Páginas: 288
Editorial: Galaxia Gutenberg
Precio: 20,50 euros
Año de edición: 2022
Cada primavera, los jilgueros regresan del desierto, en donde han pasado el invierno, a la ciudad de Alhucemas y el cielo se llena de color y sonidos. Esa llegada sirve de título a esta sugerente novela, como metáfora de las migraciones de sus personajes. Las autoridades envían a Musa el desierto, para participar en la Marcha Verde; su hermano, Brahim, viaja a Tetuán para estudiar Bellas Artes; una española, Olga, llega a Marruecos a ocupar una plaza de profesora. Son viajes de ida y vuelta, como los de los gorriones, que luego implicarán un retorno, en el que los protagonistas se darán cuenta de que han cambiado y ya nada es igual.
Historias de desplazamientos, de viajes y encuentros, poética, elegante y evocadora. Esta es la historia de un chico que perdió su inocencia en el ejército, de un joven que aprende el oficio de panadero, uno de los más bellos del mundo, de un niño que solo dibuja horizontes y de una profesora perdida, que se convertirá en aprendiz de uno de sus alumnos. Un libro bello, de epifanías, lírico, evocador y animado siempre por un espíritu positivo.
Un texto espléndido, mágico, español y marroquí, con frases tan hermosas y acertadas como éstas: «Dicen que la gente es feliz cuando duerme», «¿Qué hora es? La de la felicidad de algunos», «El mar es generoso con los desechos y tacaño con las esperanzas», «Todo aquí conduce a una pereza deliciosa» (en Tetuán), «La música y yo somos amigos», «Pintar es crear el espacio», «¿Por qué solo sabemos insultar en nuestra lengua materna?», «La timidez es también una expresión de valor».
El estilo es estupendo, se disfruta frase a frase porque posee una encantadora sencillez de expresión y poesía en cada idea que expresa. La prosa es excepcional y demuestra una habilidad narrativa poco común, que hace que el texto se beba, más que se lea. La obra puede dividirse en tres partes. En la primera, el lector disfruta de la evocación de la infancia de un niño en Alhucemas, que admira a su hermano mayor Musa, de sus recuerdos y sensaciones en un ambiente de buenos vecinos, personajes entrañables, platos de comida locales; una vida tranquila, rodeada de amistad y gestos de solidaridad popular, a pesar de las contrariedades que siempre aparecen. La siguiente cuenta la llegada de Olga a Tetuán, sus dificultades de adaptación, el choque cultural que encuentra y también cómo disfruta de su nieva vida y de una cultura acogedora y hospitalaria. Y en la última, el chico y la profesora se conocen y comparten varias claves de sus vidas. No puedo contar nada más sin destripar el libro, y prefiero que lo leáis, porque vale de verdad la pena. Es una obra muy lograda, con una poderosa historia de amor, y otra de amor fraternal que compiten en relevancia y es difícil decir cuál es al final la más importante de la novela. Lo mejor es que la leáis y así podéis opinar.
Una novela brillante, encantadora, que confirma que ha nacido todo un escritor —esta es su segunda novela—, un autor que tiene todavía muchas cosas que decir y que intuyo que va a seguir creciendo con cada libro que publique. Muy recomendable.
Mohamed El Morabet (Alhucemas, 1983) es un escritor, traductor, politólogo y columnista marroquí. Nacido en el Rif, llegó a España a los 19 años con la intención de hacerse ingeniero —luego estudiaría otra cosa— y reside actualmente en Madrid. Forma parte de ese grupo de escritores estrecheños, que son hispano-marroquíes, al haber adoptado el castellano como idioma de expresión y estar enraizados en ambas culturas.
Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), publica regularmente sus escritos en revistas y suplementos culturales. Su primera novela, titulada «Un solar abandonado» cuenta la historia de un traductor marroquí frustrado que viaja a Marruecos desde Madrid para asistir al entierro de su abuela, en un periplo que es un regreso al pasado. Con este su segundo libro, «El invierno de los jilgueros», ha ganado el XV Premio de Novela de Málaga.
Lector compulsivo y desaforado, según declara en una entrevista: «El arte de contar historias es tan antiguo como necesario. Yo
escribo porque me gusta y porque es otra forma, algo rebuscada quizá, de
leer». Confiesa ser adicto al pan mojado en aceite de oliva.
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
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