Título: Jack el Destripador. Recapitulación y veredicto Autores: Colin Wilson y Robin Odell
Páginas: 366
Editorial: Planeta
Precio: 20 euros
Año de edición: 1989
En el otoño de 1888 varias prostitutas fueron salvajemente asesinadas y mutiladas en el barrio londinense de Whitechapel. El asesino envió a la prensa unas cartas delirantes en donde se jactaba de sus crímenes. Una de ellas comenzaba con estas palabras: desde el infierno. Otra iba acompañada de una cajita con medio riñón humano. Los crímenes terminaron tan bruscamente como comenzaron. Los esfuerzos policiales fueron inútiles. Nadie logró atrapar a Jack el Destripador, quizá el primer asesino en serie mediático. Comenzaron entonces las especulaciones acerca de la identidad del asesino, conocidas como ripperología. Existe una verdadera industria cultural sobre el viejo Jack.
A finales de los años ochenta dos de los más destacados ripperólogos, el periodista Robin Odell y el escritor Colin Wilson, publicaron un magnífico análisis y balance sobre las atrocidades de Jack y su legión de intérpretes: Jack el Destripador: recapitulación y veredicto (1989). Es una verdadera mina de informaciones contrastadas sobre el asunto y de lectura apasionante. Los autores ofrecen una posible solución racional del embrollo basada en la lógica y no en melodramas. Pero vayamos por partes, siguiendo el imperecedero ejemplo de Jack.
Desde el principio, todo aficionado tenía en la palma de la mano la solución de los crímenes. Reflexivos caballeros victorianos parloteaban con suficiencia sobre la identidad del monstruo. Podría ser un carnicero, por su habilidad con el cuchillo. O un médico, ya que el London Hospital quedaba cerca. O una mujer disfrazada, quizá una partera. O mejor un marinero enloquecido al estilo del capitán Garfio. La prensa sensacionalista hizo su agosto calentando a la chusma. En realidad, los crímenes de Whitechapel cayeron como una bomba sobre la sociedad británica del momento.
En un mundo aparentemente racional y ordenado, con una Gran Bretaña imperial segura de sí misma, profundamente hipócrita, en donde la miseria quedaba confinada en los barrios bajos (la porquería debajo de la alfombra), un asesino en serie, de repente, levantaba el telón: la maldad puede ser gratuita e impune, además de fascinante. En cierta manera Jack el Destripador inaugura la repugnante utilización comercial de la violencia más obscena. Las masas piden lo peor y siempre exigen más, nunca se dan por satisfechas. Más basura, es la guerra.
Colin Wilson y Robin Odell analizan las averiguaciones a posteriori sobre Jack. Algunas son tan descabelladas que resultan divertidas. Había quien afirmaba que las matanzas de Whitechapel buscaban tapar un escándalo que afectaba nada menos que al nieto de la reinaVictoria, el duque de Clarence, que se había casado con una plebeya. Una amiga suya era la prostituta Mary Kelly. Como conocía la historia intentó chantajear a la mismísima familia real. Así que el primer ministro lord Salisbury, como un don Corleone cualquiera, ordenó liquidarla, y, de paso, a todas sus amigas rameras, por si le daban a la lengua. Del aspecto ejecutivo de la cuestión se ocupó el médico real sir William Gull, que encima era masón y por lo visto un sádico. Todo lo anterior es completamente falso, pero aún se repite en serio.
Otro candidato a destripador fue el desgraciado abogado frustrado y as del críquet Montague Druitt, que se suicidó tirándose de cabeza al Támesis. También se acusó al pintor Walter Sickert de ser el criminal, se afirmó que Jack era en realidad Jill la destripadora y que los asesinatos eran un ritual de magia negra, según la autorizada opinión del gran mago Aleister Crowley, que se ufanaba de ser el hombre más malvado del mundo (con permiso de Jack, por supuesto).
A la gente le gusta el folletín, decía Pío Baroja. La conclusión a la que llegan los autores de este libro es más prosaica. Sencillamente, Jack el Destripador fue un ruín maníaco sexual que tuvo la suerte de no ser atrapado por la policía. Lo más probable es que viviera en Whitechapel, tuviera un oficio sin importancia y una vida oscura, miserable y corta. Sus víctimas eran unas pobres mujeres marginadas, alcohólicas y que debían vender su cuerpo para sobrevivir en un mundo cruel que despreciaba a los débiles. La historia de este asesino dice mucho de su tiempo, que es lo verdaderamente interesante. El asesino, fuera quien fuera, no era más que una porquería humana. Si les gusta el buen periodismo de investigación, aquí tienen su libro.
Colin Wilson (1931-2013) fue un escritor británico apasionado por el crimen, el misterio y el misticismo. Nacido en Leicester, Colin fue un autodidacta de enorme cultura que se empezó a dar a conocer en los años 50 dentro del movimiento de los jóvenes airados (angry young men). Erudito conocedor de las ciencias ocultas, la cábala y la teosofía, también abordó temas criminológicos y hasta la sexualidad de los grandes escritores. Como escritor de ficción, es autor de varias novelas, entre las que destaca la magnífica Ritual en la oscuridad, que escribió con 18 años. Colin Wilson falleció tranquilamente en Cornualles a la edad de 82 años.
Robin Odell (1935) es un periodista y escritor británico apasionado por el crimen. Estudió en la Universidad de Southampton. En 1965 publicó su primer libro sobre Jack el Destripador. Llegaba a la conclusión de que Jack era posiblemente un carnicero judío del barrio de Whitechapel. A este libro le siguieron otros muchos sobre señoras asesinas, la ciencia forense o el único abogado inglés ahorcado, que le han dado justa fama en el gremio de aficionados al crimen y castigo.
Publicado por Alberto.
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