viernes, 5 de noviembre de 2021

Camino de servidumbre - Friedrich A. Hayek

 

Título: Camino de servidumbre                                                                                          Autor: Friedrich A. Hayek

Páginas: 368

Editorial: Alianza

Precio: 14,30 euros

Año de edición: 2011

El neoliberalismo. Ahí es nada. Para sus adversarios, el neoliberalismo es sinónimo de un capitalismo salvaje que se desentiende de las miserias y desigualdades que provoca un mercado sin restricciones. Los neoliberales contraatacan calificando a sus críticos de comunistas, totalitarios o liberticidas. De modo objetivo, se puede considerar al neoliberalismo un revival del liberalismo clásico, frente a las corrientes más progresistas que, como el socioliberalismo o la socialdemocracia, defienden el modelo keynesiano. 

Los neoliberales son liberales conservadores que quieren reducir el tamaño del Estado. La justificación es que el Estado es ineficiente comparado con el mercado. Esa desconfianza en el Estado les lleva a recelar asimismo de la política y en último término, de la misma democracia. El neoliberalismo, con su enfoque economicista, da prioridad al mercado sobre la ciudadanía.  

En el origen y desarrollo del neoliberalismo destaca el economista, jurista y filósofo austriaco Friedrich A. von Hayek (1899-1992). De familia acomodada, Hayek nació y se formó en Viena, al calor de la Escuela Austríaca. De joven, fue socialista. En 1938 se convirtió en ciudadano británico. Gran parte de su carrera profesional la desarrolló en el mundo anglosajón. Fue profesor de la London School of Economics y en las Universidades de Chicago, Friburgo y Salzburgo. Con Keynes mantuvo amistad y grandes discrepancias. Recibió en 1974 el Premio Nobel de Economía. Su hora sonaría con la revolución conservadora de Thatcher y Reagan. Su obra es muy vasta, e incluye trabajos de economía pura y también ensayos más divulgativos. Su apoyo a la sangrienta dictadura de Augusto Pinochet (una «dictadura liberal» según él) le acarreó muchas críticas, pero nadie discutió nunca su capacidad intelectual y saberes. El profesor Hayek falleció con 92 años. 

«Camino de servidumbre» (1944), dedicado a «los socialistas de todos los partidos», sigue siendo su libro más popular. Publicado durante la Segunda Guerra Mundial, se ha convertido en un verdadero best-seller del pensamiento. Constantemente reeditado, traducido a innumerables idiomas, discutido, auténtica vulgata para los liberales más a la derecha, es seguramente un libro más citado que leído. 

En esencia, Hayek defiende que la planificación económica conduce indefectiblemente a un control creciente de la sociedad, frente a un liberalismo basado en las fuerzas sociales espontáneas, la competencia y el cambio. El gran mal es el socialismo. La civilización individualista, que dominó durante el siglo XIX, agoniza con el triunfo de las doctrinas de Hegel y Marx en el veinte. 

Dice Hayek: «La cuestión está en saber si es mejor (para la convivencia) que el portador del poder coercitivo se limite en general a crear las condiciones bajo las cuales el conocimiento y la iniciativa de los individuos encuentren el mejor campo para que ellos puedan componer de la manera más afortunada sus planes, o si una utilización racional de nuestros recursos requiere la dirección y organización centralizada de todas nuestras actividades de acuerdo con un modelo construido expresamente»

Ese es el dilema que se plantea: orden social espontáneo, con un Estado que se limita a establecer las reglas del juego, o bien el constructivismo racionalista con sus oficinas de planificación. Hayek da su solución: liberalismo.

El hombre es limitado. Escribe Hayek: «El hecho trascendental es que al hombre le es imposible abarcar un campo ilimitado, sentir la urgencia de un número ilimitado de necesidades. Se centre su atención sobre sus propias necesidades físicas o tome con cálido interés el bienestar de cualquier ser humano que conozca, los fines de que puede ocuparse serán tan solo y siempre una fracción infinitésima de las necesidades de todos los hombres. Sobre este hecho fundamental descansa la filosofía entera del individualismo».

De acuerdo con esa filosofía liberal, la acción común se limitaría a aquellos aspectos en donde las personas concuerdan sobre fines comunes. Por esa razón, el Estado debe ceñirse a las esferas en donde el acuerdo existe; en caso contrario, si no hay acuerdo, el Estado se ve obligado a suprimir la libertad individual de determinadas personas. Pero si el Estado sustituye al mercado como organismo distribuidor de bienes y servicios el resultado sería la arbitrariedad, porque una élite decidirá qué intereses deben predominar a expensas de otros. El mercado, en cambio, armoniza los intereses de compradores y vendedores gracias al mecanismo impersonal de los precios. 

Así pues, el Estado debe garantizar la seguridad de los contratos entre los particulares. Solo con el capitalismo es posible la verdadera libertad, que para Hayek es una realidad dinámica, que cambia constantemente, al igual que se transforman nuestros conocimientos, necesidades o aspiraciones, que el mercado siempre se encarga de satisfacer. Y una profecía: «Cuando llegue a ser dominada por un credo colectivista, la democracia se destruirá a sí misma inevitablemente». Claro que cree que la democracia es únicamente un medio para garantizar un fin superior como es la libertad individual. Desde su punto de vista, solo es verdadera democracia la democracia liberal. Para Hayek, una democracia ilimitada lleva a un creciente intervencionismo estatal, y de ahí a la tiranía de la mayoría, verdadera pesadilla para los conservadores.

La planificación centralizada implica un totalitarismo tendencial. Para poner en marcha los planes de ingeniería social, se necesita una burocracia cada vez más poderosa, y que se legitima a sí misma en nombre del bien común. El señuelo es la justicia social o la igualdad, que Hayek considera simples «abstracciones». Sin entrar a discutir las buenas intenciones de esas medidas, señala que si se confía ciegamente en una estructura de tecnócratas, que cree reunir toda la información y poseer todas las soluciones, se acabará llegando al totalitarismo por una buena causa. Las instituciones planificadoras controlarán al individuo como productor y consumidor, pero también intentarán simplificarlo para reducir la heterogeneidad humana a un mínimo común denominador.

En una palabra: «La planificación central significa que el problema económico ha de ser resuelto por la comunidad y no por el individuo; pero esto implica que tiene que ser también la comunidad, o, mejor dicho, sus representantes, quienes decidan acerca de la importancia relativa de las diferentes necesidades».

El colectivismo no respeta los derechos individuales. Es totalitario. Adiós al Estado de derecho. No obstante, Hayek sí admite cierto intervencionismo estatal en algunos casos. 

Así pues, considera el mercado como un orden espontáneo resultado de innumerables interacciones individuales basadas en decisiones racionales. El mercado es libre, se autorregula, cambia y fomenta la innovación. El dinamismo del mercado coincide con el espíritu de libre iniciativa inherente a una sociedad próspera basada en el conocimiento y la competencia. Lo contrario, de acuerdo con esta perspectiva bastante maniquea, es una burocracia estatal en donde siempre acaban prosperando «los peores».

En conclusión, debe volverse al camino abandonado después de 1914. La Primera Guerra Mundial implicó centralizar y dirigir. La libertad liberal entró en crisis. Hay que regresar al libre mercado. Hayek considera que el capitalismo es el prerrequisito de todas las libertades asentadas sobre la propiedad privada. Un orden internacional justo implica asimismo instituciones internacionales limitadoras de la soberanía estatal sobre los ciudadanos. Si el liberalismo puede definirse sucintamente como limitación del poder, hay que reconocer que Hayek era liberal de alma. 

Naturalmente, hay mucho de discutible en «Camino de servidumbre». No está nada claro que el mercado sin más conduzca a un sistema respetuoso con las libertades. En China no es así. En Chile o Argentina durante los años 70 y 80 del siglo XX las políticas neoliberales de desregulación fueron emprendidas por gobiernos autoritarios mediante la represión más despiadada. Evidentemente, no es liberalismo todo lo que reluce. Tampoco se ha cumplido el vaticinio hayekiano de que el intervencionismo económico lleve por fuerza al totalitarismo. El Estado del bienestar no es totalitario, sino el desarrollo lógico de los derechos sociales, que forman parte de la tradición liberal, al igual que los derechos civiles y políticos.

Quizá en donde el libro de Hayek patina más es en su obsesión por relacionar socialismo y totalitarismo. En sus censuras contra los socialistas, «progenitores cultos de una bárbara casta», olvida alegremente el apoyo de las élites capitalistas alemanas a la aventura nazi, mientras que el socialismo democrático alemán, el SPD, fue el único partido que en marzo de 1933 votó en contra de la Ley de plenos poderes de Hitler, que instauró el régimen totalitario en Alemania. En ese momento, el socialismo se quedó solo defendiendo lo poco que quedaba en Alemania de libertad y democracia. Cuando en 1945, Churchill vinculó hayekianamente al Partido Laborista con la Gestapo (!!!), el resultado fue que perdió estrepitosamente las elecciones ante Clement Attlee. Y es que hay tonterías que son inadmisibles, las diga quien las diga, además de completamente falsas. 

Pese a todo, «Camino de servidumbre» es un libro valioso e importante. Escrito de manera clara, diáfano en su argumentación, coherente, brillante en muchas de sus páginas, admirable en algunas, discutible o errado en otras, los años lo han convertido merecidamente en un clásico. 

Friedrich A. Hayek 

Publicado por Alberto. 

3 comentarios:

  1. Huy, el neoliberalismo. Se podrían comentar muchas cosas. Como que ya John F. Nash, el matemático de "Una mente maravillosa", consiguió el Premio Nobel de Economía en 1994 por demostrar matemáticamente que, en condiciones muy generales, la libre competencia de los egoísmos individuales no conduce a la mejor solución colectiva, es decir que Adam Smith estaba equivocado y la mejor solución para la sociedad se alcanza cuando sus miembros se guían por el bien común. Pura lógica.
    También conviene recordar que el neoliberalismo extremo conduce a aberraciones como los terraplanistas, los antivacunas y que difícilmente pueda hacerse algo para paliar el cambio climático sin una planificación y cloordinación centralizadas. En fin, que lo ideal es un equilibrio entre libertad individual y reglas intervencionistas, lo difícil es encontrar ese punto medio óptimo. Pero las socialdemocracias, como los países nórdicos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda parecen haber acertado bastante porque salen siempre en los primeros puestos de cualquier clasificación internacional de parámetros de bienestar social y progreso (reparto de riqueza, índices de democracia, calidad educativa, transparencia...).
    Salud y libros.

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  2. Gracias por tus observaciones Antonio. Efectivamente, el problema es que Hayek cree en una especie de armonía preestablecida como consecuencia de la ley de la oferta y la demanda. La mano invisible de Adam Smith, que convierte la búsqueda del beneficio propio en felicidad colectiva (tan invisible, que es un fantasma inexistente). El individualismo es la base del sistema hayekiano. Pero una sociedad no es una suma de individuos que únicamente compiten entre sí en el mercado. Aquello de Thatcher de que ella no conocía la sociedad, sino solo a individuos que se detestan entre ellos, es puro anarquismo conservador. Hayek hay que decir que defiende la existencia del Estado y ese conjunto de instituciones, costumbres o leyes que vienen dadas por la tradición histórica (lo que le acerca al conservadurismo de Burke, por ejemplo). Pero no quiero enrollarme más.

    Es evidente que sin planificación no hubiera podido combatirse eficazmente la pandemia del covid, por ejemplo. Además, la acumulación en plan monopolio del poder en manos privadas es ahora mismo una amenaza mayor para la libertad individual que el Estado social y democrático de derecho, que se limita a sí mismo. Si uno es liberal, debe estar en contra de los excesos del poder, sean los de un Estado autoritario o los de una gran empresa transnacional por encima de la ley. Por lo demás, cuando vemos las diferencias de ingreso entre las clases sociales la "libertad" se convierte en un soberano sarcasmo.

    Y totalmente de acuerdo en que el modelo socialdemócrata o mixto es el de los países más democráticos y civilizados. Cuando los neoliberales ponen de ejemplo Chile o Hong Kong no sé si reír o llorar. Hayek, creo recordar, también era un fan de la Sudáfrica racista. Esto los liberales de condición y casta suelen esconderlo.

    De todas formas, es muy recomendable leer y reflexionar sobre este libro.

    Un cordial saludo.

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  3. Sí, el libro parece muy muy interesante.
    Gracias, salud y libros.
    Antonio

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