Título: El último hombre blanco Autora: Nuria Labari
Páginas: 272 pág.
Editorial: Random House
Precio: 18,90 euros
Año de edición: 2022
Una sacudida. Es lo que se siente leyendo este audaz libro en el que no hay mujer, no importa su color, ideología, religión o trabajo, que en un momento o en otro —auguro que en bastantes— no se sienta removida por algo de lo mucho que cuenta Nuria Labari con una contundencia difícil de rebatir, porque lo que dice nos hace percibir que lo ha sentido, que lo ha vivido. Y lo que no sea así, lo que haya inventado, lo ha hecho con la mayor verosimilitud exigible a las obras de ficción.
Se trata de un relato en primera persona de una mujer de origen humilde, de cuarenta y cuatro años, que reflexiona acerca de lo que ha sido su vida laboral desde que comenzó su formación postuniversitaria que, al ser de alto nivel, le incitó a luchar para tener un trabajo reservado a los mejores. Y lo logró. Ha llegado a la cima de esa montaña metafórica que hay que escalar, lugar donde solo sobreviven los hombres, aunque haya mujeres porque —esta es su tesis— hay que hacerse hombre, con su forma de ser, pensar y actuar para poder llegar a los puestos directivos.
Es un personaje con el que, en teoría, solo en teoría, se podrían identificar totalmente quizás pocas mujeres, dado el hecho de ser pocas las que acceden a esos puestos (en torno a un 5 %) y una vez en ellos, ese porcentaje es mucho menor (33 % en España) que los varones y resulta además que por trabajos equivalentes cobran un 25 % menos que ellos. Por otra parte, a algunas de las que están allí quizás no les interese reflexionar en profundidad todo lo que nos propone Nuria Labari por las consecuencias que pueda tener para su propia estabilidad. Porque el libro hace temblar los cimientos más sólidamente anclados de las seguridades. Pero no solo a ellas.
De antemano, podríamos deducir también, por el tipo de mujer que es la única protagonista, que es un libro que no está pensado para la mujer media trabajadora que, aunque tiene responsabilidades no son «de alto nivel»; que gana una ínfima parte de lo que cobra una alta directiva y que o no tiene aspiraciones de llegar a serlo, porque nunca estuvo en su punto de mira, o ya descartó el ensueño de serlo por el alto coste que intuyó supondría.
Es un error pensar que no nos atañe el texto, porque es tanto lo que dice, tanto lo que analiza, tanto lo que describe de la realidad laboral actual de las mujeres, que antes o después nos toca alguno de los resortes que sacan a la luz algunos asuntos que quizás teníamos escondidos, otros dormidos, quizás latentes o nunca imaginados. Nos habla de la competitividad en el trabajo; las relaciones entre compañeros; con los jefes; con los subordinados; la relación con el propio cuerpo; la culpa al llegar a casa y ser consciente de que no ha comprado el disfraz para la fiesta infantil del hijo, o que, a pesar de haber prometido una velada tranquila con el marido, debe sacar el ordenador para terminar unas cosas que tienen que estar listas para mañana; la propia relación con su pareja, o con su hijo que ya ni siquiera protesta cuando él le cuenta algo y ella le escucha (?) mientras mira en el móvil el mensaje de trabajo recién llegado.
También sería un error pensar que solo interesa a las mujeres y no a los hombres, porque en el proceso de transformación necesario para llegar a ser alta directiva e integrarse en ese selecto club masculino tiene que pensar como ellos, actuar como los varones privilegiados que han llegado a lo más alto, incluso vestir como los hombres. Es decir, tiene que transformarse en un hombre.
Por ello, porque los conoce muy bien, también para muchos hombres puede ser una experiencia que les ayude a ser conscientes de quiénes son, dónde están, por qué y a qué precio, sin contar con el descubrimiento de sus compañeras que, al igual que ellos, son personas que sienten, padecen y sobre las que, en general, todavía sigue recayendo el peso de la conciliación.
La bonita portada de Mercedes de Bellard contribuye, junto con el título, a esa idea de la necesidad de «ser hombre, un hombre blanco» que aparece ya en el inicio de la novela y que nos deja impactados nada más comenzar a leer, «Hay un varón dentro de mí».
El proceso de cambio que comienza a los veinte años, al principio es inapreciable y a medida que lo va logrando, la protagonista va sintiendo cómo el espíritu del poder se encarna en ella para llegar a la última fase. Es desde ese punto desde el que echa la vista atrás y nos da cuenta del proceso. En este último momento, el presente, su cabeza es un hervidero en el que bullen todos sus planteamientos vitales y nos hace sentir sus inquietudes, sus miedos, sus fragilidades, algo que no se había permitido «siendo hombre».
En la construcción de ese hombre, el proceso de transformación kafkiano, como la propia autora lo define, hay un gran espacio para la ironía y el sentido del humor, para las situaciones cómicas y ridículas, para el aprendizaje de un lenguaje exclusivo de esas clases que esconde la simpleza de los mensajes que emiten o las normas existentes para todo, incluso sobre qué y cómo comer en un almuerzo de trabajo. Estos momentos atemperan la profundidad de planteamientos y aligeran la lectura, pues nos produce lo que la autora pretende, la risa.
La novela está escrita de manera tan gráfica que no nos extrañaría verla en las pantallas.
La experiencia de la lectura de este libro, a caballo entre el ensayo, la ficción y la vivencia personal, ha sido como una explosión de traca final de unos fuegos artificiales espectaculares, un increíble impacto de fuerza, fuego y luz que no da tregua, que impresiona desde su impactante comienzo y no ceja hasta que la última sensación inunda todos los sentidos, incluido el cerebro que ha dejado de pensar para ser órgano de sentimiento. Y aún terminado, humea.
¡Qué razón tenía Rosa Montero, ya en 2009, cuando en su artículo del suplemento Babelia de «El País» decía que sus cuentos le dejaron pasmada! (Véase Nuevas y buenísimas | Babelia | EL PAÍS (elpais.com)).
Así nos quedamos al leer esta espléndida novela ¡Enhorabuena, Nuria Labari!
Nuria Labari (Santander, 1979) es periodista, editora, escritora y directiva. Esta mujer rompedora, formada en Ciencias políticas, comenzó publicando un volumen de cuentos, «Los borrachos de mi vida», que recomienda vivamente Rosa Montero, y dos novelas anteriores a la que se reseña «Cosas que brillan cuando están rotas» y «La mejor madre del mundo». En sus artículos de «El País» es tan fuerte y contundente como se expresa en este libro, del que dice que no es autobiográfico, pero que todo lo que cuenta es verdad y que se documentó mucho para escribirlo, algo que resulta evidente.
La presentación en Zaragoza auspiciada por la estupenda Librería Cálamo el pasado 30 de junio estuvo a cargo de la inigualable Irene Vallejo. Fue un rato estupendo en el que de forma mágica se conjuntaron la delicadeza y ese aire etéreo de Irene y el conocimiento del tema y la simpatía de Nuria. Fue un rato en el que reinó el humor. Un lujo.
Publicado por Paloma Martínez.
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