Título: Historia de dos ciudades Autor: Charles Dickens
Páginas: 488
Editorial: Alba
Precio: 14 euros
Año de edición: 2021
Curiosamente y según la Wikipedia, este el segundo libro más vendido de la historia —con 200 millones de ejemplares—, detrás de «El Quijote» y excluyendo los libros de texto, las obras religiosas, como La Biblia y el El Corán, y las de obligada lectura, como «El libro Rojo» de Mao. Si efectivamente es así, eso dice mucho de la potencia de la industria editorial británica, del dominio cultural de todo lo anglosajón y del momento en el que se publicó, cuando las novelas por entregas estaban de moda y se iniciaron las campañas de alfabetización a gran escala.
Publicada en 1859, es la duodécima novela de un Dickens en plena forma y apareció en 31 entregas semanales durante un periodo de 7 meses, en la época en la que se popularizó la lectura. En 1865 apareció la figura de el lector, un trabajador cuya única función era leer novelas en voz alta en una gran sala de trabajadores manuales, como todavía se puede ver en la fábrica de puros Partagás, en Cuba.
Estamos pues, ante un típico ejemplo de folletín romántico, con parentescos ocultos, amores eternos, venganzas, envidias, golpes de efecto, secretos que vuelven patas arriba la trama y mil trucos similares propios del género. Recuerda a otros famosos folletines, como «Los tres mosqueteros» (1844), «El Conde de Montecristo» (1845), «Los miserables» (1862) o las «Aventuras de Rocambole» (1857), el mejor ejemplo, que ha dado lugar al adjetivo rocambolesco para denominar a las historias demasiado retorcidas, forzadas e inverosímiles.
«Historia de dos ciudades», con un estilo florido, moroso, lleno de digresiones y muy entretenido, nos cuenta una historia llena de sorpresas, en la que se gestiona muy bien el suspense, ya que en cada capítulo hay un misterio que nos intriga, y se suceden los puntos de giro, las revelaciones insospechadas y los golpes de efecto. La trama arranca en 1775, se desarrolla entre París y Londres, abunda en elipsis y saltos en el tiempo, llega a la Revolución Francesa (1789) y tiene, a mi buen entender, cuatro puntos fuertes:
- Una deliciosa ironía, un sentido del humor fino y zumbón que, sobre todo en la primera parte, se disfruta en cada párrafo.
- Personajes peculiares y entrañables, como: Mr. Lorry, un abogado que ya de niño era un hombre de negocios; el granujiento señor Crunch, tan lleno de remordimientos que le tiene prohibido a su mujer que rece, o la pareja de abogados formada por Stryver, prepotente y sin talento, y Carton, borracho y perdido, pero que le resuelve todos los casos.
- Gran cantidad de escenas y detalles costumbristas, que nos dicen mucho sobre aspectos cotidianos, como que Londres era muy inseguro, que en las diligencias había correas para sujetarse y paja en el suelo, que se usaban pelucas de hilos de cristal, que la falsificación de moneda se castigaba con la muerte y la traición, con el descuartizamiento, que en los juicios se rodeaba el banquillo del acusado de hierbas olorosas y vinagre, porque las condiciones de la prisión hacían que el reo oliese a rayos, que ya se bebía mucho en Inglaterra (¿y cuándo no?), o que había quienes sin ser pareja, se despedían con un beso en los labios.
- Un ejemplo magnñifico de intrahistoria, utilizando el término acuñado por Unamuno: se narran grandes acontecimientos históricos, como la Revolución Francesa, de manera indirecta y a través de sus consecuencias en la vida cotidiana de la población.
Y por añadidura, posee uno de los mejores arranques de toda la historia de la literatura:
«Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al Infierno; era, en una palabra, un siglo tan diferente del nuestro que, en opinión de autoridades muy respetables, solo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal».
Esta edición tiene además el atractivo de estar ilustrada con los grabados originales de la primera edición, obra de H. K. Browne, «Phiz», y está basada en la excelente traducción de A. de la Pedraza.
Un clásico estupendo que hay que paladear poco a poco y sin prisa, sin olvidar que fué escrito para que se leyese uno o dos capítulos cada semana. Una de las obras menos conocidas del gran Dickens, una golosina para buenos lectores.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
Excelente artículo. Gracias, Antonio.
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