Título: Halloween. La muerte sale de fiesta Autor: David J. Skal
Páginas: 302
Editorial: Es pop ediciones
Precio: 19,95 euros
Año de edición: 2019
Halloween es una fiesta anglosajona que se ha universalizado en las últimas décadas. Ya saben: niños que se disfrazan de monstruitos y recorren alborozados las calles dando sustos, cabezas de calabaza con una vela dentro… A los más antañones de nuestros compatriotas no les gusta nada este festejo, que consideran un ataque paganizante contra venerables tradiciones cristianas. Hay quien habla de colonización cultural. Pese a todo, Halloween se celebra alegremente en nuestro país.
De analizar los orígenes de Halloween y la gran industria cultural que ha generado en los EE. UU. se ocupa este entretenido libro de David J. Skal. Halloween es la fiesta de los muertos. Sus raíces remotas se remontan al Samaín de los celtas. Durante esa fiesta, los espíritus de los muertos volvían a la tierra para relacionarse con los vivos. Con el paso del tiempo, el Samaín se fue mezclando con otras celebraciones romanas, para sufrir luego un proceso de cristianización para dar lugar al Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre). En una Europa a medio cristianizar las viejas religiones se resistían a morir. Acabaron sobreviviendo de manera sincrética en el folklore campesino y las creencias supersticiosas sobre fantasmas, duendes, trasgos y hadas. En aquellas regiones célticas en donde se mantuvo más vivo el viejo folklore, como Irlanda y Escocia, fue fraguándose lo que hoy conocemos como Halloween.
Esa fiesta llegó a Estados Unidos durante los siglos XIX y XX con las sucesivas oleadas de inmigrantes irlandeses y escoceses. Esos colectivos fueron aportando al acervo folclórico norteamericano sus tradiciones originarias. La fiesta de Halloween se fue adaptando a cada período histórico. En la Norteamérica victoriana y eduardiana tenía un tranquilizador tono burgués; incluso la calabaza se mostraba amable y servicial. Durante los felices años veinte, Halloween se convirtió en una fiesta de jazz y champán. Con la gran depresión, los pilletes callejeros disfrazados con harapos iban por las casas exigiendo «aguinaldo o trastada», y llegaron a causar incidentes en una forma ingenua de guerra social. Actualmente, mezclada con la Wicca y otros cultos neopaganos New Age, Halloween es ahora un negocio poderoso, que solo en los EE. UU. mueve miles de millones de dólares. Por ejemplo, la venerable Salem se ha convertido en un escaparate posmoderno de brujería y paganismo que levanta las iras de los protestantes más reaccionarios. Y es que en Halloween desfilan los nuevos cultos modernos y paganos de lo sobrenatural.
Especialmente interesantes son las guerras culturales a cuenta de esta fiesta. En San Francisco, desde los años 60, la comunidad gay usó Halloween como plataforma reivindicativa. Era una válvula de escape colorista para denunciar su marginación social. Pero los derechistas más homófobos también usaron las máscaras de Halloween para poder agredir impunemente a los gays. Posteriormente, algunas minorías étnicas han criticado duramente el uso de máscaras de gitanos, africanos o hindúes. Por supuesto, hay que destacar el gran influjo de Halloween en la industria del cine. Skal dedica a este asunto uno de los mejores y más sustanciosos capítulos de su libro.
Halloween seguirá adelante porque su capacidad para reinventarse al albur de las cambiantes inquietudes sociales es realmente mágica. En 2015, la máscara de Halloween más vendida era la de Donald J. Trump, por entonces candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos.
De analizar los orígenes de Halloween y la gran industria cultural que ha generado en los EE. UU. se ocupa este entretenido libro de David J. Skal. Halloween es la fiesta de los muertos. Sus raíces remotas se remontan al Samaín de los celtas. Durante esa fiesta, los espíritus de los muertos volvían a la tierra para relacionarse con los vivos. Con el paso del tiempo, el Samaín se fue mezclando con otras celebraciones romanas, para sufrir luego un proceso de cristianización para dar lugar al Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre). En una Europa a medio cristianizar las viejas religiones se resistían a morir. Acabaron sobreviviendo de manera sincrética en el folklore campesino y las creencias supersticiosas sobre fantasmas, duendes, trasgos y hadas. En aquellas regiones célticas en donde se mantuvo más vivo el viejo folklore, como Irlanda y Escocia, fue fraguándose lo que hoy conocemos como Halloween.
Esa fiesta llegó a Estados Unidos durante los siglos XIX y XX con las sucesivas oleadas de inmigrantes irlandeses y escoceses. Esos colectivos fueron aportando al acervo folclórico norteamericano sus tradiciones originarias. La fiesta de Halloween se fue adaptando a cada período histórico. En la Norteamérica victoriana y eduardiana tenía un tranquilizador tono burgués; incluso la calabaza se mostraba amable y servicial. Durante los felices años veinte, Halloween se convirtió en una fiesta de jazz y champán. Con la gran depresión, los pilletes callejeros disfrazados con harapos iban por las casas exigiendo «aguinaldo o trastada», y llegaron a causar incidentes en una forma ingenua de guerra social. Actualmente, mezclada con la Wicca y otros cultos neopaganos New Age, Halloween es ahora un negocio poderoso, que solo en los EE. UU. mueve miles de millones de dólares. Por ejemplo, la venerable Salem se ha convertido en un escaparate posmoderno de brujería y paganismo que levanta las iras de los protestantes más reaccionarios. Y es que en Halloween desfilan los nuevos cultos modernos y paganos de lo sobrenatural.
Especialmente interesantes son las guerras culturales a cuenta de esta fiesta. En San Francisco, desde los años 60, la comunidad gay usó Halloween como plataforma reivindicativa. Era una válvula de escape colorista para denunciar su marginación social. Pero los derechistas más homófobos también usaron las máscaras de Halloween para poder agredir impunemente a los gays. Posteriormente, algunas minorías étnicas han criticado duramente el uso de máscaras de gitanos, africanos o hindúes. Por supuesto, hay que destacar el gran influjo de Halloween en la industria del cine. Skal dedica a este asunto uno de los mejores y más sustanciosos capítulos de su libro.
Halloween seguirá adelante porque su capacidad para reinventarse al albur de las cambiantes inquietudes sociales es realmente mágica. En 2015, la máscara de Halloween más vendida era la de Donald J. Trump, por entonces candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos.
David J. Skal
David J. Skal (1954) es uno de los más reputados expertos sobre la
cultura popular norteamericana relacionada con el horror. Sus libros, sumamente amenos, se mueven con agilidad entre el reportaje y
la aportación erudita. Si existe un autor que conoce analíticamente las
claves para penetrar en el sótano de los monstruos y los miedos de la
sociedad estadounidense, ese es David J. Skal.
Publicado por Alberto.
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