Título: El cónsul honorario Autor: Graham Greene
Páginas: 397
Editorial: Edhasa
Precio: 9,95 euros
Año de edición:2007
«El cónsul honorario» (1973) es la historia de tres hombres marginados por una sociedad que desconfía de ellos cuando no los desprecia. El padre inglés del doctor Eduardo Plarr desapareció en las cárceles de Alfredo Stroessner. Eduardo vivió en Buenos Aires con su madre. No se adaptó bien a la gran ciudad. Plarr acabó regresando a las orillas del río Paraná, cerca de la frontera paraguaya. En esa pequeña ciudad del norte argentino los ruidos de la civilización van quedando atrás. La región del Chaco es salvaje. Domina la selva. El médico lleva una vida solitaria: desde su apartamento contempla el río, los barcos que pasan, el ruido de los trabajadores del muelle, un cadáver hinchado arrastrado por las aguas. Plarr atiende a los notables de la ciudad. Se acuesta con algunas de sus mujeres. También frecuenta un prostíbulo. La suya no es precisamente una existencia brillante.
Plarr conoce al cónsul
honorario británico en circunstancias patéticas. Charley Fortnum es un sesentón
borracho y divorciado. No se hace ilusiones. No cree en nada. Le gusta vivir en
su casa de campo. Conduce un Jeep desvencijado al que llama la niña de sus
ojos. Cuando se casa con la exprostituta Clara renace en él cierta esperanza.
Clara está embarazada. El cónsul intuye que le queda poco de vida. Quiere dejar
en buena situación a su mujer. Plarr es el médico y amante de Clara.
El tercer personaje es un cura paraguayo amigo de la infancia de Plarr. Colgó los hábitos harto de los abusos de los poderosos. Sin embargo, el padre León Rivas no ha perdido el deseo de establecer el reino de Dios en la tierra. Pero la labor clerical es inútil contra una pobreza aplastante. El único apostolado en esas condiciones es el de las armas. Así que se convierte en un guerrillero. Su fe es ahora la fe en la revolución. Cristo no era un manso de corazón, sino un revolucionario. La no violencia hace el juego a los más violentos. El cristianismo es liberación. Liberación es revolución. En nombre de la revolución el padre Rivas deberá matar y morir.
Los guerrilleros secuestran por error al cónsul. Querían atrapar al embajador norteamericano. Plarr les pasó la información. La complicidad del médico no es fervorosa. Tomó la decisión empujado por el ejemplo de su amigo guerrillero, la despreciable burguesía que le rodea y la miseria de los arrabales. Quizá incluso por aburrimiento. Pero los vericuetos de la casualidad son inesperados.
De los tres, el más resignado es el cónsul. Escéptico y fatalista, intuye lo peor. No comparte las justificaciones de sus captores. Fortnum se considera inocente porque es insignificante. Su sacrificio sería un acto de crueldad gratuita. Al dictador paraguayo (que está de pesca) no le importa nada que viva o muera. Sus compatriotas ingleses tampoco se desviven por salvarlo. En realidad, está completamente solo. Fortnum necesita beber, adora a su mujer embarazada (amor no correspondido) y se emociona pensando en su hijo. Alcohol, amor y descendencia: para Fortnum, es suficiente. El cónsul está cansado de vivir, pero no quiere morir.
El médico se convierte en colaborador de un secuestro casi sin darle importancia. No parece tan grave. Es un juego. No saldrá nadie lastimado. En todo caso, el embajador norteamericano es cómplice de los tiranos que atormentan Latinoamérica. Pero el pobre cónsul honorario es inofensivo. Un viejo inglés borracho en un lugar equivocado. No lo matarán. Un malentendido absurdo no puede terminar en un crimen a sangre fría. Cuando advierte el peligro, Plarr está tan involucrado que ya no tiene salida. Llega tarde a su oportunidad de escabullirse. Un cónsul alcohólico, un cura revolucionario y un médico descreído compartirán aventura. Están atrapados. Se acerca un helicóptero. El ruido de sus aspas corta el aire. Suena un disparo lejano.
El excura obedece las órdenes de un jefe oculto. Los compañeros de su célula han sufrido en sus carnes la represión gubernamental. Piensan que si ellos pueden morir no hay que titubear a la hora de apretar el gatillo. La debilidad conduce al desastre. La dureza es garantía de éxito, aun cayendo inocentes. La disciplina es inevitable. Los idealistas armados que defienden que el fin justifica los medios acaban siendo crueles pese a sus iniciales reparos éticos. Callejón sin salida. En el cristianismo revolucionario del padre Rivas el carácter sagrado de la vida humana pierde importancia. Se impone el lenguaje de las armas.
La ciudad de «El cónsul honorario» es provinciana, cerrada, asfixiante. Los días pasan lentos y turbios como el río Paraná. Los individuos representan un papel en sociedad para escapar de una vida por lo general mezquina. El machismo es la norma. La prostitución, una plaga. Cunde la desconfianza. Las relaciones son superficiales. Habitual el engaño. Graham Greene critica el tedio burgués, que en Eduardo Plarr cristaliza en una melancolía digna de los héroes de Mvia. Los miserables vegetan. Los chispazos de rebeldía prenden en los suburbios. Los stienen conversaciones como esta: «¿No tienes ninguna hermana? Sí. Parió a un hijo en el campo, lo estranguló y después se murió».
Nadie se conoce. Plarr engaña al cónsul honorario. Finge inocencia ante la policía. Sale de su casa sin hacer ruido para no alarmar a unos vecinos siempre alertas. Clara simula un amor que no siente. El padre León intenta inútilmente consolar a su prisionero. En silencio admite que su vida pende de un hilo. Quien ve los hechos desnudos es el cónsul honorario, convertido en un inesperado chivo expiatorio.
Esta estupenda novela
fue correctamente adaptada al cine en 1983 por John Mackenzie. Michael Caine
interpretó magistralmente al fracasado diplomático.
En sus libros las atmósferas son turbias, cargadas y pesimistas. La ambigüedad moral hace oscilar a sus personajes entre el bien y el mal. La negrura del alma humana fue su inspiración. Nunca le gustó ser calificado de novelista católico. «Soy un católico que también escribe», decía. No obstante, en sus libros el pecado, la culpa y la expiación ocupan un lugar importante. Graham Greene falleció con 86 años en Vevey (Suiza).
Publicado por Alberto.
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