Título: Iluminaciones en la sombra Autor: Alejandro Sawa
Páginas: 280 pág.
Editorial: Nórdica
Precio: 18 euros
Año de edición: 2009
Alejando Sawa es una nota a pie de página en la
historia de la literatura española. En el santoral de la bohemia
finisecular ocupa sin embargo el estatuto de santo y mártir. Sawa llevó
una vida aventurera. Empezó a escribir muy joven. Marchó a París. Allí
conoció a los grandes. Se hizo amigo del poeta Verlaine. Decían las
malas lenguas (Luis Bonafoux) que, desde que Víctor Hugo le había besado
en la frente, no volvió a lavarse la cara. En Francia conoció a su
compañera. Volvió a España. En los cafés era un personaje legendario de
la fauna literaria.
Sawa era guapo: alto, moreno, con barba. Se paseaba altivamente envuelto en
una capa astrosa, como un rey en el destierro, recitando de memoria
versos propios y ajenos, sableando, emborrachándose, dándole al éter,
viviendo la mala vida del maldito que sabe que la miseria no perdona.
Fumaba en pipa y tenía un perro que se metía en las cocinas a comer lo
que podía. El final de Alejando Sawa fue trágico y grotesco. Agonizó
ciego y loco en una buhardilla hasta su fallecimiento en 1909. Una
muerte digna del rey Lear, afirmó Valle-Inclán. Luego, el entierro
miserable.
Los
libros de Sawa se siguen reeditando. Son una curiosidad con cierto
encanto. Tienen el aroma embalsamado de un tiempo muerto. La prosa
modernista del sevillano resulta grandilocuente y alambicada,
declamatoria, aunque se lee con gusto. Era un contador infatigable
de historias: carismático, brillante, hábil orador. Con su estilo
melodramático encandilaba a un auditorio sobrecogido. «Iluminaciones en
la sombra» se publicó en 1910, ya muerto su autor.
En
este diario íntimo, Sawa quiso dar batalla a la vida, sabiendo que ya
era tarde para todo. Sus apuntes, aparentemente dispersos
(disquisiciones, aforismos, cuentos, evocaciones), tienen un tono
crepuscular y melancólico de desabrido fin de fiesta. Sawa evoca el
pasado, dorado por la mitificación del recuerdo, para intentar escapar
de un presente cada vez más sombrío. La muerte se acercaba. En sus
páginas las ilusiones equivalen al azul del cielo. Pero la voluntad
había muerto. El esfuerzo de vivir día a día se iba diluyendo. La
memoria era el paliativo: ahí Sawa se sentía triunfador.
El creía ser un sumo sacerdote de la religión esteticista del
modernismo. No le abandonaba su adorado París. Era la capital del amor,
la cultura y la alegría. Allí vivió con plenitud. En Madrid se moría de
hambre. Desde su torre de marfil, nuevo Don Quijote, Sawa lanzaba saetas
contra la filistea sociedad burguesa. No le hacían caso. Estaba en vía
muerta.
La bohemia era
el último estertor de un romanticismo callejero que convertía la
literatura en una forma de malvivir. El escritor se consideraba un
artista entregado al Ideal con mayúsculas. Por ese Ideal lo sacrificaba
todo. La opinión ajena le traía sin cuidado. Desgraciadamente, este
elitismo del arroyo solía llevar a una muerte patética y temprana.
La
realidad no eran las exquisiteces modernistas sino un camino doloroso.
Las reflexiones de Alejando Sawa son de un pesimismo premonitorio del
desastre. Es el desencanto de quien ya se sabe póstumo. El bohemio se
abandonó a sí mismo y fue abandonado por todos. Los sablazos ya no
funcionaban. Las peticiones de ayuda caían en el vacío. Las aristas de
la vida, implacables, le hirieron de muerte. Rubén Darío escribió un
hermoso prólogo a las «Iluminaciones», pero no ayudó a Sawa mientras
vivía.
Solo quedaba
morir arrullado por las reminiscencias del pasado. Andrés Trapiello
considera un mitómano a Sawa. Sin duda, porque realmente convirtió su
vida en una tragedia. En ese sentido, le ganó la partida a la muerte:
quedó como ejemplo. Sawa no triunfó con la literatura, pero con su
existencia atormentada encarnó como nadie el mito bohemio. Dicen que
plagió a literatos franceses como Alphonse Daudet para construir su
imagen de escritor. Es muy posible. Sawa también inspiró a otros. Como
se sabe, fue el modelo de Max Estrella en «Luces de Bohemia» (1919). En
aquel «Madrid absurdo, brillante y hambriento» siguen resonando los
pasos del gran bohemio.
Son muy
dignas de leer estas «Iluminaciones en la sombra». Destacan las
sentencias breves e inapelables, con aires de aforismo. Por ejemplo: «La
lepra atrae; la salud rechaza». «Lo propio del hombre sano es la
soledad». «El Tedio que recibe en sus aposentos: un teatro». «La carrera
es larga y mis pasos se vuelven para atrás». «Aristarquía, gobierno de
los cisnes; demonarquía gobierno de las ranas». «Dormir es morir
temporalmente; todo despertar es una resurrección». «El niño se convierte
en cura como el plomo se convierte en bala: por un hecho de fatalidad
bárbara». Y esta, tan nietzscheana, tan de su época: «Quiero al pueblo y odio a la democracia». También son muy hermosas las semblanzas de escritores como Poe, Musset o Verlaine.
Alejandro Sawa
Alejando Sawa (1862-1909), el más grande representante español de
la cofradía de la santa bohemia, nació en Sevilla, en una familia
acomodada de origen griego. De muy joven se vio tocado por las musas de
la escritura. Vivió en Madrid la carrera del literato muerto de hambre.
En 1889, se fue a París, «su camino de Damasco», según Andrés Trapiello.
Fueron los «años dorados» de Sawa. Se hizo amigo de parnasianos y
simbolistas. Empinó el codo con su adorado Verlaine, el «pobre Lelian»,
como le llamaba. Hizo traducciones. Sobrevivió.
Salió
de Francia convertido en un apóstol de la literatura elevada a la
condición de fe indiscutible, a la cual debe sacrificarse todo. El
escritor vive y muere por la pluma. No se prostituye a
ningún interés que no sea su propia conciencia identificada con la
belleza. En España las cosas no marcharon bien. Poco a poco, Sawa fue
cayendo por la pendiente de la miseria y la enfermedad. Murió en
condiciones sobrecogedoras en 1909. Su nombre es hoy sinónimo de
literato marginal, noctámbulo e impenitente. Manuel Machado le dedicó un
conmovedor poema: «Jamás hombre más nacido/para el placer, fue al dolor/ más derecho». La mejor y más completa biografía de Sawa es «Alejando Sawa. Luces de bohemia» (2008) de Amelina Correa Ramón.
Publicado por Alberto.
Amelina Correa
ResponderEliminarSoy Amelina Correa, la autora de la biografía sobre el lúcido y desgraciado bohemio Alejandro Sawa que se recomienda en esta entrada del blog. Quería dar las gracias, en primer lugar, por seguir recordando su figura, una figura que continúa cautivando más de un siglo después de su muerte. Y, por supuesto, también dar las gracias por recomendar mi biografía sobre él, que escribí como fruto de muchos años de investigación y de apasionamiento por quien originaría la genial creación del Max Estrella de "Luces de bohemia".
EliminarMuchas gracias a ti Amelina.
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