Título: El Dr. Jekyll y Mr. Hyde Autor: Robert Louis Stevenson
Páginas: 128 pág.
Editorial: Alianza
Precio: 10,40 euros
Año de edición: 2011
Londres, finales del siglo XIX. La tenue luz de las farolas de gas no
permite distinguir más que sombras entre una niebla espesa, amarillenta y
apestosa. De vez en cuando, pasan carruajes con un sonido rítmico. El
ruido se apaga lentamente, engullido por la niebla. Algunas pocas
ventanas pobremente iluminadas con lámparas de aceite brillan en la
negrura. El pavimento de las callejuelas es un empedrado fangoso y
resbaladizo. Alguien enciende un cigarrillo. Un rostro se adivina entre
las tinieblas. Emite un carraspeo. Sus pasos resuenan. Es una sombra
entre sombras que adquiere consistencia a medida que se acerca. Se trata
de un caballero pequeño. Viste elegantemente con gabán y sombrero de
copa. Lleva un bastón. Su aspecto es inquietante. Tiene un algo deforme e
indefinible. Sin embargo, nos saluda educadamente: permítanme
presentarme, caballeros, soy el señor Edward Hyde.
Stevenson
publicó su maravilloso «El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde»
en el año 1886. La Inglaterra victoriana estaba entonces en su apogeo.
Se creía en un progreso indefinido basado en el imperio, la cerveza, el
juego limpio y el libre mercado. Los caballeros que marcaban el ritmo de
la sociedad eran señores de una pieza que se guiaban por el common
sense. Un modelo a seguir. Todo lo que no encajaba en este ambiente
clasista y pragmático era confinado en un mundo de monstruos patológicos
clasificados en su gabinete por el Dr. Lombroso.
Para Stevenson, el mal anida dentro de todos los hombres. Es una falacia
pretender que únicamente los pobres son propensos a la brutalidad o el
crimen. El escaparate social victoriano era hipócrita. Por debajo de los
buenos modales y las galas de sociedad se escondían vicios
inconfesables. La cultura y la educación no garantizan que el hombre se
oriente moralmente hacia el bien. Porque en cada hombre luchan el bien y
el mal. A veces, triunfa el mal.
El
Dr. Jekyll es un reputado médico y filántropo. Vive en una gran mansión
en el centro de Londres. Cuenta con numerosos amigos que le quieren y
respetan. Caballero retraído, entregado a sus experimentos, pero amable y
acogedor. A partir de cierta noche un desagradable personaje apellidado
Hyde irrumpe en su vida. Hyde es como un soplo de aire helado que apaga
de pronto el alegre fuego de la chimenea. Su mera presencia lleva la
inquietud a cualquier ambiente. El señor Hyde es astuto y cruel. Sus
maldades son célebres en la noche londinense. Pero, ¿por qué el
bondadoso doctor Jekyll tolera en su casa al infame señor Hyde? Debe
tratarse de un chantajista. Es posible que Jekyll guarde un secreto
inconfesable que conoce el señor Hyde. Lo cierto es que lo tiene a su
merced.
Naturalmente, al
final se descubre el misterio. Así que la novela es, además de una
fábula moral, una espléndida muestra de literatura de intriga con toques
de horror. Un amigo de Henry Jekyll, el adusto abogado Utterson, es el
improvisado detective. El abogado representa el buen juicio victoriano.
Es un hombre decente y de vida ordenada, más tolerante con los demás que
consigo mismo. Pero no conseguirá salvar a su amigo de un destino
impensable.
Hyde es la
otra cara del puritanismo victoriano. Una criatura rapaz de la noche que
se desliza en casa de Jekyll por la puerta de atrás. Esa puerta es casi
simbólica: lleva directamente del barrio sórdido al ordenado
laboratorio del médico burgués. Hyde es rápido, furtivo y escurridizo.
Tiene algo de animal, sin dejar de ser humano. Carece de conciencia. No
le preocupa el qué dirán. Los instintos son su única ley. Es auténtico y
salvaje. Se entrega a la orgía. Su brutalidad es casi jovial. Pisotea a
una niña. Mata a bastonazos a un anciano caballero por ponerse
pesado. Hyde es exactamente lo contrario del sereno y estudioso Jekyll.
Por decirlo en términos de Nietzsche, Hyde es dionisíaco, un fauno
nocturno y vicioso, mientras que Jekyll es diurno, apolíneo y de rasgos
nobles y regulares.
Stevenson
escribió una historia que ha tenido una influencia inmensa en la
literatura y más allá. El hombre puede ser bueno o malo. Esta es su
esencia. Hay que aceptarlo tal y como es, sin pretender transformar la
naturaleza humana mediante una ciencia desquiciada. El siglo XIX
tenía una confianza pueril y teológica en la ciencia como una nueva fe
capaz de cambiar al hombre. El cientifismo decimonónico hoy nos resulta
ridículo. Pero, dice Stevenson, al ser humano no hay que cambiarlo
artificialmente, sino educarlo, para que sea mejor y siga siendo hombre.
Lo humano es la posibilidad de escoger entre el bien y el mal. La
decisión moral incumbe al hombre y lo eleva por encima de la
condición animal. Un hombre puramente bueno sería tan absurdo como un
hombre puramente malo. Ni ángel, ni demonio. Por lo demás, las
apariencias engañan. Stevenson era ante todo realista.
Robert Louis Stevenson
Robert Louis Stevenson (1850-1894) era escocés, de Edimburgo. Escribió
cuentos, poemas y ensayos. Algunos de sus libros, como «La isla del
tesoro» (1883), siguen haciendo las delicias de jóvenes y grandes. La
capacidad de Stevenson para narrar de manera amena y entretenida era
inmensa. En su caso, calidad y diversión van de la mano. Era
viajero, tenía mala salud, bebía demasiado y se hizo amigo de Mark Twain. Acabó estableciéndose con su familia en una isla del Pacífico Sur. Se llevaba muy bien con los indígenas, que le llamaban tusitala,
el contador de historias. Tusitala murió demasiado pronto, pero su obra
es clásica.
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