domingo, 29 de julio de 2018

Izet Sarajlic, poeta


Izet Sarajlic (Doboj, 1930-2002), poeta bosnio, nació en una ciudad del norte del país, Doboj, el centro ferroviario de Bosnia que une todas las ciudades y pueblos. Siendo niño, su familia se trasladó a Sarajevo y él ya vivió en la capital toda su vida.

Publicó su primer libro de poemas, titulado En la reunión, a los 19 años, con buena acogida de la crítica. Estudió Filosofía y Literatura Comparada, y se doctoró en Filosofía en la Universidad de Sarajevo. Publicó más de 30 libros de poesía, además de escritos políticos, artículos y traducciones, fué profesor en esa universidad, miembro de la Academia de Ciencias y Artes, del Círculo de Escritores de su país y el poeta bosnio más respetado y traducido a otros idiomas del siglo XX.

Él decía que pertenecía al siglo XX, cuando llegó el año 2000 ponía en las cartas que enviaba a los amigos 999+1, 1999+2...

Sarajevo, durante la guerra

Ésta es la biografía resumida del que parece ser el poeta bosnio más importante del siglo pasado. Pero hay algo que no aparece entre las cifras y los hechos más destacados de su vida: fué el poeta de la Guerra de Bosnia, el alma sensible que no cerró los ojos, ni huyó ante el horror, aunque tuvo ocasión, sino que se quedó como testigo porque allí estaba todo cuanto amaba y convirtió en poemas lo que vivió.

Fué capaz de escribir una poesía tierna y delicada, veteada con el espanto de la guerra, versos terribles y bellos, conmovedores e impresionantes. Aquí os dejo una muestra, en este enlace y en este podéis leer más.


Nuestros encuentros de amor en el León

Qué hermosa vejez pudimos haber tenido
tú y yo
sin toda esta locura nacionalista eslavo meridional.
Y en cambio,
después de todo sólo nos han quedado
estos encuentros de amor tristes
en el cementerio del León.
Ahora quiero decirte
que por momentos logro ser feliz
en medio de esta infelicidad
cuando en el cementerio me sorprende la lluvia.
Cuánto me gusta empaparme junto a tí.


La suerte a la manera de Sarajevo

En Sarajevo,
en esta primavera de 1992,
cualquier cosa es posible.
Estás en una cola para comprar el pan
y despiertas en un hospital
con una pierna amputada.
Después, incluso reconoces que has tenido mucha suerte.


Busco una calle para mi nombre

Paseo por la ciudad de nuestra juventud
y busco una calle para mi nombre.
Las calles grandes, ruidosas,
se las dejo a los grandes, ruidosos, de la historia.
¿Qué hacía yo mientras se hacía la historia?
Sencillamente te amaba.
[...]
Lo más importante
es que la calle que lleve mi nombre
no le suceda nunca a nadie una desgracia.


Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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