viernes, 10 de noviembre de 2023

La caza del carnero salvaje - Haruki Murakami

 

Título: La caza del carnero salvaje                                                                                        Autor: Haruki Murakami

Páginas: 384 pág.

Editorial: Tusquets

Precio: 10,95 euros

Año de edición: 2018

Una de las mejores cosas que pueden decirse de «La caza del carnero salvaje» (1982) es que se trata de una novela original. Diferente. El escritor japonés Haruki Murakami plantea en ella una trama extraña, desconcertante, con toques surrealistas y kafkianos, con gran sentido del humor, unos diálogos en ocasiones dignos de los hermanos Marx y, en definitiva, un sesgo absurdo realmente regocijante. Murakami es el escritor japonés con más éxito comercial. Está muy influido por la cultura occidental. Sus libros tienen un encanto especial. Desde hace tiempo es candidato al Premio Nobel. Tiene por supuesto severos censores. Le acusan de pergeñar una literatura falsamente trascendental, facilona y repetitiva. Desde luego, está novela no es precisamente fácil. Ni repetitiva. Lo raro se inserta en lo cotidiano con una habilidad digna del mejor realismo mágico. 

Estamos en Tokio. Año de gracia de 1978. Un tipo mediocre e inteligente, al borde de los treinta años, se gana la vida como publicista. Acaba de divorciarse. Es un solitario. Le gusta escuchar música, los cuentos de Sherlock Holmes, fumar y la cerveza. También le encandilan los lóbulos de las orejas de una mujer con la que se acuesta. Su vida no tiene demasiado encanto. Es una existencia aburrida. Sin alicientes. No hay que darle muchas vueltas: la inmensa mayoría de las vidas son insignificantes. La de nuestro hombre no es una excepción. 

Cierto día recibe una fotografía en donde aparecen treinta y dos carneros. El paisaje parece del norte de Japón. El caso es que utiliza la foto para una campaña publicitaria. Uno de los carneros es distinto. Tiene una estrella marrón sobre el lomo. Resulta que este carnero es el símbolo de una organización de extrema derecha que controla entre bastidores buena parte de la política japonesa. La poderosa secta tiene un líder carismático cuya voluntad es el alma de la organización. Al publicista le encargan que encuentre en un mes al carnero de marras. Es un ultimátum: o lo encuentra o lo arruinan. Poco a poco, como la ballena blanca Moby Dick, el carnero irá adquiriendo una dimensión alucinante. Nadie sabe si existe o no. Si es una realidad o un sueño. O un sueño que interfiere en la realidad, modificándola. 

«La caza del carnero salvaje» es una novela que tarda en arrancar. Esto no quiere decir que sea aburrida. Nada de eso. El autor nos va presentando a sus personajes con parsimonia. Personas aisladas. Mortecinas. Viven en apartamentos desastrados. Tienen trabajos vulgares. Visten de cualquier manera. Trabajan sin gusto, por cumplir. Abren una cerveza. A última hora de la tarde se comen un bocadillo en un bar oscuro. Acodados en el mostrador, fuman un cigarrillo y escuchan música, mientras contemplan con aire aburrido cómo se disipan las bocanadas de humo. Son algo meditabundos. Intentan encontrarle un sentido a las cosas. Pero el sentido no aparece por ningún sitio, más allá de lo meramente instrumental. Por ejemplo: abrir y cerrar una puerta. Son situaciones así. Corrientes. insulsas. Mil veces repetidas. Cuando aparece el carnero mítico cambia el sentido de la vida. Hay algo por lo que preocuparse. El escaso vigor existencial de las criaturas de Murakami se activa con una tontería aparente que los pone en acción. La fascinación llega hasta la obsesión. 

El humor es importante en este libro. Una lograda ironía quita dramatismo a los acontecimientos. Alegra como las burbujas de una bebida. Algunas situaciones tienen una cierta calidad onírica. Pero, como Kafka, Murakami sabe dosificar cuidadosamente las dosis de fantasía, para que no arruinen la vulgar cotidianeidad en la que se mueven sus protagonistas. Eso es un gran logro: insertar lo extraño en la vida corriente sin que se resienta ni lo uno ni la otra. Dentro de lo aparentemente normal, se esconde el absurdo como causa ignota. Este absurdo posee una lógica implacable. Sus engranajes atrapan como los sueños. Quizá persiguiendo una quimera, se debe seguir adelante. Hasta el final, sea el que sea. No existe otro sentido.

El estilo es excelente. De frases breves, concisas y sencillas. Claro. Nítido. Muy trabajado para lograr la expresión exacta de aquello que quiere decirse. Nos sorprende con descripciones que consiguen una evocación perfecta con gran economía de medios: un hotel que conoció tiempos mejores, el paisaje nevado que se contempla desde una ventana empañada, la fotografía sepia de un fantasmal paisaje con carneros, una expresión cruel que se dibuja en el rictus de cierto sujeto que por la simetría de sus rasgos parece artificial o el ruido enervante de un viejo frigorífico. Los diálogos son asimismo excelentes. Dejan perplejo al lector. Se salen por la tangente sin dejar de ser certeros. Y levantan una sonrisa (o una carcajada). Disfruten con este fruto temprano del mago japonés Murakami

Haruki Murakami

Haruki Murakami (1949) es un escritor japonés nacido en Kioto, la ciudad de los mil templos. El apellido Murakami es al parecer originario de varios clanes de samuráis. Sus padres eran profesores de literatura japonesa. Estudió literatura griega en la Universidad de Waseda, mientras leía a autores norteamericanos, como Kurt Vonnegut o Richard Brautigan, que influirían en su obra. Entre 1974 y 1981 fue propietario con su esposa de un bar de jazz llamado «El gato Pedro». 

En 1988, el gran éxito de la excelente novela «Tokio blues» le catapultó a la fama. Sus libros han tenido un enorme éxito en todo el mundo. Cuentan historias aparentemente absurdas con un sesgo surreal y humorístico. Los protagonistas suelen ser urbanitas que llevan una vida apagada: anónimos entre anónimos. Hasta que los arrebata lo fantástico. Le encanta el deporte y la música. Está casado y no tiene hijos. En 2023, recibió el Premio Princesa de las Letras. Una frase de Murakami: «Yo solo escribo de lo que me da la gana». Así da gusto.  

Publicado por Alberto.

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