli, el dueño de la editora, no sólo no le asusta la dura reacción que pueden suscitar esas páginas en el ejército o en los escondidos adoradores del Duce, sino que la busca. Esta búsqueda de la confrontación convertirá al editor en uno de los protagonistas de los conocidos como «Años de plomo» en Italia, una velada guerra civil entre los extremos de la política.

Por fin se publica la novela y Ugo Pirro obtiene un reconocimiento que le valdrá para entrar en la edad dorada del cine italiano. Escribirá películas que, aunque triunfen en ceremonias de la vanidad como los Oscars o Cannes, tienen la misma rabia y ansias de denuncia que su primera novela. Feltrinelli morirá bajo un poste de alta tensión, hecho pedazos por la bomba que él mismo portaba.

Ugo Pirro

Publicado por Antonio Palacios.

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