Título: El país de las últimas cosas
Autor: Paul Auster
Páginas: 208
Editorial: Anagrama
Precio: 7,50 euros
Año de edición: 1994 (17ª edición)
He leído muchas cartas, fuera y dentro de la literatura. En el
ámbito de las letras, «Carta al padre» de Kafka tal vez sea la más popular de
todas, pero recientemente he tenido ocasión de leer «El país de las últimas
cosas», un excepcional relato epistolar de ciencia-ficción, que bien podría
competir en popularidad, salvando las distancias, con la ideada por el escritor
clásico austrohúngaro.
Paul Auster (Nueva Jersey, 1947), en su misiva, encarna a Anna Blume para escribir una carta a su novio. Ella es una
chica de diecinueve años, inmigrante, en busca de su hermano en una ciudad inhóspita.
Los desmanes del medio que el autor describe son fruto del
culto a la muerte que guardan sus habitantes. El inevitable trance biológico,
final por el que toda persona ha de pasar, alcanza un protagonismo exacerbado en esa sociedad.
Tanta es la idolatría a la defunción que el asesinato es considerado casi una
obra de arte y ante todo, un negocio. Empiezan a abundar clínicas de eutanasia,
clubes para el asesinato y sectas destructivas.
La novela, de concepción apocalíptica, guarda numerosos
aspectos en común con otras distopías, especialmente con las clásicas. Aparte de su fundamento, firme, genuino y bien estructurado, Auster hace una ligera alusión a «Fahrenheit 451» y «1984» al comprometer a los mandatarios políticos por el
desconocimiento del entorno y la vida de sus ciudadanos, y eximir a éstos
de responsabilidad. No deja de ser un pasaje aislado, incluso evitable para el
transcurso de la historia, del que ha querido dejar constancia, como «recadito» a
la última clase privilegiada que queda en el mundo occidental: la clase
política.
Más allá de la historia narrada, siguiéndo apoyandose en
clásicos de la literatura como «El Quijote» o la ya mencionada novela de
Bradbury, queda implícito el propósito de reflejar la importancia de los buenos
libros para evitar la deshumanización de la sociedad. Hay quemas de volúmenes, usados como leña, que se narran como dramáticas destrucciones. Se aprovecha la ocasión para hablar del
interés de algunos ejemplares y a la vez, para renegar de otros, como los relatos rosas, los discursos políticos y los libros de texto, de manera similar a cómo Cervantes ridiculizó las novelas de caballería.
«El país
de las últimas cosas» es una excelente composición que ahonda en principios que
ya trataron otros grandes de la literatura.
Paul Auster
Publicado por Jesús Rojas.
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