Ayer leí en Twitter ―algo bueno tenían que tener las redes sociales― un soneto de Camões que me gustó mucho, sobre el paso del tiempo. Me parece muy bello y no deja de tener su gracia paradójica que nos conmuevan hoy unos versos, escritos hace casi cinco siglos, como si en lo esencial las cosas no cambiasen ni un ápice, unos versos que nos hablan precisamente de cambios y mudanzas.
Vamos con el soneto:
Mudan
los tiempos y las voluntades;
se muda el ser, se muda la confianza;
el mundo se compone de mudanza
tomando siempre nuevas calidades.
De continuo miramos novedades
diferentes en todo a la esperanza;
del mal queda la pena en la membranza;
y del bien, si hubo alguno, las saudades.
Torna el tiempo a cubrir con verde manto
el valle en que la nieve relucía:
igual en mí se torna lloro el canto.
Y, salvo este mudar de cada día,
mudanza, hay otra de mayor espanto:
que no se muda ya como solía.
Luís Vaz de Camões (Lisboa, 1524-1580) fue un gran poeta portugués, que también escribió algunos sonetos en castellano. Nació en una familia de la alta burguesía y recibió una sólida formación clásica; conocía los autores griegos y romanos, y dominaba el latín.
Estuvo en la corte del rey Juan III; allí se estrenó como poeta lírico y tuvo amoríos con damas nobles y también con plebeyas. Llevó una vida bohemia y después de un desengaño amoroso, se alistó en el ejército y estuvo guerreando en África, donde perdió el ojo derecho. De vuelta a su patria, hirió a un criado de palacio, por lo que fue arrestado, indultado y casi invitado a partir para luchar en tierras orientales. Allí paso nuevas penalidades, naufragó, fue arrestado varias veces y también escribió la que sería su obra maestra, el poema épico Os Lusiadas.
De vuelta en Portugal, paso penurias económicas y no obtuvo el reconocimiento que merecía. Después de su muerte, varios autores europeos empezaron a valorar su obra y hoy está considerado uno de los mejores poetas del continente. Sus poemas son síntesis del alma portuguesa y su influencia en otros poetas ha sido enorme. Parece que era pelirrojo, muy hábil en todo ejercicio físico, temperamental y pendenciero, valeroso en la batalla, un soldado con coraje y espíritu de sacrificio. También era buen compañero, alegre y bromista cuando las penalidades no quebraban su espíritu. Por lo que se sabe, era consciente de su valía como militar y como poeta.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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