jueves, 5 de diciembre de 2019

Sodoma y Gomorra - Marcel Proust

                
Título: Sodoma y Gomorra
Autor: Marcel Proust

Páginas: 552

Editorial: Debolsillo
 
Precio: 12,95 euros

Año de edición: 2016
           
Párrafos interminables, de cinco o seis páginas, frases alargadísimas que se derraman por varias páginas, digresiones inacabables con las que se pierde fácilmente, recuerdos, comparaciones, ensoñaciones, impresiones, una exquisita sensibilidad y un amor por los detalles más nimios, todo envuelto en una prosa prolija, morosa, laberíntica y depurada. La decadente visión de un hijo del decadente siglo XIX que se diluye junto con su clase social en la modernidad del siglo XX. Y sin embargo, contra todo pronóstico, un autor tan impostado, artificial y rebuscado resulta encantador y fascinante. Es Proust, el gran Proust, ese escritor frente al que se agotan los adjetivos y uno se queda un poco abrumado y sin palabras.

Así que vayamos a lo objetivo. Publicado en 1922, el mismo año en que murió el autor, éste es el cuarto volumen de los siete títulos que componen A la búsqueda del tiempo perdido, una de las obras más largas, complejas y maravillosas que pueden leerse, no en vano el propio Marcel la comparaba con una catedral gótica. Desde luego, es un verdadero ocho mil literario y de los más difíciles de coronar. Yo voy por la cuarta etapa y me está costando un triunfo, pero a la vez lo estoy disfrutando en toda su intensidad.

En esta ocasión, esta cuarta parte viene con sorpresa. Cuando ya estábamos acostumbrados al parsimonioso estilo proustiano y al dulce no-pasar-casi-nada, esta novela arranca con un ritmo trepidante y en las primeras páginas, mientras el protagonista observa cómo se polinizan las orquídeas en el jardín de la Duquesa de Guermantes, ve sin ser visto un encuentro amoroso entre el barón de Charlus y el chalequero Jupien. Eso convierte a Proust en uno de los primeros escritores en tratar abiertamente y en profundidad las relaciones homosexuales, tanto masculino, de la mano de Charlus, como femenino, con la encantadora Albertine, reflexionando de paso sobre la naturaleza del deseo, la atracción, el sexo, los celos, la posesión y el afecto, lo masculino y lo femenino. Toda una sorpresa deliciosa en uno de los libros de la serie que más me han gustado de los que he leído hasta ahora.

Porque la verdad, me resulta muy difícil comparar los libros de Proust entre sí. Por un lado, porque no soy capaz de leer dos seguidos (ya me cuesta acabar uno) y por otro lado, porque me resultan tan embargantes, obsesivos y subyugantes, que cada libro me absorbe y me cuesta mucho pensar en otra cosa. Probablemente diría en cada momento que el que estoy leyendo es el que más me gusta, pero sí, creo que el primero, por la fuerza del descubrimiento y ésta cuarta parte por la sorpresa, son los que más me han hecho disfrutar.

La obra transcurre a través de interminables reuniones sociales, páginas y páginas sobre la etimología de los topónimos franceses y las dudas del joven protagonista respecto de Albertine, con la que en la última frase del libro, se propone casarse sin remedio.

En fin, una locura de libro, muy recomendable. Si de momento no te gusta, no te preocupes, no tengas prisa, quizás no sea todavía el momento. Ya volverás a cogerlo, ya llegarás a Proust y desearás no leer otra cosa en toda la vida. Al menos, eso me ha ocurrido a mí. 

Marcel Proust (París, 1871-1922), hijo de un famoso médico, nació débil y enfermizo. Padeció asma desde los nueve años y siempre tuvo una salud delicada. Sobreprotegido por su madre, hipersensible, apasionado, hipocondríaco, dotado de una sensibilidad extrema y refinado hasta el extremo, su vida no fué nada convencional.

¿Qué pensaríamos de un chico que a los 34 años sigue viviendo con su madre, no trabaja y emplea su tiempo escribiendo poesías decadentes y haciendo vida social? En esa situación se encontraba Marcel cuando murió su querida madre, lo que le afectó profundamente. Se encerró en su casa en el Bulevar Haussmann durante quince años para escribir su obra maestra en siete tomos: «En busca del tiempo perdido».
            
Forró las paredes de corcho para aislarse del mundo exterior, casi no comía y escribía toda la noche atiborrándose de café. Así estuvo escribiendo desde 1907 hasta el año de su muerte, corrigiendo compulsivamente páginas y páginas. Murió a los 50 años, cuidado por su fiel criada Céleste, víctima de una neumonía.
 
Marcel Proust

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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