jueves, 6 de diciembre de 2018

Las catorce características de los fascismos - Umberto Eco


Umberto Eco (Alessandria, 1932-2016), intelectual, novelista y filósofo italiano vivió en primera persona los efectos del fascismo italiano. En abril de 1995 impartió una conferencia titulada «El fascismo eterno» en un Congreso de Filología italiana y francesa en la Universidad Columbia, que luego se transformaría en un artículo publicado en «The New YorkReview of Books». En ella identificó catorce características del fascismo que nos pueden ayudar a identificar esa amenaza contra la libertad, frente a la banalización del término que a veces se usa con excesiva ligereza.     
              
Benito Mussolini


El fascismo eterno  

En 1942, con 10 años de edad gané el premio en los Ludi Juveniles (un concurso con libre participación obligatoria para jóvenes fascistas italianos, lo que equivale a decir, para todos los jóvenes italianos). Había trabajado con virtuosismo retórico sobre el tema: «¿Debemos morir por la gloria de Mussolini y por el destino inmortal de Italia?» Mi respuesta fue afirmativa. Yo era un muchacho despierto.

Después, en 1943, descubrí el significado de la palabra libertade. Voy a contar esa historia al final de mi discurso. En aquel momento «libertad» todavía no significaba «liberación».

Pasé dos de mis primeros años entre SS, fascistas y resistentes, que disparaban unos contra otros, y aprendí a esquivar las balas. No fue un mal ejercicio.

En  abril de 1945, la Resistencia tomó Milán. Dos días después los resistentes llegaron a la pequeña ciudad en la que yo vivía, Fue un momento de alegría. La plaza principal estaba llena de gente que cantaba y enarbolaba banderitas, invocando a Mimo, el líder de la resistencia en el área, por un altavoz. Mimo, exsuboficial de los carabineros, se involucró con los partidarios del mariscal Badoglio y  perdió una pierna en los primeros combates. Apareció en el balcón de la Municipalidad, apoyado en muletas, pálido; intentó calmar la multitud con una mano. Yo estaba allí, esperando su discurso, una vez que toda mi infancia había sido marcada por los grandes discursos históricos de Mussolini, cuyos pasajes más significativos aprendíamos de memoria en la escuela. Silencio. Mimo habló con voz ronca, casi no se le oía. Dijo: «Ciudadanos, amigos. Después de tantos sacrificios dolorosos… aquí estamos. Gloria a los que cayeron por la libertad» y eso fue todo. Volvió a entrar. La multitud gritaba, los miembros de la resistencia levantaron las armas y dispararon al aire, festivamente. Nosotros, muchachos, nos precipitamos para recoger los cartuchos, preciosos objetos de colección, pero yo había aprendido que libertad de palabra significa también libertad de retórica.

Algunos días después, vi los primeros soldados norteamericanos. Eran afroamericanos. El primer yanqui que encontré era un negro, Joseph, que me presentó las maravillas de Dick Tracy y Li’l Abner. Sus historietas eran coloridas y tenían un buen olor.

Uno de los oficiales (el mayor o capitán Muddy) era huésped en la casa de la familia de dos de mis compañeros de escuela. Yo me sentía en casa en aquel jardín en que algunos señores se amontonaban alrededor del capitán Muddy, hablando un francés aproximativo. El capitán Muddy tenía una buena educación y conocía un poco de francés. Así, mi primera imagen de los libertadores norteamericanos, después de tantos caras-pálidas de camisa negra, era la de un negro culto en uniforme caqui que decía: «Oui, merci beaucoup Madame, moi aussi j’aime le champagne…». Desgraciadamente, faltaba el champagne, pero obtuve del capitán Muddy mi primer chicle y empecé a masticar  el día entero. Por la noche, ponía el chicle en un vaso de agua para que estuviera fresco al día siguiente.

En mayo, oímos decir que la guerra había acabado. La paz me provocó una sensación curiosa. Me habían dicho que la guerra permanente era la condición normal de un joven italiano. En los meses siguientes descubrí que la Resistencia no era solamente un fenómeno local, sino europeo. Aprendí nuevas y excitantes palabras como «reseau», «armée secrète», «Rote Kapelle», «gueto de Varsóvia». Ví las primeras fotos del holocausto y así comprendí su significado aún antes de conocer la palabra. Percibí que habíamos sido liberados.

Si pensamos aún en los gobiernos totalitarios que dominaron Europa antes de la Segunda Guerra Mundial, podemos decir con tranquilidad que sería muy difícil que retornasen bajo la misma forma, en circunstancias históricas diversas.

Sin embargo, aunque los regímenes políticos puedan ser derrocados y las ideologías criticadas y destituidas de su legitimidad, detrás de un régimen y su ideología hay siempre un modo de pensar y de sentir, una serie de hábitos culturales, una nebulosa de instintos obscuros y de pulsiones insondables.

El fascismo fue seguramente una dictadura, pero no era completamente totalitario, no tanto por su blandura como por la debilidad filosófica de su ideología. Al contrario de lo que se piensa comúnmente, el fascismo italiano no tenía una filosofía propia. El artículo sobre el fascismo firmado por Mussolini para la Enciclopedia Treccani fue escrito o se inspiró fundamentalmente en Giovanni Gentile, pero reflejaba una noción hegeliana tardía del «Estado ético absoluto», que Mussolini nunca realizó completamente. Mussolini no tenía cualquier filosofía: tenía apenas una retórica.

El fascismo era un totalitarismo fuzzy (borroso). No era una ideología monolítica, sino un collage de diversas ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones. ¿Es posible concebir un movimiento totalitario que logre aunar monarquía y revolución, ejército real y milicia personal de Mussolini, los privilegios concedidos a la Iglesia y una educación estatal que exaltaba la violencia y el libre mercado?

Gramsci fue mantenido en prisión hasta su muerte, Matteotti y los hermanos Rosselli fueron asesinados, la libertad de prensa suspendida, los sindicatos desmantelados, los disidentes políticos confinados en islas remotas, el poder legislativo se volvió pura ficción y del ejecutivo (que controlaba al judicial, así como los medios) emanaban directamente las nuevas leyes, entre las cuales la de defensa de la raza (apoyo formal italiano al Holocausto).

La imagen incoherente que he descrito no era debida a la tolerancia; era un ejemplo de descoyuntamiento político e ideológico. Pero era un «descoyuntamiento ordenado», una confusión estructurada. El fascismo no tenía bases filosóficas, pero desde el punto de vista emocional estaba firmemente articulado en torno a algunos arquetipos.

El término «fascismo» se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos y continuará siempre siendo reconocido como fascista. Si le quitan al fascismo el imperialismo y tendremos a Franco o Salazar; quiten el colonialismo y tendremos el fascismo balcánico. Agreguen al fascismo italiano un anticapitalismo radical (que nunca fascinó Mussolini) y tendremos Ezra Pound. Agreguen el culto a la mitología céltica y el misticismo del Graal (completamente ajeno al fascismo oficial) y tendremos uno de los más respetados gurús fascistas, Julios Evola.

A pesar de esa confusión, considero posible indicar un conjunto de características típicas de aquello que me gustaría llamar «Ur-fascismo» o «fascismo eterno». Tales características no pueden encontrarse en un único sistema; varias se contradicen entre sí y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo. Pero es suficiente que una de ellas se presente para hacer que se forme una nebulosa fascista.

1. El culto a la tradición

El tradicionalismo es más viejo que el fascismo. No sólo fue típico del pensamiento contra reformista católico después de la Revolución Francesa, sino que nació en el final de la edad helenística como una reacción al racionalismo griego clásico.

Como consecuencia, no puede existir avance del saber. La verdad ya fue anunciada definitivamente y solamente podemos seguir interpretando su obscuro mensaje. Es suficiente observar el ideario de cualquier movimiento fascista para encontrar a os principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi fue alimentada por elementos tradicionalistas, sincretistas y ocultos..

2. El rechazo a lo moderno

Tanto los fascistas como los nazis adoraban la tecnología, mientras los tradicionalistas en general rechazan la tecnología como negación de los valores espirituales tradicionales. Con todo, aunque el nazismo sintiera orgullo de sus éxitos industriales, su elogio de la modernidad era tan sólo el aspecto superficial de una ideología basada en «la sangre» y «la tierra» (blut und boden). El rechazo del mundo moderno era camuflado como condena del modo de vida capitalista, pero se refería principalmente al rechazo al espíritu de 1789 (o 1776, obviamente). La ilustración, la edad de la razón eran vistos como el inicio de la depravación moderna. En ese sentido, el fascismo se puede definir como un irracionalismo.

3. El culto de la acción por acción

La acción es hermosa en sí misma, por lo tanto, debe realizarse antes de y sin cualquier reflexión. Pensar es una forma de castración. Por eso, la cultura es sospechosa en la medida en que es identificada con actitudes críticas. De la declaración atribuida a Goebbels («Cuando oigo hablar en cultura, cojo en seguida la pistola») al uso frecuente de expresiones como «cerdos intelectuales», «cabezas huecas», «esnobs radicales», «las universidades son un nido de comunistas», la sospecha del mundo intelectual siempre ha sido un síntoma de fascismo. Los intelectuales fascistas oficiales estaban empeñados principalmente en acusar a la cultura moderna y a la inteligencia liberal de abandono de los valores tradicionales.

4. El desacuerdo es traición

El espíritu crítico introduce distinciones y distinguir es una señal de modernidad. En la cultura moderna, la comunidad científica percibe el desacuerdo como instrumento de avance de los conocimientos. Para el fascismo, el desacuerdo es traición.

5. Miedo a lo diferente

El desacuerdo es, además, una señal de diversidad. El fascismo fomenta y busca el consenso disfrutando y exacerbando el miedo natural a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista o que se está volviendo fascista es contra los intrusos. El fascismo es, por lo tanto, racista por definición.

6. Apelación a la frustración social

El fascismo proviene de la frustración individual o social. Lo que explica por qué una de las características de los fascismos históricos ha sido apelar a las clases medias frustradas, desvalorizadas por alguna crisis económica o humillación política, asustadas por la presión de los grupos sociales inferiores. En nuestro tiempo, en que los viejos «proletarios» se están transformando en pequeña burguesía (y el lumpen se autoexcluye de la escena política), el fascismo encontrará en esa nueva mayoría su público.

7. La obsesión con una conspiración

Para los que se ven privados de cualquier identidad social, el fascismo dice que su único privilegio es el más común de todos: haber nacido en un mismo país. Ese es el origen del nacionalismo. Además, los únicos que pueden proveer una identidad a las naciones son los enemigos. Así, en la raíz de la psicología fascista está la obsesión por la conspiración, posiblemente internacional. Los seguidores tienen que sentirse sitiados. El modo más fácil de hacer emerger un complot es hacer una llamada a la xenofobia. Pero la conspiración tiene que venir también del interior: los judíos son, en general, el mejor objetivo porque ofrecen la ventaja de estar, al mismo tiempo, dentro y fuera. En Estados Unidos, el último ejemplo de obsesión por el complot fue el libro «The New World Order» de Pat Robertson.

8. La humillación por la riqueza y la fuerza de los enemigos

Los adeptos deben sentirse humillados por la riqueza ostensiva y por la fuerza del enemigo. Cuando yo era niño me enseñaban que los ingleses eran el «pueblo de las cinco comidas»: comían más frecuentemente que los italianos, pobres pero sobrios. Los judíos son ricos y se ayudan unos a los otros gracias a una red secreta de mutua asistencia. Con todo, los adeptos deben estar convencidos de que pueden derrotar al enemigo. Así, gracias a un continuo dislocamiento de registro histórico, los enemigos son, a la vez, demasiado fuertes y demasiado débiles. Los fascismos están condenados a perder sus guerras, pues son constitutivamente incapaces de evaluar con objetividad la fuerza del enemigo.

9. El pacifismo es aliarse con el enemigo

Para el fascismo no hay lucha por vida, sino vida para la lucha. Luego, el pacifismo es connivencia con el enemigo; el pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente. Sin embargo, eso trae con ello un complejo de Armagedón: a partir del momento en que los enemigos pueden y deben ser derrotados, tiene que haber una batalla final y, seguidamente, el movimiento asumirá el control del mundo. Una solución final similar implica una sucesiva era de paz, una edad de oro que se opondría al principio de la guerra permanente. Ningún líder fascista logró resolver esa contradicción.

10. Desprecio de los débiles

El elitismo es un aspecto típico de cualquiera ideología reaccionaria, en cuanto fundamentalmente aristocrática. En el decurso de la historia, todos los elitismos aristocráticos y militaristas han implicado el desprecio de los débiles. El fascismo no puede dejar de predicar un «elitismo popular». Todos los ciudadanos pertenecen al mejor pueblo del mundo, los miembros del partidos son los mejores ciudadanos, todo ciudadano puede (o debe) volverse miembro del partido.

11. Todo el mundo es educado para convertirse en un héroe.

Se educa a cada persona para que se convierta en un héroe. En cualquier mitología, el héroe es un ser excepcional, pero en la ideología fascista el heroísmo es la norma. Ese culto al heroísmo está estrechamente ligado con el culto de la muerte: ¿acaso el lema de los falangistas no era ¡Viva la muerte!? A la gente normal se le dice que la muerte es desagradable, pero es preciso afrontarla con dignidad; a los creyentes, se les dice que es un modo doloroso de alcanzar la felicidad sobrenatural. El héroe fascista, por el contrario, aspira a la muerte, anunciada como recompensa por una vida heroica. El héroe fascista espera impacientemente la muerte. Y su impaciencia, hay que resaltar, logra en la mayor parte de las ocasiones llevar a otros hasta la muerte.

12. Machismo y armamento

Como tanto la guerra permanente como el heroísmo son juegos difíciles de jugar, el fascista transfiere su voluntad de poder a cuestiones sexuales. Ese es el origen del machismo (que implica desdén por las mujeres y una condenación intolerante de hábitos sexuales no conformistas, de la castidad a la homosexualidad). Como el sexo también es un juego difícil de jugar, el héroe fascista juega con las armas, que son su sucedáneo fálico: sus juegos de guerra son debidos a una envidia del pene permanente.

13. El populismo cualitativo

El fascismo se basa en un «populismo cualitativo». En una democracia, los ciudadanos tienen derechos individuales, pero el conjunto de los ciudadanos solamente es dotado de impacto político desde el punto de vista cuantitativo (las decisiones de la mayoría son acatadas). Para el fascismo los individuos en cuanto individuos no tienen derechos y «el pueblo» es concebido como una calidad, una entidad monolítica que expresa «la voluntad común». Como cualquier cantidad de seres humanos puede tener una voluntad común, el líder se presenta como su intérprete. Habiendo perdido su poder de delegar, los ciudadanos no actúan, son llamados apenas como parte del todo, para asumir el papel de pueblo. El pueblo es, así, solamente una ficción teatral. Para tener un buen ejemplo de populismo cualitativo, no necesitamos más que la Piazza Venezia o el estadio de Nuremberg.

En nuestro futuro se dibuja un populismo cualitativo de la mano de la televisión e internet, en el cual la respuesta emocional de un grupo seleccionado de ciudadanos puede ser presentada y aceptada como la «voz del pueblo». En virtud de su populismo cualitativo, el fascismo debe oponerse a los «pútridos» gobiernos parlamentarios. Una de las primeras frases pronunciadas por Mussolini en el parlamento italiano fue: «Yo podría haber transformado esta asamblea sorda y gris en un campamento para mis regimientos». De hecho, luego, encontró un alojamiento mejor para sus regimientos y poco después liquidó el parlamento. Cada vez que un político pone en duda la legitimidad del parlamento por no representar ya la «voz del pueblo», se puede sentir el olor del fascismo.

14. El fascismo habla en una neolengua

La idea de neolengua fue inventada por Orwell en 1984, como lengua oficial del Ingsoc, el Socialismo Inglés, pero ciertos elementos del fascismo son comunes a diversas formas de dictadura. Todos los textos escolares nazis o fascistas eran de un léxico pobre y una sintaxis elemental, con el fin de limitar los instrumentos para un razonamiento complejo y crítico. Debemos, sin embargo, estar preparados para identificar otras formas de neolengua, aún cuando tomen la forma inocente de un talk-show popular.


Publicado por Antonio F. Rodríguez.

2 comentarios:

  1. Qué adecuado recordatorio. Gracias Antonio.

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  2. De nada. Es un buen día para pensar sobre el tema.
    Se me ocurre que quizás pueda ser un buen programa(como he leído en un blog) tratar de hacer justo lo contrario en cierta medida y de manera razonable: renovar las tradiciones en lo necesario, ser moderno, pensar antes de actuar, disentir y ser tolerante con la disidencia, dar la bienvenida a los extranjeros y diferentes, rechazar la xenofobia, proteger a los débiles, fomentar la resiliencia, luchar contra las conspiranoias y los bulos, ser razonablemente pacifista, evitar las manipulaciones, ser feminista, detectar el populismo, valorar la ilustración...

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