sábado, 24 de septiembre de 2022

La mujer que vendía tiempo

 

Ruth Belville en el exterior del observatorio de Greenwich (1908)

Ruth Belville (Londres, 1854-1943), también conocida como la Dama del Tiempo de Greenwich, fue una mujer que tuvo un trabajo extraordinario: vendía tiempo o, mejor dicho, vendía la hora exacta. Durante casi 50 años, de 1892 a 1940, se levantaba todas las mañanas y andaba los 18 kilómetros que separaban su casa del Observatorio de Greenwich, a donde llegaba a las 9:00 de la mañana. Allí ponía en hora un cronómetro portátil de precisión y hacía su recorrido diario por el centro de Londres y el West End. Visitaba a unos 200 clientes, alos que permitía, a cambio de una pequeña cantidad de dinero, que echaran un vistazo a su Arnold y pusieran en hora sus relojes.

A principios del siglo XIX no había muchas opciones para poner un reloj en hora afinando hasta el minuto, no había telecomunicaciones y los relojes adelantaban y atrasaban con facilidad. Cada localidad tenía su propio tiempo y podía haber hasta 20 minutos de diferencia entre uno y otro. La vida transcurría a otra velocidad y no había problema hasta que llegó el ferrocarril. La gente perdía el tren, había riesgo de accidentes ferroviarios en trenes que compartían línea, en fin, un lío. Entonces la Great Western Railway estableció la misma hora en todas sus paradas, se popularizó el llamado Tiempo Medio de Greenwich (GMT) y tener el reloj sincronizado con ese TMG se convirtió en un símbolo de estatus. Mucha gente llamaba cada día a la puerta del Real Observatorio de Greenwich para preguntar la hora, hasta el punto de que el astrónomo real John Pond perdió la paciencia una mañana de 1836, le regaló a un asistente un cronómetro de bolsillo y le encargó la función de dar la hora al público.

El asistente era John Henry Belville, el padre de Ruth, que convirtió la tarea en un negocio llevando el tiempo de casa en casa en calesa. Así lo hizo hasta su muerte en 1856, entonces su viuda Mary que era maestra se hizo cargo del oficio, que desempeñó hasta su jubilación en 1892, a los 80 años, momento en el que su hija Ruth asumió esa responsabilidad. 

Mary Belville con su maletín del tiempo en 1892

El cronómetro de bolsillo que utilizaba la familia había sido fabricado por John Arrnold & Son como un regalo para el duque de Sussex, que dijo que aquello era más grande que un orinal era un exagerado, ignorante y poco agradecido, nunca lo usó y lo cedió al Observatorio de Greenwich. Originalmente tenía una cubierta externa de oro, pero el padre de nuestra dama la cambió por una de plata, para evitar que la robasen. Era uno de los relojes más precisos de todo Inglaterra.

Ruth Belville, además de convertirse en gran andarina, consiguió llevar el negocio a su máxima popularidad. Se estableció una verdadera cadena de tiempo: los que sincronizaban sus relojes con su Arnold, presumían de ello y permitían que tros pusiesen en hora su reloj con el suyo, en un curioso fenómeno de transporte de tiempo artesanal.

Pero siempre hay envidiosos. Un tal John Wynne, en un discurso ante el Ayuntamiento de Londres, se burló de la forma usual de difundir la hora manualmente, criticó a la dama del tiempo e insinuó que había obtenido la concesión de su negocio gracias a sus encantos. El Times publicó el discurso íntegro, incluyendo las alusiones difamatorias, pero sin mencionar que Wynne era el director de la Standard Time Company, proveedor privado de señales de tiempo telegráfico. Sin embargo, la polémica originó un curioso efecto Streisand, disparó el interéres por el negocio de los Belville y aumentó sus ingresos.

La Dama del tiempo con el encargado de la hora de la Compañía del gas (1929)

La venta de tiempo resistió con éxito la llegada del telégrafo, Ruth era más simpática y mucho más segura que las conexiones telegráficas. Llegó incluso a llamar por teléfono a una lista de clientes para darles la hora. Curiosamente, ese medio fué el que acabó con su actividad. En 1936 se inauguró un nuevo servicio telefónico: al llamar a un número de tres cifras, una agradable voz femenina daba la hora exacta al segundo desde una cinta grabada. Ruth Belville tuvo que dejar el negocio poco después, en 1940. Cuando lo dejó, todavía había 50 personas que pagaban por tener su hora.

Ruth Belville en sus últimos años

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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