Título: El libro de los reyes Autor: Firdusí
Páginas: 280
Año de edición: 2011
De vez en cuando, viene muy bien leer un clásico, para limpiar los circuitos cerebrales y serenar el espíritu. Y si es de otra cultura, mucho mejor. Como, por ejemplo, el magnífico El libro de los reyes o Shāhnāmé, un extenso poema épico de 60.000 versos —de los que se conservan unos 40.000— escrito hacia el año 1000, subtitulado «Historias de Zal, Rostam y Sohrab». Se trata de la gran epopeya de la cultura persa y un libro muy importante para los 300.000 zoroastrianos que quedan en el mundo. La obra, que algunos llaman el «Corán persa», está basado en tradiciones orales cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos y cuenta la historia de los iranios desde la creación hasta que fueron dominados por los árabes en el siglo VII. Recoge la historia antigua de Irán, sus valores culturales, sus religiones ancestrales (zoroastrismo), y un sentido profundo de patria. El original está escrito en persa puro, sin rastro del árabe.
Este libro contiene un largo fragmento del original, el que nos cuenta la historia de sus tres principales héroes: Zal, criado por el ave Simurg porque su padre lo abandonó al ver que tenía el pelo blanco, tenía pestañas también blancas y piel clara, así que parece que era un albino; Rostam, hijo de Zal, un héroe invencible, alto como un ciprés y fuerte como un elefante, y Sohrab, el hijo de Rostam, que creció alejado de su padre por una serie de peripecias y que acaba enfrentándose a su padre en una dramática batalla que da lugar al impactante desenlace. El gran héroe del texto es el poderoso Rostam, que a los ocho años era tan grande como su abuelo, una figura legendaria que no se sabe en qué época vivió. Tiene algunos de los rasgos de Surena, el héroe de la batalla de Carras (53 a. C.) en la que los persas vencieron a los romanos, y muchos detalles de la narración remiten al periodo arsácida, que va del 247 a. C. al 224 de nuestra era. Quizás sea una figura legendaria que vivió en aquella época sobre la que se han ido depositando detalles de varios personajes.
El texto es curiosísimo, no resulta nada aburrido y tiene una elegancia notable en el lenguaje que utiliza. Hay muchas cosas que llaman a atención del lector: aparecen la maza y el lazo, dos armas anteriores a la edad de los metales; el poderoso Rostam tiene un caballo también mítico, el terrible Rajsh (significa luminoso), rojo y blanco, que solo se deja montar por Rostam; aparece una princesa guerrera, Gordafarid, hábil y fuerte como un hombre, que no resulta derrotada; la descripción de una cesárea, realizada cuando nace el enorme Rostam; la mención continua a la Rueda universal que gira, es decir, el destino; en aquella época, había cebras en Irán; la mención frecuente a las pestañas (cuando unió las pestañas, cuando murió; con la pestaña mojada, emocionado...) , y muchos otros detalles, pero sobre todo, el lejano parecido que tiene con la Ilíada. Aquí aparecen, como en el poema homérico, bellas metáforas sobre el inicio del día («... cuando el sol dispensador de perlas levantó su tienda de seda blanca»). Se repiten las mismas comparaciones para describir a los grandes héroes, que son altos como un ciprés, de cintura como un junco y cara como una primavera, fuertes como elefantes, valientes como ballenas, de brazo y pescuezo de león, con andares de faisán, que se lanzan al combate como elefantes ebrios. y en ocasiones, se utilizan epítetos, como el blanco Zal, Rostam el héroe del universo o Rostam el poderoso.
El texto es muy bello, resulta expresivo, ameno y lleno de un tono poético muy particular. Hay muchas frases que se quedan en la memoria y vale la pena citar: «El bien y el mal no quedan nunca ocultos», «No se puede esconder el odio bajo la falda», «No hay hierro oxidado al que no se puede hacer recuperar el brillo», «Nadie llegará al cielo vivo. Es sabido: todo hombre es caza. La muerte le caza», «... se estremecían como carne al asarse en el fuego...», «El que posee bienes, además de comer, por agradecimiento, debe también dar algo al estado que, a su vez, lo dará al que no tiene para comer y al que no es capaz de sostenerse», «Aunque tengas la cabeza enjabonada, no te aclares» (cuando hay una urgencia y mucha prisa), «No se puede coser el ojo de la codicia», «Al oír estos relatos de tí, me he mordido los labios de deseo», «Cuando el Sol luce y también la Luna ¿por qué muestra su cara la estrella?» (hay muchas cosas en el mundo que no entendemos.
En fin, un clásico deslumbrante, un libro que me ha encantado, emocionante, muy poético, ameno, lleno de sorpresas y curiosidades. No es exagerado decir que es una de las obras maestras de la literatura universal y me parece que es un libro que gustará a todos. Muy recomendable.
La espléndida versión española, que mantiene el aroma clásico del original, traducida directamente del persa clásico, es obra de Clara Janés, Premio Nacional de Traducción 1997 y académica de la lengua, y Ahmad Mamad Taherí, periodista, traductor y fundador del Centro Persépolis. El prólogo, que ofrece una adecuada introducción, es también de Clara Janés y esta edición está ilustrada con representaciones antiguas de los héroes. Por último, hay que decir que hay otra edición de Alianza en rústica, más barata.
Hakim Abul-Quasim Firdusí (Tus, Irán, 935-1020), o simplemente Ferdusí, es el poeta persa más conocido y probablemente, también el más grande. Nació en una familia de ricos terratenientes y pasó toda su vida en el Jorasán, al nordeste de Irán. Se sabe poco de su vida. Tuvo una esposa, que sabía leer y escribir, y al menos un hijo, que falleció a los 37 años y al que lloró el poeta en una conocida elegía.
Disfrutó del generoso patrocinio primero del príncipe persa samánida Mansur y después, del sultán turco Mahmud. Mantuvo la pureza de la lengua persa en sus versos, incluso cuando los turcos tomaron el poder; Firdusí se convirtió añ Islam, pero arabizó ni sus costumbres ni su lengua. Comenzó a escribir El libro de los reyes cuando tenía unos 42 años, y acabó la última versión hacia el final de su vida, cuando tenía 75 años. Son 60.000 versos, lo que la convierte en la epopeya más larga de la literatura después del Mahabharata.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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