viernes, 20 de junio de 2025

El devorador de hombres y otras historias cortas - Horacio Quiroga

Título: El devorador de hombres y otras historias cortas                                         Autor: Horacio Quiroga

Páginas: 308

Editorial: Menoscuarto

Precio: 15,99 euros

Año de edición: 2013

Horacio Quiroga fue uno de los grandes maestros del cuento en español. Este hombre de vida dura y atormentada, que durante años sobrevivió en el territorio salvaje de Misiones, al norte de Argentina, escribió una obra impresionante marcada por el pesimismo, la confrontación entre el salvajismo y la civilización, la crueldad de la naturaleza, la muerte, la misantropía, la locura, el amor de perdición y el instinto animal que todos llevamos dentro. 

Quien haya leído cuentos como «El almohadón de plumas», «Anaconda», «El síncope blanco» o «La miel silvestre» no los olvidará fácilmente. A Horacio Quiroga se le conocía como el Poe de la selva. Es cierto que su mundo torturado se parece a las creaciones más terroríficas del norteamericano, pero el uruguayo fue original e irrepetible. 

El devorador de hombres (2013) incluye seis novelas cortas. Fueron publicadas con pseudónimo entre 1908 y 1913 en revistas argentinas. Tienen un aire folletinesco y melodramático, aunque en ellas late el espíritu feroz, selvático, de su autor. Y es que cuando un escritor es de raza, su personalidad también se manifiesta en trabajos aparentemente alimenticios. 

Estas seis novelitas se leen estupendamente. La agilidad narrativa de Quiroga era extraordinaria. Sabía interesar al lector desde la primera línea. El ritmo nunca decae. Estamos ante un escritor entretenido, lo que dice mucho a su favor. Disfrutar de estos relatos olvidados no es perder el tiempo, sino ganarlo, al menos para los aficionados a la lectura. 

La novela que da título al volumen no es la mejor, pero sí altamente disfrutable (como las otras cinco). Un tigre nos cuenta en primera persona sus desventuras y la intriga que planea para vengarse de un cruel domador. Horacio Quiroga admiraba la furia natural de los reyes de la selva como si fuera una sencilla virtud. Nuestro tigre desprecia a los humanos, aunque admite que algunos, muy pocos, son valientes. Tigres y humanos son incompatibles, pero hasta el peor enemigo es digno de admiración si posee valor.

«El mono que asesinó» es un complejo relato sobre un fenómeno de regresión. Un hombre visita el zoológico. Se acerca a la jaula de los monos. De pronto, oye hablar a uno de los primates. A partir de esa anécdota, Quiroga nos sumerge en una historia delirante: un viaje en coche de caballos por un Buenos Aires fantasmagórico, una habitación de altas paredes en donde se siente el estertor de una bestia, un médico escéptico que debe rendirse ante lo inexplicable. Desde luego, la línea que separa al hombre del bruto es más tenue de lo que se cree. 

En «El hombre artificial» asistimos a un experimento demencial al estilo Frankenstein. Un ruso, un italiano y un argentino, como en los chistes, deciden crear un hombre mediante estímulos eléctricos. Quiroga no abunda por fortuna en el aspecto «científico» del asunto, concentrándose sabiamente en las dudas morales que van acorralando a estos creadores de vida a partir de la nada. La soberbia de quienes quieren imitar a los dioses será castigada. Quizá sea posible construir un remedo de hombre; darle un alma es imposible. Lo último cae fuera de la competencia científica.   

Las otras tres novelas nos cuentan la terrible venganza que planean un hombre y una leona, la caída de Roma desde la perspectiva de un joven patricio que mantiene vivas las virtudes republicanas que dieron alma al imperio y el lento navegar de un barco por un gran río africano. El hombre que aguarda en la orilla se entretiene disparando a los cocodrilos que emergen de las aguas cenagosas como monstruos antediluvianos. 

Pasen y lean. Es cierto que el maestro Quiroga cae a veces en excesos truculentos lamentables. Algo casi inevitable en un autor que escribía para el gran público con el sano propósito de comer. Pero lo que brilla en estos cuentos es lo bueno: la belleza de las descripciones, la fuerza imaginativa de los argumentos, los estupendos diálogos, la capacidad para mantener la intriga hasta el final y la atmósfera de pesadilla que va envolviendo las historias. Quiroga era de la estirpe de Poe, Kipling, Conrad, Maupassant, Ambrose Bierce o su contemporáneo Leopoldo Lugones, otro gran cuentista. Lo dicho: pasen un buen rato con este gran escritor. 

Horacio Quiroga

Horacio Quiroga (1878-1937) fue un escritor uruguayo nacido en la ciudad de Salto. Su padre era descendiente del caudillo riojano Facundo Quiroga y se mató de un escopetazo accidental delante de la familia. Su padrastro se suicidó de la misma manera cuando Horacio tenía 18 años. Sus hermanos murieron de fiebre tifoidea en el Chaco. Quiroga mató accidentalmente a su amigo Federico Ferrando mientras manoseaba una pistola. Pese a tanta tragedia, estudió en Montevideo, viajó a París y empezó a escribir. Siempre le gustaron las máquinas, la fotografía y la vida campestre. Tuvo amistad con Julio Herrera y Reissig, Leopoldo Lugones y José Enrique Rodó

Deseoso de escapar del mundo, se instaló en Misiones, en el Alto Paraná. Allí compró una chacra de 185 hectáreas y explotaba yerbatales. Se casó. A sus dos hijos los educó para que supieran afrontar cualquier peligro, ante el enfado de su madre. Pero los pequeños disfrutaban con un padre tan especial. Como una maldición, el desastre volvió: su mujer se suicidó bebiendo un mejunje empleado en el revelado fotográfico. Horacio quedó destrozado. Se fue a Buenos Aires con sus hijos. Años más tarde regresó a  Misiones y se volvió a casar. Libros como Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920) o Los desterrados (1926) le dieron fama. En 1937, enfermo de cáncer de próstata, Horacio Quiroga se suicidó con cianuro.

Publicado por Alberto.

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