viernes, 22 de septiembre de 2023

M. El hijo del siglo - Antonio Scurati

 

Título: M. El hijo del siglo                                                                                                      Autor: Antonio Scurati

Páginas: 824
 
Editorial: Alfaguara
 
Precio: 24,90 euros
 
Año: 2020

En la primavera de 1920 el intelectual comunista Angelo Tasca se encontró en Milán con Benito Mussolini. Lo recordaba en 1912: un revolucionario profesional, ardiente, harapiento, de ojos de loco, anticlerical y republicano, socialista maximalista, prófugo, encarcelado, que proclamaba que el patriotismo era un montón de estiércol con un trapo clavado encima. Ocho años después, Mussolini era distinto. Un tipo robusto, rapado, con cuello de toro, mandíbula de cemento, vestido con un sobrio traje negro, sombrero y cigarro. Un buen burgués satisfecho. El orden personificado. En esos ocho años había llovido mucho y no solo agua. La Primera Guerra Mundial empujó al belicismo a muchos europeos. Entre ellos estaba el joven Mussolini. Cuando en 1918 los guerreros volvieron de las trincheras no estaban dispuestos a meterse en casa. Nada de eso. Seguían en pie de guerra. Querían el poder. Limpiar Italia. Eliminar la debilidad. Aplastar a los rojos que anunciaban una revolución calcada de la rusa de 1917. Nacía el fascismo. Mussolini era la contrarrevolución. 

El escritor italiano Antonio Scurati ha contado la historia del gran líder fascista en una serie de novelas. «M. El hijo del siglo» (2020) es la primera. Una biografía novelada de primera categoría. Mussolini fue el fascismo. Personaje e idea se confunden. El orgulloso Duce encarnaba la nueva Italia marcial. Antes de 1914, era un revolucionario de izquierdas. En 1918 se pasó a la derecha. La guerra hizo de él un patriota. No fue el único. Toda una generación de anarquistas, socialistas, futuristas y sindicalistas apenas desmovilizada se pondría la camisa negra. Haría una revolución nacional al revés: mantener el orden establecido a sangre y fuego. Con militares, jerarquías tradicionales, venerables tradiciones. La destrucción de la frágil democracia italiana fue rápida. La dictadura totalitaria fascista suprimió de un brochazo cualquier disidencia. Mussolini sería el mesías de la nueva religión secular italiana: creer, obedecer, combatir. 

Todo comenzó un desapacible 23 marzo de 1919. En un local minúsculo de la plaza del Santo Sepulcro de Milán cedido por el Círculo de la Alianza Industrial y Comercial se reúnen poco más de un centenar de hombres. Muchos han hecho la guerra. Están familiarizados con la violencia. Italia ha perdido 600.000 vidas. Los prepotentes vencedores la tratan mal, pese a formar parte del bando triunfador. Pero es débil. La desprecian. Le arrebatan lo suyo. Hierve el resentimiento nacionalista. Vendetta contra los enemigos de fuera y los traidores de casa. La izquierda no quiso la guerra. Los veteranos que lo dieron todo por la patria son vejados por las calles. Los rojos insultan a nuestros héroes. No creen en la nación. Solo creen en Lenin. No se puede permitir que esos cobardes subversivos conquisten Italia con sus huelgas y amenazas. 

Los fascistas son pocos, pero agresivos. Tienen armas, desean cambios, quieren ajustar cuentas. De entre el barullo se levanta un caudillo. Se llama Benito Mussolini, antiguo socialista, veterano de guerra, orador fogoso, periodista, polemista, ambicioso, aventurero, mujeriego, demagogo, aficionado a rascar el violín, duelista, hijo del pueblo e hijo del siglo. Mussolini recorre la sala con la mirada. La atmósfera cargada difumina los semblantes. Emoción contenida. Hay que dar forma a esa masa. Suspira. Piensa lo siguiente:

«¿Por qué debería hablar a estos hombres? Por ellos han superado los hechos cualquier teoría. Es gente que toma la vida al asalto como un comando. Lo único que tengo ante mí es la trinchera, la espuma de los días, la zona de los combatientes, la arena de los locos, el surco de los campos arados con disparos de cañón, a facinerosos, inadaptados, criminales, genialoides, ociosos, playboys pequeñoburgueses, esquizofrénicos, abandonados, perdidos, irregulares, noctámbulos, exconvictos, gente con antecedentes penales, anarquistas, sindicalistas incendiarios, guerrilleros desesperados, una bohemia política de veteranos, oficiales y suboficiales, hombres expertos en el manejo de las armas de fuego o blancas, a quienes la normalidad del regreso ha redescubierto violentos, fanáticos, incapaces de percibir con claridad sus propias ideas, supervivientes que, creyéndose héroes consagrados a la muerte, confunden una sífilis mal curada con una señal del destino».

Mussolini será esa señal del destino. El hombre fuerte y viril que redimirá al país a golpe de porra. Claro que en su aventura no estará solo. Por la novela de Scurati pululan muchos personajes que acompañan al robusto jefe de cráneo pelado y enorme. Amigos y enemigos. Margherita Sarfatti: culta, judía, elegante, aristocrática, inteligente y muy rica. Esta mujer se ocupó de pulir a Benito, el aldeano sin modales. Un tipo rudo que enseñaba los puños de la camisa, hacía ruidos cuando comía y utilizaba una jerga arrabalera que espantaba a los burgueses que corrían asustados a refugiarse detrás de la camisa negra. Gabriele D`Annunzio. Poeta, esteta y revolucionario. Un héroe de guerra. Decadente. Con una lista interminable de aventuras amorosas. Como un condottiero moderno, el poeta nacionalista ocupó la ciudad de Fiume, declarándola su feudo, dándole una constitución corporativa y exigiendo su integración en Italia.

D`Annunzio tuvo el genio de convertir la política en un espectáculo total y teatral. Es bella la política. Un escenario para las masas. El contacto directo entre el líder y el pueblo es decisivo. Este diálogo únicamente se ve interrumpido por las aclamaciones. Una democracia directa y totalitaria. El poeta creó el ritual y los gritos de combate. Mussolini les dio un sentido populista alejado de la dejadez aristocrática de Gabriele, que cuando se aburría se encerraba en su palacio. Nicola Bombacci. Un enemigo de Mussolini que acabará siendo amigo. Revolucionario socialista, menudo, con barba de profeta bíblico y mirada alucinada. Un idealista que creía que, con fe, Italia seguiría el camino de Rusia. No fue así. Siguió el camino del duce. También con fe. 

Escondido en la casucha de un barrio de mala nota de Milán, Mussolini, el hombre del destino, el original revolucionario que defiende la patria, el orden social y la propiedad, director de Il Popolo d'Italia, con su banda de desheredados, reinando en un despacho pequeño y mugriento, escribe encendidos artículos, recibe a sus amigos, planea, da órdenes, intriga, negocia, se enfada, se encoge de hombros, pasea frenético para aliviar su úlcera, se divierte con alguna de sus amantes, amartilla su pistola, mira con sus ojazos a un patio oscuro como boca de lobo, piensa en la analfabeta de su mujer, Rachele, en sus hijos, en sus enfermedades, en la patria. Encima de su mesa hay libros, muchos papeles, una pluma y un puñal. Detrás, lucen una bandera de Italia y otra negra con la calavera: símbolo de los arditi, los osados comandos italianos de la Primera Guerra Mundial. Guerra, muerte y heroísmo. El programa de los fascistas se resume en media docena de símbolos rotundos. Apelan a las emociones.  

«M. El hijo del siglo» es la crónica viva de un hombre que aprovechó el miedo a la revolución para alcanzar el poder absoluto. Entre 1919 y 1925 se pusieron los cimientos de la dictadura fascista. Mussolini entendió que una revolución solo se frena con otra revolución de signo contrario que liquide democracia e izquierda de un solo golpe. Fue el primer líder del siglo XX que se declaró totalitario con orgullo. La nación en armas resultaría un mito movilizador más intenso que la clase social. Una vanguardia de aventureros armados defiende la sociedad. Los peligros están por doquier. Hay que movilizarse. El odio enciende los corazones más que el amor. El hombre no quiere libertad: quiere someterse. Únicamente dentro de la unanimidad total es posible la verdadera libertad. La grandeza nacional implica la salvación personal. El individuo sale de su soledad. Se sumerge en la masa. Es un anónimo entre anónimos. Pero el conjunto tiene sentido. Un mito viviente. Una sola alma nacional que vibra con los clarines de la gloria. El dictador sabe místicamente lo que quiere el pueblo. En dos palabras: la sinrazón. 

Antonio Scurati ha escrito un gran libro. La historia hecha novela no pierde nada de su rigor. Gana en relieve, intensidad y verdad. Nos permite vivir los acontecimientos. Las cosas siempre se entienden mejor cuando están dotadas de vida. Scurati rescata del olvido la atormentada existencia italiana durante aquellos años convulsos. Cada capítulo lleva al final una selección de textos de la época. Permiten comparar vida y letra. Demuestran además la erudición sin tacha del autor. Mussolini fue un personaje merecedor de una novela. Ahora ya la tiene. Caudalosa. Y excelente. 

Antonio Scurati

Antonio Scurati (1969) es un escritor italiano nacido en Nápoles. Estudió filosofía y ciencias sociales, y ha dado clases en la Universidad de Bérgamo. Sus ensayos y narraciones han obtenido varios premios. También ha escrito artículos periodísticos y dirigido varios documentales. 

Su monumental «M. El hijo del siglo» (2020) obtuvo el prestigioso Premio Strega y se ha traducido a 40 idiomas. Scurati ha continuado su saga mussoliniana con «M. El hombre de la providencia» (2021) y «M. Los últimos días de Europa» (2023). Para él «la novela es la forma más democrática de narrar una historia, no discrimina y ayuda en ocasiones a que un libro logre una gran repercusión». Dice de Mussolini: «inventó el fascismo, pero también el populismo. Es decir, un discurso retórico y hueco que apelaba a las emociones más que a la razón, que pretendía ofrecer recetas fáciles para problemas complejos. Desde luego que podemos reconocer hoy ese populismo en el ascenso de formaciones de extrema derecha».

Publicado por Alberto. 

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