viernes, 25 de agosto de 2023

Pío Baroja, a escena - Miguel Sánchez-Ostiz

 

Título: PÍo Baroja, a escenas astronautas                                                                            Autor: Miguel Sánchez-Ostiz

Páginas: 944
 
Editorial: Renacimiento

Precio: 34,90 euros  

Año de edición: 2021

Entre los escritores españoles clásicos, uno de los más vivos es Pío Baroja. El novelista donostiarra sigue levantando pasiones. Don Pío ajustó cuentas con el universo en su narrativa episódica, fragmentaria, veloz y amarga. Los personajes son contrafiguras del autor. Esto conduce a un enfoque muy personal. La realidad se filtra en la novela a través de la subjetividad del escritor. No es la realidad objetiva del realismo clásico. El Baroja anciano contó su vida en «Desde la última vuelta del camino». Apasionantes memorias que reproducen fielmente pasajes de sus novelas. Toda obra literaria es en esencia una recapitulación, escribió de manera memorable. 

Desde la temprana «Pío Baroja en su rincón» (1940), del periodista Miguel Pérez Ferrero, las biografías sobre Baroja han sido bastante benévolas, excepto la discutible «Baroja o el miedo» (2001) escrita por Eduardo Gil Bera. La familia también se ocupó del patriarca don Pío. Ahí están «Los Baroja» (1972) y «Crónica barojiana» (2000), de sus sobrinos Julio Caro Baroja y Pío Caro Baroja, respectivamente, imprescindibles, y las tristes memorias de Carmen Baroja, la hermana, publicadas póstumamente en 1998.  

El escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz publicó en 2005 la exhaustiva biografía «Pío Baroja, a escena», que amplía su anterior «Derrotero de Pío Baroja» (2000), y que se ha vuelto a editar corregida en Renacimiento en 2021. El título anuncia las intenciones de Sánchez-Ostiz: separar a Pío Baroja de su personaje, trabajosamente construido durante más de medio siglo. El mejor personaje barojiano fue Pío Baroja. Don Pío se definía como un tipo oscuro agazapado en un rincón. Un hombre independiente, al margen de capillas. Un solitario que, como Nietzsche, había elegido el exilio interior para mejor proclamar la verdad. Un señor pobre, vagabundo, desastrado. Un tipo veraz. Esta imagen interesada no es real; o no del todo. Baroja pretendía no querer ser nada, aunque opinaba de todo lo humano y divino. De esta forma consiguió que todos acabaran hablando de él, para bien o para mal. Por lo general tenía una pésima opinión de los demás. No se recataba en expresarla. En justa correspondencia, también fue vapuleado. Pero esto último no le gustaba nada. 

Sánchez-Ostiz  desmonta algunas mitologías barojianas. Baroja, el apolítico. No exactamente. Tuvo sus escarceos en política. Quiso convertirse en concejal y luego diputado, nada menos que con Lerroux. En dos ocasiones se presentó como concejal por el pueblecito de Vera, en donde está la casona familiar de Itzea. Los vecinos lo eligieron a la segunda, aunque no llegó a ocupar el cargo. Azorín le ofreció ser diputado conservador. Baroja lo rechazó. El anarquismo le interesaba. Es posible que supiera más de lo que contó sobre los entresijos del atentado de Mateo Morral en 1906 contra Alfonso XIII y su esposa. Tenía cierto interés por la cosa pública. Quizá fuera demasiado cándido para el navajeo político. 

Baroja, el solitario. En realidad, fue un hombre con una intensa vida social. Frecuentó de joven los cafés y tugurios de Madrid. Conoció a la bohemia y el hampa. Siempre le interesó lo marginal, lo raro. Baroja tuvo muchos amigos. Le encantaban las tertulias. Durante los tristes años de su exilio parisiense, entre 1936 y 1940, se relacionó con cientos de personas (Azorín, Marañón, Sebastián Miranda, escritores franceses, chilenos, argentinos, también con muchas gentes ya olvidadas... ). Frecuentaba buenos restaurantes. Tenía amigas entre la aristocracia, que le dejaron de lado a partir de 1931. El Baroja anciano reunió una tertulia en su casa de la calle Ruiz de Alarcón, frecuentada por personajes singulares, pero también por Juan Benet, González-Ruano o un interesado Camilo José Cela. Baroja no era lo que se entiende por un solitario. Otra cosa es que él se sintiera solo y frustrado. Dejó escrita esta sentencia: cuando uno se mira mucho a sí mismo se confunden la cara y la careta. 

Baroja y las mujeres. Aquí la frustración debió ser grande para este solterón empedernido. Los escarceos amorosos de don Pío tienen un aire de ensoñación algo traspapelada. Fue amigo de muchas damas. Pero nunca consolidó una relación femenina, por miedo, egoísmo o quién sabe. Se acercaba a las mujeres, se mostraba encantador, atento, locuaz y brillante. Cuando detectaba que el siguiente paso sería un compromiso serio, echaba a correr (esto le pasó literalmente en Italia: maleta al hombro y escapada). Lo mismo le sucedía con muchos amigos. Baroja parecía tener miedo de ir demasiado lejos en la amistad o el amor. Ya se sabe que uno puede sentirse solo rodeado de una multitud.  

Baroja y lo vasco. Se sentía vasco. Su tierra le inspiró libros inolvidables, aunque su ciudad predilecta, en donde vivió la mayor parte de su vida y está enterrado, fue Madrid. El escritor navarro, sin ser nacionalista, era a su modo vasquista. Su ideal era una república platónica del Bidasoa, sin frailes, moscas o carabineros. Su vasquismo tuvo un fruto literario singular: «La leyenda de Jaun de Alzate» (1922), una pequeña obra maestra.

Baroja y la Guerra Civil. Baroja no simpatizó con la Segunda República. La consideraba dominada por políticos charlatanes, chocarreros y sin talento. No deseaba cambios en su ordenada vida burguesa. Él se proclamaba liberal. Pero Sánchez-Ostiz señala con razón que eso en España no significa absolutamente nada, o es sencillamente el disfraz de ideas y actitudes reaccionarias. Baroja rechazaba la democracia, el socialismo y el parlamentarismo. Con el estallido de la guerra, los carlistas están a punto de ejecutarlo en una cuneta. Era julio de 1936. Creía necesaria una dictadura militar no clerical para meter en cintura a las masas exasperadas («Una explicación», artículo publicado en el faccioso Diario de Navarra el 1 de septiembre de 1936). Baroja escapó a Francia. Se refugió en París, en el Colegio de España, dependiente de las autoridades republicanas legítimas, a la vez que escribía aquellos artículos virulentos contra los republicanos. ¿Cómo se come eso? Sin embargo, los republicanos no lo plantaron de patitas en la calle. Pío Baroja regresó definitivamente a España en 1940. 

Baroja y los judíos. Era antisemita, de manera absurda y visceral. En general, era racista: estaba obsesionado por el aspecto físico de la gente, si eran rubios o morenos, si eran braquicéfalos o dolicocéfalos, si eran arios o semitas. Demostró muy poco sentido común con esa manía. Claro que las paridas racistas eran habituales en su época, sobre todo entre las derechas. Los comentarios de Sánchez-Ostiz me parecen definitivos en este aspecto. Todavía peor: el delirante panfleto «Comunistas, judíos y demás ralea» (1938), prologado por Ernesto Giménez-Caballero, fue pergeñado entre el editor José Ruiz-Castillo, el propio Baroja y algún personaje más como salvoconducto para entrar en la España franquista. Las opiniones de Baroja en ese bodrio (un montón de citas fuera de contexto sacadas de su obra) son verdaderamente repelentes, dignas, como decía Andrés Trapiello, del más vulgar Rosenberg. Con los años nadie se quiso responsabilizar de un engendro convertido en patata caliente para el prestigio de don Pío

Baroja y el franquismo. Baroja es ya un anciano con 68 años cuando vuelve a España. Tiene achaques de salud y momentos de depresión. Es posible que hubiera escrito una carta al general Franco para ver si le dejaba volver. Asomar la patita antes de dar el salto definitivo a casa era una actitud más que razonable en unos años en que se fusilaba por racimos y por tonterías. Baroja sigue escribiendo, publicando y paseando por una España gris y triste. Tiene una tertulia en su casa. El régimen le tolera y él tolera al régimen, con algún gruñido. Se va convirtiendo en un abuelo entrañable. Es un símbolo de la España anterior a 1936. Una reliquia respetada por casi todos, pero lejos de las nuevas generaciones. El mundo barojiano era un pasado evocado con nostalgia. Cuando fallece en 1956, Baroja, el último romántico de la literatura española, fue enterrado en el cementerio civil de Madrid (buen corte de mangas al nacionalcatolicismo reinante). 

Miguel Sánchez-Ostiz ha escrito un trabajo excelente, muy documentado, algo frondoso y reiterativo a veces, que permite entender cómo era Baroja fuera del teatro de la literatura, que era su vida: un hombre observador, inseguro y consciente de su valer, que se defendía a zarpazos de enemigos muchas veces imaginarios, bastante mal tomado, con una memoria prodigiosa para los pequeños agravios, obsesionado por lo concreto y confuso hasta lo increíble en datos y fechas, tímido con las mujeres, liberal con su toque autoritario, ácrata y conservador, rebelde de vida tranquila y ordenada, un inadaptado que se adaptó a todo, un solitario con una rica vida familiar y social, un pobre con bastante dinero, frío y duro cuando convenía, sensible otras veces, de una candorosa ingenuidad a menudo (le encantaba darle al pico: trae problemas). 

Fue un hombre inteligente y perspicaz; también atrabiliario cuando se creía menospreciado. Su pose de sombra romántica, humilde y errante fue una afortunada creación literaria. Un fabulador genial tiene más derecho que nadie a enmendar la realidad. Baroja lo consiguió. Nos regaló unos cuantos libros maravillosos y todo un mundo, el barojiano, por donde sigue siendo agradable darse un paseo de cuando en cuando. De muy pocos escritores puede decirse lo mismo. 

Miguel Sánchez-Ostiz

Miguel Sánchez-Ostiz (1950), escritor español nacido en Pamplona, colaborador en numerosos medios de comunicación y ganador en 1989 del premio Herralde con «La gran ilusión», obtuvo en 1997 el Premio Nacional de la Crítica con la novela «No existe tal lugar». Otra de sus novelas, «Las pirañas» (1992), es considerada por la crítica como uno de los logros más notables de la narrativa española contemporánea. Entre su amplia producción ensayística destacan los estudios dedicados a Pío Baroja, incluida una excelente antología de opiniones y paradojas barojianas de regocijante lectura. Miguel Sánchez-Ostiz es miembro de número de Jakiunde, la Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letras del País Vasco

Publicado por Alberto. 

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