viernes, 21 de abril de 2023

Imagen primera de ... - Rafael Alberti

 

Título: Imagen primera de...                                                                                              Autor: Rafael Alberti

Páginas: 189 pág.

Editorial:
Seix Barral

Precio: 18.09 euros

Año de edición: 1999

Exiliado como consecuencia de la guerra civil, el gran poeta Rafael Alberti fue escribiendo un conjunto de nostálgicas evocaciones de escritores y artistas a quienes tuvo el privilegio de conocer. El resultado es «Imagen primera de...» (1945), un bello ejemplo de la capacidad del gaditano para fijar con leves pinceladas un delicado cuadro vivo del pasado con una prosa lírica, tersa y en ocasiones malintencionada. 

A Federico García Lorca lo conoció Alberti en la madrileña Residencia de Estudiantes durante los felices años veinte. Un joven aceitunado, bronco y fino a la vez, simpático, delicado producto del campo andaluz. Lorca era para Alberti «una fuente de poesía popular» que manaba de las entrañas del pueblo. La amistad entre los dos, con ciertos altibajos, llegaría hasta el aciago agosto de 1936, cuando a Lorca se le vería caminando entre fusiles en Granada, su Granada. Bajo tierra, el poeta sigue «verdeciendo para el mundo en ese iluminador árbol simbólico de hojas imperecederas».

Juan Ramón Jiménez vivía en su casa como en un castillo con troneras, entregado en cuerpo y alma a la poesía, su única religión. Tenía un aspecto espléndido de árabe andaluz y una lengua viperina, con una terrible gracia andaluza para burlarse de escritores como Azorín o Pérez de Ayala. La quijotesca figura de don Miguel de Unamuno levanta la admiración de Alberti, mucho más que la interminable lectura de una de sus obras de teatro. Manuel de Falla, exiliado como Rafael en Argentina, lleva una existencia silenciosa solo rota por sus notas musicales. Un hombre enjuto, recogido y tímido como un monje cartujo de Zurbarán.  

Antonio Machado era grande, algo desastrado y de aire somnoliento. Alberti se lo encontró una mañana bajando por la madrileña calle del Cisne, mal vestido y triste, pensativo y silencioso, lejos de este bajo mundo. Otra maravillosa estampa nos muestra a don Antonio y sus amigos en la tertulia de un viejo café madrileño, cuyos espejos empañados multiplicaban mágicamente las imágenes, creando una atmósfera irreal verdaderamente machadiana. La última imagen es durante la guerra. Un Machado envejecido reafirma su entrega a la causa republicana poco antes de ser evacuado de Madrid con su familia. Desde la lejana Argentina, Alberti rememora emocionado el ejemplo de fidelidad machadiano. 

Picasso tenía unos ojos negros, redondos, feroces, una crencha rebelde de pelo ya canoso, e irradiaba tal intensidad que Alberti teme acercarse a él. Miguel Hernández era, según Neruda, como una patata recién sacada de la tierra. El poeta cabrero que cantaba el viento del pueblo hasta que el ruiseñor dejó de trinar en una sórdida celda en 1942. Don Ramón del Valle-Inclán, nombrado por la república director de la Academia de España en Roma, seguía con sus pretensiones aristocráticas, paseándose por los salones de la ciudad eterna como un rey en el destierro que regala su desdén, además de conocer de memoria todos los rincones romanos. Es otra estampa magistral. 

Alberti era comunista desde los años republicanos. Recuerda a un viejo Máximo Gorki, con su cara tártara y sus bigotes caídos, convertido en el patriarca del nuevo realismo socialista. En casa del maestro ruso montaron los compañeros de viaje una fiesta: «A la hora de los brindis se presentó el gobierno, menos Stalin, recibiendo Voroshilov una inmensa ovación. Sólo en un país como aquél, donde el sentido de la jerarquía es auténtico y nuevo, puede brindarse, tuteándolos, con los más altos jefes y hasta bailarse con ellos una danza del Cáucaso». Moscú, años treinta. La época del gran terror. Muy accesibles y simpáticos los democráticos camaradas. Una lástima que faltara Stalin, tan majo. Alberti no cuenta si entre los gobernantes soviéticos estaba también el afable Beria. El gran escritor André Gide, por contra, era «veleidoso, mezquino y frívolo», porque simplemente había contado en su «Regreso de la URSS» (1936) lo que Alberti no quería ver. 

Los breves retratos de Ortega y Azorín son un ejemplo perfecto de economía de medios, perspicacia y mala leche. Azorín aparece como un bobo congelado que se sienta en una estación de metro a ver pasar la gente. Ortega y Gasset es un señor frívolo que ofrece su desmayada mano filosófica a entregadas damas aristocráticas. Venganza albertiana. La guerra y sus odios quedaban aún muy cerca. Todos estos retratos de Alberti son parte de esa arboleda perdida por el poeta cuando fue expulsado de España. En ellos se demuestra el poder de remembranza de una magnífica prosa poética.

Rafael Alberti

Rafael Alberti (1902-1999), uno de los más grandes poetas españoles, andaluz universal, nació en el Puerto de Santa María. Su familia era acomodada y de origen italiano. Alberti estudió con los jesuitas, pero su primera vocación fue la pintura. Sin embargo, pronto empezó a escribir. En Madrid frecuentó a otros jóvenes poetas como Lorca, Gerardo Diego, Salinas o Guillén, que luego formarían la mítica generación del 27. En 1924 recibió el Premio Nacionalde Poesía por su maravilloso «Marinero en tierra».

A partir de ahí se fue sucediendo una intensa producción lírica y también teatral. Los años 30 fueron los de la poesía comprometida y el ingreso en el PCE. Con su pareja, la también escritora María Teresa León, viajaría por todo el mundo. La guerra civil lo convirtió en el poeta republicano por excelencia, junto con Machado y Miguel Hernández. La derrota de 1939 le llevó a un largo exilio en París, Argentina, Chile y Roma. Siguió escribiendo a buen ritmo y regresando a España en 1977. Fue fugazmente diputado comunista en la primera legislatura de la democracia. Recibió innumerables premios. Murió en 1999 y sus cenizas se dispersaron por el mar de su infancia: el mejor funeral posible para un poeta.

Publicado por Alberto.

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