Título: Cartas a Hitler Autora: Eva Braun
Páginas: 279 pág.
Editorial: Funambulista
Precio: 16 euros
Año de edición: 2016
La historia de este libro es muy curiosa. Cierto señor alemán donó en 2005 un paquete de cartas a la editorial Funambulista para su publicación, pero sin percibir nada a cambio. Depositó el paquetito en la mesa del director de la editorial con una sonrisa irónica, advirtiendo que probablemente su contenido sería de interés para los lectores. Este señor se acabó suicidando. Su hermana, que vive en los Estados Unidos y es ciudadana norteamericana, se opuso radicalmente a la edición de las cartas custodiadas por su hermano y llegó a pleitear con la editorial. Los tribunales dieron finalmente luz verde y el libro pudo publicarse a principios de 2016, con una cuidadosa edición de Rafael Sierra. La traducción de las cartas corrió a cuenta de Luis Sánchez Vera. El conjunto se cierra con un interesante postfacio de Ramón Vilardell. Un trabajo erudito de primera categoría.
La autora de estas cartas es nada menos que la señorita Eva Braun, rubia alemana de 33 años y amante de Adolf Hitler. Las escribió en 1945 enterrada en el búnker de la cancillería mientras las bombas rusas silbaban por encima de su cabeza. Las cartas nunca llegaron a su destinatario. Fueron más bien un desahogo de Eva Braun, una mujer inteligente que comprende la situación desesperada en la que se encuentra. La verdad es que tiene muchas cosas que decirle en silencio a su amado Adolf. El asunto viene de lejos. Una joven de 18 años que trabajaba en el estudio fotográfico de Heinrich Hoffmann conoció hacia finales de 1929 a un ceñudo político alemán de mirada fanática, bigotillo chaplinesco y ademanes excéntricos. Se enamoraron. Eva Braun acabó convirtiéndose, contra la opinión de su padre, en su amante secreta.
Eva no entiende a Adolf. Le quiere, pero insiste en que es un ser inasequible para el común de los mortales. Resulta desconcertante que sea tan escrupuloso en la vida privada y tan cruel como político. La frialdad emocional de Hitler resulta inquietante para cualquiera. Su odio a los judíos aterra a Eva, que sabe lo que ha sucedido, pero no se lo explica. Es una locura, escribe, porque bastaba con mantenerlos segregados de la comunidad alemana, como los negros en los EE. UU., por ejemplo. Eva es racista, pero no asesina. La matanza es imposible de justificar. No se olvidará nunca. Hitler ha dejado una culpa terrible para las futuras generaciones de alemanes.
El anticomunismo hitleriano también es contraproducente. Quien aseguró mantener alejados a los bolcheviques de Europa los tiene ahora a 200 metros del búnker. Quien juró hacer de Alemania una gran potencia ha dejado su país convertido en una ruina humeante. Quien declaró que la victoria era segura está perdiendo la guerra. Quien no quería luchar en dos frentes pelea ahora contra medio mundo. Quien dice adorar a los niños no tiene hijos. A la pobre Eva Braun solo le queda quejarse: Alfie, en menudo lío nos has metido. Hitler le responde que es cosa del destino, tú tranquila.
La señorita Braun es consciente de que le queda poco tiempo. Tiene miedo a morir. Acepta sin embargo que debe desaparecer con quien pronto será su marido. No hay sitio en este mundo para Eva Hitler. El delirio de traición rodea al gran hombre. Todos le abandonan. Solo le son fieles los Goebbels, sus perros y Eva Braun. El epistolario postrero de Eva Braun nos muestra a un Hitler hundido que vaga como una sombra siniestra por el entorno asfixiante y fantasmagórico del búnker. Eva llega a conjeturar que quizá estén ya muertos y no se han enterado. Tiene bastantes cosas que reprocharle a Hitler: sus contradicciones absurdas, su amor que mata, el abandono en que la tiene, su negativa a visitar a los heridos o el cinismo que demuestra ante el sufrimiento ajeno. Pese a todo, le quiere. Ya se sabe que el amor es ciego. En el caso de Eva Braun, ciego, sordo y mudo. Inexplicable.
Eva reivindica su condición femenina. En general, se cree que es tonta. Estas cartas demuestran lo contrario: una personalidad aguda, que percibe y entiende, pero se calla. Como todo un país, fue seducida por un sujeto que la lleva a la perdición. Hitler es un completo inconsciente que exige a los demás lo imposible. Se evade de cualquier responsabilidad. En todo caso, se defiende, el desastre final no es culpa suya. Los demás le han traicionado. La muerte será para él una bendición. Eva no quiere morir. Pero hipnotizada por el basilisco, confunde la fidelidad con el suicidio. El amor desconcertante que siente por un hombre hueco, incapaz de tener verdaderos afectos, la conduce al agujero.
Este puñado de cartas es un cuadro impresionante de la agonía de una casa de locos. El testimonio de una mujer que quedó marcada para siempre como la amante del monstruo. Quizá este libro ayude a entenderla. Eva aparece como una persona con sentimientos auténticos más allá de eslóganes. El lector se puede identificar con ella. Habla un lenguaje humano. Admite incluso que este final apocalíptico es consecuencia de un terrible error, una culpa que debe redimirse con la derrota. Frente al borroso Hitler, casi una abstracción impersonal, Eva está dotada de un perfil humano. Digamos, para no ser bruscos, que se equivocó en la elección de pareja.
Ahora bien, existen serias dudas sobre la veracidad de estas cartas. Es posible que sean apócrifas: inventadas. Basta con recordar los falsos diarios de Hitler. Según muchos testimonios coetáneos, Eva Braun era bastante primaria, por no decir estúpida. Esto lo decía hasta su señor Adolf Hitler, siempre tan delicado. Para el sagaz Albert Speer, Eva Braun hubiera sido una decepción para cualquier historiador. Desde luego, la Eva Braun de la que hablamos es todo lo contrario: una persona vivaz y comprensiva, con opiniones propias, que decide vivir entre bambalinas haciéndose la tonta sin serlo en absoluto. Algo así como el emperador Claudio.
¿Quién fue la verdadera Eva Braun? ¿La que existió de tal a tal fecha o la recordada a posteriori? Los personajes históricos, aunque sean menores como Eva Braun, no dejan de recrearse, de reinventarse una y otra vez. La historia debe mucho a la literatura, porque narrar con fundamento histórico no deja de ser una novela en donde la realidad supera a la ficción, sin desaparecer esta nunca, digan lo que digan. Tengo mi opinión sobre estas cartas, cuya verosimilitud es discutible, pero me la reservo. Que cada lector saque sus propias conclusiones disfrutando con este estupendo libro.
Eva Braun (1912-1945) fue una fotógrafa y oficinista alemana nacida en Múnich. Su familia era católica, respetable y de clase media. Con 17 años entró a trabajar en el estudio de Heinrich Hoffmann, fotógrafo oficial del Partido Nazi. Allí conoció a su amor de perdición, herr Hitler. El ya popular político estaba enamorado de su sobrina Geli Raubal. Una relación malsana. La desgraciada muchacha se suicidó con la pistola de su tío en 1931. Al año siguiente, Eva Braun también se intentó suicidar. Lo intentó de nuevo en 1935. Al parecer, se sentía sola y despreciada por el tirano, que mataba todo lo que se le acercaba.
Eva comenzó a acompañar a Hitler hacia 1936. Siempre en la penumbra. En público, Hitler se mostraba con ella ceremonioso y frío. La señorita Braun, como se la conocía, no manifestó nunca interés por la política. Le gustaban los deportes, la fotografía, fumar y el cine. Su amante a menudo la martirizaba con comentarios despectivos: «Un hombre inteligente debe tener por compañera a una mujer primitiva y tonta»; «Solo me son realmente fieles Blondi, mi perra, y la señorita Braun». En este plan. Pese a todo, Eva se mantuvo fiel a Hitler hasta el final. La víspera del suicidio ambos se casaron por lo civil. El viaje de bodas fue al otro barrio y las salvas de rigor las disparó el ejército rojo.
Era el 30 de abril de 1945. Los cadáveres fueron arrojados al cráter provocado por un obús, rociados con 200 litros de gasolina y quemados. Al parecer, los restos calcinados fueron recuperados por los rusos, que los guardaron como oro en paño. Menos Goebbels, su mujer Magda y sus seis hijos, asesinados por sus padres, todos los demás intentaron escapar del búnker, con suerte dispar. De manera tan grotesca terminó la pesadilla nacionalsocialista.
Publicado por Alberto.
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