Título: Los muertos de Roni Autor: Leo Aflalo
Páginas: 199
Año de edición: 2004
Descubrí por casualidad este libro raro e inclasificable, que se supone es una novela, de un autor desconocido para mí, simplemente, porque me atrajo su portada. Reproduce una fotografía antigua, en tonos marrones, en la que se ve a una novia andando por una calle empedrada del brazo del que debe de ser su padre y padrino, probablemente camino de la iglesia. Lo abrí, y si esa imagen era atractiva, la primera frase del texto me resultó todavía más atrayente: «No soy capaz de recordar con precisión cuándo empecé a vivir con los muertos. Tampoco estoy muy seguro de quién dio el primer paso. Si fueron ellos o yo».
En esta obra, subtitulada en páginas interiores «Crónicas confusas y antiguas, soñadas y verdaderas, de dos familias judías, entre Tánger y Tetuán», el autor escribe sobre sus antepasados y loe evoca mediante un curioso método: visita los lugares en los que vivieron, deambula por los cementerios en los que están enterrados, recorre las ciudades en las que vivieron y habla son ellos, les sueña e imagina, hasta el punto de obsesionarse y convencerse de que establece una relación con ellos, imagina qué dijeron, cómo eran y hasta lo que dicen. Es lo que Aflalo llama su trabajo con los muertos, cuyo objetivo es investigar, adivinar sus emociones, lo que sintieron en los momentos clave de sus vidas.
El resultado es una narración bellísima, una novela autobiográfica y, digamos histórica, que recuerda a Tánger y Tetuán judías, sus costumbres, su atmósfera y su ambiente, mientras reconstruye la historia de dos familias judías sefardíes de las más importantes de Marruecos a principios del siglo XX. El libro se divide en tres partes. La primera, arranca con la boda en Tetuán de sus abuelos paternos, Preciada y Aarón, la que corresponde a la portada, Nueve meses después, nacería su padre, la madre moriría podo después del parto y Aarón fallecería en su viaje a España para encargar dos lápidas como él quería, una para su mujer y otra para él. La segunda parte nos habla del Marshán, un barrio de Tánger dominado por una gran explanada que le da nombre. El autor se sitúa en una terraza que domina esa parte de la ciudad, en la que vivió su familia materna, y mirando sus callejuelas y casas imagina, y casi ve, a sus antepasados andar por allí, en una deliciosa evocación. Y en la última parte, Aflalo se desplaza a los lugares en los que vivió su familia en Tetuán y aplica sus métodos, que incluyen los sueños, para reconstruir el pasado. En el texto se insertan documentos oficiales, como partidas de nacimiento, actas de defunción y certificados de matrimonio, que anclan la narración a la realidad y le dan verosimilitud.
En estas páginas aparecen la costumbre sefardí de poner a los hijos el nombre de los abuelos —el autor se llama Aarón, como su abuelo, y de ahí Aaroni y después, Roni—, que los salmos del Rey David constituyen un consuelo cotidiano para los judíos, que las familias muy pobres llevaban una olla de piedras al horno comunal en Sabbat para disimular sus carencias, que hay serpientes en los cementerios que en ocasiones te pueden guiar para encontrar la tumba de tus antepasados, una mujer que no quería quedarse por la noche con la radio encendida por si salían todos los que estaban dentro del aparato, otra que tuvo la radio encendida toda la noche porque no sabía apagarla, un doctor que curó un caso de asma insertándole un garbanzo en el costado al paciente, el cuento de la víbora y el de la cachiporra, un rabino que se salvó en un naufragio agarrándose a los cuernos de un buey, dos médiums que podían discutir durante horas en francés —lengua que no conocían— poseídas por los espíritus de Napoleón III y Víctor Hugo, un esclavo que no quería ser libre, el hombre que daba la hora exacta sin haber visto jamás un reloj, el loco que solo contestaba cuando le llamaban Catalina y cien historias más, incluyendo costumbres, peripecias históricas, hechos insólitos y sucedidos extraordinarios.
Unas cuantas citas pueden ayudar a explicar el tono que impregna todo el texto: «Ocuparse de los muertos es el acto de caridad más desinteresado que existe», «En el caso de mis muertos, me conformo con una melodía tenue, lejana. Pero que sea clara para no olvidarla nunca», «Vivo con mis muertos [...], los echo de menos cuando no puedo ocuparme de ellos», «Las ciudades también se mueren. Tardan mucho en descomponerse, eso es todo», «Y he comprobado que, a la hora de sufrir, igual da estar vivo que ser un muerto», «Los muertos del Marshán me reclaman [...] En realidad, casi todos mis muertos son del Marshán», «Vivir con los muertos exige práctica, entrenamiento», «Los muertos saben cosas que nosotros no sabemos. Tienen secretos», «Creían que convocaban a los muertos y no se daban cuenta de que eran los muertos los que los convocaban a ellos», «Su sola presencia me hacía sentir bien», «Me confundo cada vez más a menudo entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos [...] El mundo de los muertos es más silencioso que el de los vivos [...] Pasa lo contrario con los olores. Son bastante más fuertes en el mundo de los muertos».
En suma, una obra extraordinaria, muy original, que te envuelve y te transporta a otro mundo, nostálgico y misterioso, lleno de sugerencias y afectos. El lenguaje es poético, evocador y está dotado de cierto laconismo, lo que hace que el mensaje sea más potente. Una novela mágica y maravillosa, de gran interés literario, histórico e incluso antropológico. Una rareza deliciosa que no se debe perder ningún buen lector. Para acabar, otro detalle más: la frase con la que termina, «Nunca estaré solo».
Es un libro bastante difícil de conseguir, pero se puede encontrar en Iberlibro y en varias bibliotecas de la Comunidad de Madrid. Si alguien lo ve por ahí, que no lo deje escapar.
Leo Aflalo nació en 1949 en Tánger (Marruecos). De 1967 a 1974 vivió en París, donde cursó estudios de comercio, de literatura y de ciencias políticas. Desde 1975 reside en Madrid y se dedica a la promoción internacional de proyectos industriales. Ha escrito cuentos y colabora con algunas revistas. Los muertos de Roni es su primera novela.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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