Título: El miedo del portero al penalty Autor: Peter Handke
Páginas: 160
Editorial: Alianza
Precio: 11,95 euros
Año de edición: 2016
Josef Bloch es un hombre a la deriva. Acaba de ser despedido. Está divorciado. Tiene un pasado como portero de fútbol. Pero ahora sus gestos mecánicos y repetitivos le dan más apariencia de autómata que otra cosa. Contempla el mundo como quien contempla una representación. Algo artificial. Se queda absorto en los detalles, que reproduce con una precisión obsesiva. No parece entender el conjunto. La vida se le escapa entre las rendijas de una mente carente de imaginación. Más que vivir, Bloch recoge superficialmente fragmentos del mundo exterior, nada fáciles de encajar en un todo coherente y, sobre todo, humano.
En 1970 el escritor austríaco Peter Handke publicó El miedo del portero al penalty, brillante narración sobre la vaciedad y hermetismo del mundo moderno. El problema de la incomunicación, en definitiva. Su protagonista, solo en el mundo, vagabundea por Viena como hechizado por un sortilegio que le obliga a repetir los mismos actos una y otra vez: va al cine, asiste a un partido de fútbol, compra los periódicos, monta en un autobús o duerme en una pensión de mala muerte. Sus intentos de entablar un contacto real con alguien terminan siempre en frustración. Ni entiende ni le entienden. Está en tierra de nadie. El contacto entre dos mundos ajenos por completo es imposible. Como un náufrago que tratara de comunicarse con los fantasmas de los marineros muertos en una isla deshabitada.
Para el desgraciado señor Bloch el mundo es ancho y ajeno. Los otros lo ven como un tipo excéntrico, desaseado y quizá peligroso. Cierto día sigue a la taquillera del cine al que acude con frecuencia. Monta en el autobús detrás de ella. Se baja. Está en un barrio lejos del centro. Rasga el cielo el estruendo de los aviones. El aeropuerto queda cerca. La mujer le abraza. Le invita a su casa. Bloch siente el contacto cálido de un cuerpo apetecible. La campana de cristal en la que vive podría romperse. El aislamiento dejaría de existir y él empezaría a vivir. La experiencia del amor sería decisiva. La vida, húmeda, densa, palpitante y caliente, le inundaría, salvándole de su soledad. No es posible. Bloch estrangula a la mujer. El crimen es descrito con un detallismo perturbador y espeluznante:
«Inesperadamente le puso las manos en la garganta. Al momento comenzó a apretar tan fuerte que a ella ni por un instante se le ocurrió tomárselo en broma. Bloch escuchó voces afuera, en el descansillo. Tenía un miedo mortal. Se dio cuenta de que a la chica le salía un líquido por la nariz. Dio también una especie de gruñido. Finalmente escuchó un sonido parecido a un crujido. Le pareció como el ruido que hace una piedra al golpear de pronto la parte de abajo de un coche en un camino vecinal lleno de baches. En el suelo de linóleo habían caído gotas de saliva».
Luego viene la huida. Handke nos cuenta la peripecia absurda de un hombre borroso. Bloch es capaz de captar fotográficamente fragmentos de realidad. La novela es un conjunto de descripciones exactas. Una botella de leche encima de una mesa. Una niña jugando debajo de un montón de sillas. El olor a muerte que despide una habitación en la que alguien falleció. El brillo deslumbrante del reflejo del sol sobre un tejado de chapa. Un niño muerto flotando en el recodo escondido de un río. Un policía que se acerca en bicicleta. El salto de un gato. Son fogonazos inconexos de la realidad exterior que Bloch percibe.
El protagonista recibe un aluvión de imágenes rotas con una nitidez sobrenatural. Se convierte en una imagen más carente de relieve. Es un prisionero de sí mismo. Una sombra entre sombras. En su mente las personas son cosas. Un puro artificio sin sentido. Su comportamiento se vuelve progresivamente delirante: la brújula del mundo está rota y gira sin control. Las cosas ejercen su tiranía sobre Bloch. Le enervan. Acaban por volverle loco. El mundo objetivo se rompe en mil pedazos y resulta imposible recomponerlo desde una razón enferma. Es una maldición. Un libro magistral y desasosegante que hace pensar.
Peter Handke (Griffen, 1942) es un escritor austríaco ganador en 2019 del Premio Nobel. La madre de Handke se suicidó, hecho que le marcaría de por vida. Estudió derecho en la Universidad de Graz, pero su verdadera pasión era la literatura. En la década de los años 60 comenzó a publicar novelas, cuentos, ensayos y obras de teatro. La crítica considera a Handke como una de los escritores en alemán más importantes de la segunda mitad del siglo XX.
Su novela El miedo del portero al penalti (1970) fue llevada al cine en 1972 por el director alemán Win Wenders. Durante la guerra de Yugoslavia, Handke se vio involucrado en una polémica artificial. Decían que apoyaba al régimen serbio de Milosevic. En realidad, lo que hizo Handke fue criticar con razón los salvajes bombardeos de la OTAN sobre Belgrado. Algo muy distinto.
Publicado por Alberto.
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