Título: El santo del monte Koya Autor: Izumi Kyōka
Páginas: 286 pág.
Editorial: Satori
Precio: 19 euros
Año de edición: 2021
La editorial gijonesa Satori lleva años difundiendo lo
mejor de la literatura japonesa en impecables traducciones. Además de
los inevitables Tanizaki, Sōseki o Akutagawa, la editorial presta
atención a autores exquisitos menos conocidos. Son clásicos japoneses
con una manera de ver y sentir propia de un mundo que permaneció aislado
hasta mediados del siglo XIX. El Japón actual parece pertenecer más al
futuro que al presente o al pasado. Sin embargo, el Japón tradicional
sigue vivo: bosques milenarios, templos con venerables esculturas de
piedra cubiertas de musgo, paisajes de ensueño que parecen haber sido
creados para el pincel del artista o una riquísima mitología. En
resumen: Japón es moderno y ancestral. Los japoneses son conscientes de
que todo lo que no es tradición es plagio.
El
gran escritor Izumi Kyōka nació cuando el país estaba inmerso en la
restauración Meiji y falleció pocos días después de estallar la Segunda Guerra Mundial. Vivió durante unos años cruciales. En esas décadas,
Japón pasó de ser un país fragmentado y feudal a constituir una gran
potencia que aspiraba al dominio de Asia.
Kyōka era un tradicionalista que veneraba su viejo país. Era experto en
literatura popular, clásicos, poesía, religiones y mitología. De la
lectura de sus cuentos se deduce que en la cultura japonesa tradicional
existen dos mundos: el de las apariencias y el espiritual, íntimamente
relacionado con el primero. No son mundos separados, sino superpuestos.
Lo cotidiano y lo misterioso son el anverso y el reverso de una misma
realidad. Los reflejos que tiemblan en un estanque de nenúfares o la
sombra blanquecina que se desliza en el bosque a la luz de la luna son
ese otro mundo, que atrapa a los hombres sensibles, llevándolos al otro
lado del espejo. La fascinación es una revelación.
Determinados lugares
(templos, santuarios, bosques sagrados, lagos, montañas) son
especialmente propicios para entrar en el mundo espiritual. Durante los
sueños también conviven los vivos con los muertos. La inocencia de los
niños es asimismo una puerta abierta a lo desconocido (el alma de los
niños se orienta hacia el misterio). Mujeres hermosas, etéreas,
irreales, mitad brujas y mitad diosas, pertenecen al más allá. Por lo
demás, toda la naturaleza parece estar animada por espíritus que se
relacionan con los hombres. Lo sagrado es inmanente, más que
trascendente (no está arriba, en un cielo inasequible, sino que forma
parte de la vida cotidiana). Cuando todo es espíritu resulta imposible
diferenciar el sueño de la realidad. Fácilmente se pasa de un mundo al
otro: un árbol es un árbol, pero también puede ser un alma reencarnada.
Japón
es mayoritariamente sintoísta y budista; esencialmente, pagano y
politeísta, ya que existen millones de dioses. La naturaleza es
sagrada, una teofanía. El mundo está encantado. El romanticismo
occidental es una moda cultural que reacciona contra la secularización.
Japón no es cristiano. No existe la teología de un Dios alejado del
mundo. En Japón, los dioses son nuestros vecinos. El romanticismo es
consustancial a la tradición japonesa.
Lo
anterior podría ayudar a entender estos relatos, maravillosamente
escritos, pero nada fáciles. También es muy recomendable la lectura
atenta de la excelente y erudita introducción de Carlos Rubio.
El
primer cuento, «El quirófano», es el más convencional y menos «japonés»
de la colección. Trata acerca de una condesa que teme revelar un
secreto bajo los efectos de la anestesia. En la segunda parte del
cuento, el recuerdo, el pasado, nos ayuda a entender su desenlace.
El
cuento que da nombre al volumen, «El santo del monte Koya», es célebre
en Japón. Un viajero se encuentra con un monje budista durante un viaje
en tren. Simpatizan y acaban por hospedarse en la misma pensión. Como
ambos duermen mal, el monje le contará una aventura sucedida hace años.
Estaba de peregrinación en una zona inhóspita. En una encrucijada,
escogió un camino equivocado. Atraviesa un bosque terrible. Las raíces
de los enormes árboles parecen convertirse en serpientes. Hambriento y
atemorizado, llega a una choza en donde vive una mujer en compañía de un
retrasado mental. La sensualidad de la campesina hace que se tambalee
la integridad del monje. El lugar es mágico y la mujer misteriosa. Se
trata de un relato magnífico, en donde la transición al otro mundo está
especialmente lograda: todo parece igual, pero el velo de Maya se
ha roto y crece la inquietud. El marco del cuento es de un romanticismo
tan puro como el de «Cumbres borrascosas».
El
tercer relato, «Un día de primavera», es sumamente complejo y sutil,
aunque al final se aclaran (relativamente) las cosas. De nuevo, se evoca
un pasado de manera tan delicada que aún parece existir en el presente.
Al igual que en el cuento anterior, un monje le cuenta a un viajero una
triste historia: el año pasado, un hombre que se hospedó en una cabaña
propiedad del templo, falleció ahogado. Estaba enamorado de una mujer
que sigue viviendo en el pueblo. Es una delicada y bellísima dama casada
con un rico y prosaico burgués. El viajero, sugestionado por el relato
del monje, buscará a la mujer. Un poema parece descifrar la clave del
enigma: en sueños volveremos a encontrarnos, dicen sus versos.
El
último cuento, «La mujer carmesí», se desarrolla en un marco urbano. En
una estación de Tokio, un reputado médico de traje y bombín cree
reconocer entre el gentío a una mujer relacionada con una parte dolorosa
de su biografía. Así comienza la evocación melancólica del pasado.
Los
cuentos tienen rasgos comunes: lenguaje preciosista y metafórico,
referencias al folklore y la mitología, cierta confusión entre los
planos temporales (lo que desdibuja el realismo de la historia, dándole
un tono lírico, evocador e intemporal más propio de la poesía),
presencia de lo mágico y lo diabólico, simbolismo y gusto por las
descripciones impresionistas de la naturaleza. Mención aparte merece la
mujer. Para Kyōka, las mujeres son mágicas, bellas y sensuales, de un
refinado erotismo, se apoderan de los hombres con los más sutiles
encantos, y pertenecen más al otro mundo que a este. La lectura de estos
cuentos tan hermosos nos transporta realmente al otro mundo, tal es la
irrealidad y fascinación que desprenden.
Izumi Kyōka
Izumi Kyōka (1873-1939) nació en una familia humilde. Su padre era
orfebre. Izumi se fue muy joven a Tokio con la ilusión de ser escritor.
Fue discípulo del escritor Ozaki Kōyō hasta la muerte de este en 1903.
En 1900, publicó su relato más conocido, «El santo del monte Koya». Era
un hombre de salud delicada. Cuenta Carlos Rubio que Izumi era también
algo excéntrico: quemaba y se comía las cenizas de sus manuscritos ante
el retrato de su maestro Ozaki Kōyō como talismán contra el cólera;
supersticioso, tenía pánico a perros y relámpagos; veneraba a los dioses
y a la familia imperial. En Japón, Izumi está considerado un clásico.
Publicado por Alberto.
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