Título: Cuentos inquietantes Autora: Edith Warthon
Páginas: 320
Editorial: Impedimenta
Precio: 21,37 euros
Año de edición: 2015
Este volumen reúne, ordenados cronológicamente, algunos de
los cuentos más conocidos de Edith Wharton. El primero fue publicado en
1893 y el último en 1926. Todos los relatos provocan desasosiego en el
lector. Lo inesperado resulta raro, extraño, desconcertante. La causa de
la inquietud no tiene por qué ser sobrenatural. Puede tratarse de un
individuo desconocido que camina por el jardín neblinoso de una casa de
campo, un conflicto familiar, una situación insólita o una inquietud
indefinible que atormenta. Las historias de Edith Wharton transcurren
dentro de una clase social pendiente del escrutinio ajeno y tienen algo
de teatral. La novelista norteamericana nos dice que alrededor de los
salones exquisitamente decorados, la cálida chimenea o las
conversaciones elegantes acecha lo desconocido. La simulación protege,
pero no es suficiente. La estabilidad es precaria y las apariencias
pueden derrumbarse. Fuera de las certidumbres, está el miedo.
Edith Wharton retrata el mundo al que ella pertenecía: las clases altas
anglosajonas anteriores a 1914. Un universo elitista con sus ritos, usos
y costumbres. Sus espacios de convivencia son mansiones, jardines,
salones, clubs, balnearios u hoteles de moda. Los criados atienden a sus
señores y solo hablan cuando se les pregunta. Las personas de aspecto
ordinario que aparecen de improviso provocan desazón y hasta miedo a los
privilegiados. La mirada de Wharton es irónica; profundamente moral,
sin ser moralista. Detecta el temor de los ricos gracias precisamente a
la existencia de lo inquietante, que sirve de contrapunto a la seguridad
de lo establecido por dinero, herencia o tradición. Lo inquietante
es ese otro mundo que amenaza a los prominentes: los conflictos dentro
del clan familiar; lo sobrenatural; las clases sociales subalternas
(rozarse con estas clases da miedo; descender a su nivel da más que
miedo: pavor). Incluso ciertos fantasmas son de clase social inferior a
los vivos. Por lo demás, los ricos norteamericanos compran blasones para
codearse con la rancia nobleza de sangre. La buena sociedad de Wharton
es arribista, positivista y pragmática. Busca el dinero. Con dólares
puede adquirirse status aristocrático viajando a Europa.
De
los diez cuentos, dos entran en el terreno de lo sobrenatural. El
primero es «La duquesa orante». Un viajero escucha de labios de un
anciano la historia de la estatua orante de una hermosa aristócrata del
siglo XVII. El ambiente italiano dota al relato de un sutil aire
romántico. Lo sobrenatural es tangencial y legendario. El otro cuento, «Después», es espléndido. Una típica historia de fantasmas en un marco
realista. Un matrimonio norteamericano de nuevos ricos adquiere una
venerable mansión inglesa en Dorset. La joven esposa está sobrecogida
por las dimensiones amenazantes de la casona. Se siente sola y asustada.
Sombras ancestrales parecen espiarla. Los negocios de su marido
tuvieron éxito. Se hicieron ricos. Ella desconoce los detalles de esos
negocios. Un día se presenta un desconocido con sombrero de ala ancha y
aire aniñado. Parece americano. El marido desaparece. «Después» se
desvelará el misterio.
En
los demás relatos lo inquietante es más prosaico. Durante un viaje en
tren una mujer tiene que convivir con el cadáver de su marido. En otro
excelente cuento la corrupción política se muestra a través de la vida
privada aparentemente ejemplar de un gobernador norteamericano.
Aparentemente, porque su elegante señora tiene ciertos secretillos. Un
pintor de moda asume su propia mediocridad retratando a otro artista que
acaba de fallecer, pero de verdadero talento; su obra le sobrevivirá.
También es notable la historia de un hombre de éxito que acaba aceptando
deportivamente a los dos ex maridos de su mujer: el primero es un tipo
vulgar y decente preocupado por la educación de su hija; el segundo, un
seductor de talento que está aprendiendo a hacer negocios.
Junto
con «Después», «La botella de Perrier» es en mi opinión el relato más
perfecto. El halo de fatalismo y postergación de este famoso cuento es
comparable al inolvidable «Desierto de los tártaros» de Dino Buzzati. Un
joven arqueólogo norteamericano llega a una gran casa árabe situada al
borde del desierto. El excéntrico aventurero inglés que lo invitó está
de viaje. Llegará al día siguiente. Pero no llega. Pasan los días. Un
soplo de extrañeza va envolviendo la casa. El calor. El polvo. El sol
deslumbrante. El aljibe. El agua estancada. Las figuras minúsculas que
se recortan en el desierto como sombras. El norteamericano sospecha que
algo va mal. El criado del desaparecido insinúa la doblez de los árabes.
El recién llegado está cada vez más dominado por la sospecha y el
miedo. Quizá sea este el cuento inquietante por excelencia.
Estos
cuentos ofrecen además una imagen detallada de la subordinación de la
mujer a principios del siglo XX. Las mujeres burguesas vivían
encorsetadas dentro de una maraña de convencionalismos sociales que hoy
nos parecen insufribles. Su vida se limitaba al ámbito doméstico. Las
señoras se ocupan de la casa y del escaparate social: recepciones,
fiestas, almuerzos, cenas. No trabajan fuera del hogar. No estudian.
Tocan el piano y saben idiomas. Han de ser finas, elegantes y discretas.
No saben de negocios. El marido no comparte ninguna preocupación con su
esposa más allá de niños, iglesia y cocina. La dama de clase alta está
prisionera dentro de una jaula de oro. Para las mujeres más sensibles,
la frustración debía ser intensa. Edith Wharton se escapó de esta
prisión dorada gracias a la literatura.
Edith Warthon
Edith Wharton (1862-1937) pertenecía a la alta sociedad
neoyorquina, que tan bien retrató en sus novelas. Se educó con
preceptores privados. Su matrimonio fue muy desgraciado y se divorció en
1913. A finales del siglo XIX empezó a publicar cuentos en diversas
revistas. Tuvieron una buena acogida crítica.
En sus novelas, Edith Wharton está muy influida por su compatriota Henry James, aunque el
estilo es más sencillo. Sus dos obras maestras son la novela breve
«Ethan Frome» (1911) y «La edad de la inocencia» (1920), con la que ganó
el premio Pulitzer al año siguiente. Edith Wharton viajó mucho. Al
final, como tantos de sus personajes, se instaló en Europa. Francia
sería su país de acogida y allí falleció. La elegancia de su narrativa
sigue atrayendo el gusto actual. Sofisticada e inteligente, Edith Wharton está viva para miles de sus lectores.
Publicado por Alberto.
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