viernes, 29 de septiembre de 2023

El atentado - Harry Mulich

 

Título: El atentado                                                                                                                 Autor: Harry Mulich

Páginas: 256
 
Editorial: Tusquets

Precio: 6,90 euros
 
Año: 2000

«El atentado» (1987) del escritor holandés Harry Mulisch nos cuenta la tragedia europea a través de la existencia de un hombre corriente. Se articula en varios episodios que jalonan la vida de su protagonista: niñez, juventud, matrimonio, madurez, profesión, hijos, familia. Pasan los años. Estamos ante una novela de formación. Cuando el protagonista era un niño, algo terrible sucedió. El despertar a la vida fue en su caso el despertar a la muerte. Una pesadilla inolvidable le marcó a fuego. El intento de borrar de su memoria el pasado es baldío. Aquello que quiere olvidarse se recuerda aún mejor por algún mecanismo diabólico. El recuerdo es una sombra ominosa que siempre le acompaña. Fiel como un perro negro. 

1945. Países Bajos. Finales de la Segunda Guerra Mundial. El país se muere de hambre. Devastación. Los aliados no acaban de llegar. Los últimos coletazos de los alemanes y sus colaboradores son brutales. Una blanca mortaja de frío y soledad cae sobre la tierra. Ciudad de Haarlem. Es de noche. No hay luna en el cielo. Las estrellas se reflejan mágicamente en la nieve. Dentro de su casa, la familia Steenwijk, un matrimonio con dos hijos, capea como puede el temporal. Buena gente, de clase media. El padre es un hombre culto, infatigable lector y algo apático. Está repasando la «Ética» de Spinoza. A su mujer le duele una muela. Los chavales estudian. Un día más acaba. Lo de siempre. De repente, suenan seis disparos. Uno tras otro. Alguien queda tendido en la calle. Está muerto. A su lado, la rueda de la bicicleta sigue girando. No se oye nada. No se ve a nadie. Silencio. El asesinado es un tipo conocido. Un fascista holandés. Un canalla con fama de torturador. Su sangre oscura y pegajosa salpica la calzada. Dos sombras furtivas se acercan al muerto. Lo arrastran. Van a desencadenar un desastre. 

El niño Anton Steenwijk ve desfilar entre horrorizado y fascinado, ante su mirada inocente, una sucesión vertiginosa de acontecimientos: arde una casa, un soldado resbala y cae entre las risas de sus compañeros, un camión rugiente se lleva a un destino desconocido a 29 personas, cierto desagradable individuo, con una cicatriz en la mejilla, abrigo de cuero que le llega hasta los tobillos y sombrero con el ala sobre los ojos, da órdenes, tipos armados hasta los dientes corren de aquí para allá pegando voces, algunas tímidas luces se encienden para apagarse inmediatamente, domina una sensación de irrealidad, como si todos estuvieran soñando, pero despiertos. La comisaría, la celda oscura, la mujer herida, el bonachón sargento con pinta de abuelo, el bombardeo, el general lleno de medallas, su tío, que lo coge de la mano, sacándolo del remolino. Salvado. 

Los fogonazos del pasado siguen hiriendo su memoria como las esquirlas de vidrio que cortaban la cara del soldado alemán muerto. El pequeño Anton tenía doce años. Quería ser aviador. Coleccionaba cromos, fotografías y libros sobre su afición. Ya no existen.  

Han pasado unos años. Un hombre joven camina solitario por unas dunas. En el barrio falta una casa. Un vecino, enfermo, le dice: los pepinillos son como los cocodrilos. Esta frase absurda le recuerda su niñez. Sigue paseando, cabizbajo. Una playa en invierno es algo muy triste. Desolación. El mar gris. Los sucios despojos del mar cubren la arena. El chillido de las gaviotas. Un viento gélido y cortante invita a irse. El hombre se acerca a un monumento de piedra. En él hay grabados unos nombres y unas fechas. Pasa los dedos por delante de los nombres. La rugosidad no le dice nada. Definitivamente, una piedra inerte no puede evocar las vidas que dice conmemorar. Sobre el olvido, como una lápida, la piedra. 

«El atentado» (1987) no se limita a narrar de modo competente una vida. Va más allá. Mulisch tiene preocupaciones intelectuales que se manifiestan a lo largo de su libro. No alteran su lectura fácil y fluida en ningún momento. Al contrario, la hacen todavía más interesante. Suscitan preguntas. ¿Hasta qué punto se puede olvidar? ¿Es posible reconstruir una vida cuando sus cimientos fueron arrasados a sangre y fuego? ¿Los culpables son los individuos, que deciden, o las circunstancias de la época, que deciden por ellos? ¿Hasta qué punto es lícita la venganza de los justicieros cuando esta afecta a personas ajenas al conflicto? ¿O en una guerra total no existen inocentes?¿Conocemos realmente a las personas? ¿Un fascista merece la muerte por ser fascista o por ser un criminal? ¿Acaso los que disparan al fascista a sangre fría no son de algún modo tan fascistas como él? ¿Tiene sentido un atentado de consecuencias desastrosas cuando la guerra está a punto de terminar? ¿Se puede seguir en pie de guerra veinte años después? Para reconciliarse, ¿la sociedad debe recordar u olvidar? ¿Pero recordar u olvidar el qué? ¿Quién decide? 

Las narraciones del pasado son siempre interesadas: a veces se cortan en un punto como líneas secantes; otras se alejan irremediablemente como paralelas. Nunca se alcanzará el consenso real más allá de una memoria oficial y parcial. Esta novela se adentra en las sendas del pasado. Un pasado que tarda en pasar. Que no muere. Que afectó a miles de inocentes como Anton Steenwijk, sin responsabilidad ni culpa alguna. Quizá lo realmente valioso sean esas personas anónimas que sufren la historia en vez de hacerla. Siguen viviendo, olvidan el deseo de venganza y permiten que la sociedad se reconstruya. No existe otra receta cabal para convivir. Un libro, a mi juicio, altamente recomendable. 

Harry Mulich

Harry Mulisch (1927-2010) fue un escritor neerlandés nacido en Haarlem. La familia Mulisch demuestra lo arriesgado de hacer juicios tajantes sobre las vidas ajenas. Su padre emigró desde el Imperio austrohúngaro a Países Bajos después de la Primera Guerra Mundial. La madre era judía. Durante la ocupación nazi el progenitor colaboró con los nazis. Después de la guerra estuvo tres años preso. Pero su mujer y el pequeño Harry se libraron de los hornos. 

Mulisch está considerado como uno de los más importantes escritores holandeses de la segunda mitad del siglo veinte. Hombre de vastos saberes, apasionado por razones obvias por la Segunda Guerra Mundial, socialista convencido, sus novelas y ensayos han obtenido un gran reconocimiento. En 1963 escribió una brillante crónica del juicio de Adolf Eichmann que merece leerse. Entre sus novelas más conocidas, todas de gran ambición, se cuentan: «El atentado» (1986), «El descubrimiento del cielo» (1997) y «Sigfrido» (2001). Algunas de ellas han sido llevadas a la pantalla. Harry Mulisch recibió muchos premios por su trayectoria literaria e intelectual. Fue candidato al Premio Nobel. Falleció en Ámsterdam a los 83 años.

Publicado por Alberto.

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