Título: E club de los faltos de cariño Autor: Manuel Leguineche
Páginas: 368
Editorial: B de bolsillo
Precio: 12 euros
Año de edición: 2017
El periodista vasco Manuel Leguineche fue sin duda un clásico irrepetible dentro de su esforzado oficio. Desde muy joven recorrió el mundo, vivió mil aventuras, estuvo en guerras y conflictos varios, vio morir a sus semejantes, entrevistó a protagonistas y también a los últimos monos, fundó agencias informativas, escribió docenas de libros, se convirtió en una figura conocida (un señor grande y serio de gafas, con bigote, tímido, rechoncho y siempre agarrado a un micrófono mientras a su espalda silbaban las balas o saltaban los cascotes), dirigió programas televisivos, documentales y era algo así como el reportero internacional español por excelencia.
La suya fue una vida entregada a la peligrosa aventura de la información en los lugares más calientes. Pero en sus últimos años, Manuel Leguineche se cansó de ver mundo y se fue a vivir a Brihuega, en Guadalajara, lejos del mundanal ruido, entregado a la lectura, la conversación con los vecinos, los animales domésticos y los recuerdos. Compró una casona, la arregló y se puso a contemplar desde el balcón los árboles del jardín.
El club de los faltos de cariño (2007) es el último libro publicado por Leguineche y pertenece al género de «menosprecio de corte y alabanza de aldea», inaugurado por Fray Antonio de Guevara allá por 1539. Tiene mucho de diario personal, de diccionario sentimental, de recopilación de anécdotas y de repertorio de divagaciones. También incluye sentencias propias y ajenas, frases brillantes, observaciones sagaces sobre todo lo humano y lo divino. Es un libro que puede leerse en desorden, picoteando aquí y allá, como una especie de aperitivo literario para ir abriendo boca. A veces, en pequeñas raciones, la sabiduría se asimila mucho mejor.
La vida que nos cuenta Manuel Leguineche es muy pequeña y tranquila, casi franciscana. Algunos ejemplos. Tiene un gato que siente celos de una oca y amenaza con comérsela. Por las mañanas oye desde la cama el revoloteo de unos cuervos que se posan en el tejado de su casa. Le gusta pasear y hablar con la gente del lugar. En el bar juega unas partidas al mus con los parroquianos. Le cuentan cosas, pequeñas historias sin importancia, que a veces se remontan bastante atrás en el tiempo: cuando fulanito durante la revolución quemó los santos de la iglesia y al terminar la guerra los vendía como si tal cosa. O la enfermedad de no sé quién. O la millonada que ganó menganito jugando a la lotería. O aquel señor tan alto y de boina vasca que vivió noventa años. O aquellos ingleses a quienes tanto les gustaba cuidar de su jardín. Todo el mundo cabe en un dedal y lo cotidiano, bien contado, puede ser tan interesante como una expedición al Orinoco. Palabra del corresponsal Leguineche, que de aventuras sabía un rato.
El club de los faltos de cariño es también un libro melancólico, de recuerdos, de reminiscencias. Cuando la vida se va apagando, quizás sea el momento de hacer un balance de lo visto y no visto. Desde la tranquilidad de una casa en el campo, con los pajarillos canturreando, vuelven los viejos tiempos, a veces cargados de borrascas.
Leguineche recuerda a la mítica periodista italiana Oriana Fallaci. Era una mujer valiente, menuda y autoritaria, que tenía la rara virtud de incomodar con sus preguntas a los amos del mundo. Pero se apasionaba demasiado y acabó acusando a los musulmanes de todos los males. Pese a todo, Leguineche la recuerda con cariño. La florentina fue alguien irrepetible en lo bueno y en lo malo. Otras evocaciones son de la Vizcaya de su infancia, de sus padres, del colegio, de los primeros libros que le encandilaron o de su aprendizaje del oficio de periodista en la vieja redacción de El Norte de Castilla. El maestro era de postín: nada menos que Miguel Delibes, director de ese periódico, mentor de Manuel Leguineche y de muchos otros.
Una bella frase creo que resume bien el sentido de este hermoso libro crepuscular: «Lo universal es lo local sin muro de separación». Para el humanista y trotamundos Leguineche eso que llamamos grandilocuentemente mundo cabe en la palma de la mano, quizá porque los hombres somos aproximadamente iguales, aunque hablemos los idiomas más distintos, comamos con la mano izquierda o derecha o recemos a los diosecillos más variopintos. Nadie está solo si se abre a los demás, como dejaba Manuel Leguineche abierta la puerta de su casa para quien deseara tomar un vaso de vino, hablar de un libro o comentar el tiempo. En definitiva, un libro espléndido, escrito en un castellano de oro puro en donde nada sobra ni falta, por uno de nuestros mejores periodistas. Imprescindible.
Manuel Leguineche (1941-2014) fue un periodista y escritor español nacido en la localidad vizcaína de Arrazua, cerca de Guernica. Estudió derecho y filosofía y letras, pero acabó licenciándose en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid. Trabajó de redactor en El Norte de Castilla siendo Miguel Delibes su director. En los años sesenta comenzó a viajar sin parar por todo el mundo. Dirigió la agencia de prensa Colpisa y otras. Fue corresponsal de guerra. Entrevistó a personalidades como Indira Gandhi o Juan Domingo Perón. Autor de numerosos libros, entre ellos El camino más corto (1978), que relata su vuelta al mundo en un todoterreno. Manuel Leguineche recibió muchos premios, siempre fue elogiado como un hombre de bien por sus compañeros de profesión y falleció con 72 años tras una larga enfermedad.
Publicado por Alberto.
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