Título: El astillero Autor: Juan Carlos Onetti
Páginas: 240 pág.
Editorial: Cátedra
Precio: 12,50 euros
Año de edición: 2007
Juan Carlos Onetti fue uno de los máximos renovadores de la narrativa en castellano. A partir de la publicación de «El pozo» (1939), su primer libro, el novelista uruguayo fue construyendo un universo literario marcado por la ruina, la decadencia, el fatalismo y el desaliento existencial. Sus personajes se mueven como fantasmas por escenarios deteriorados, ruinosos, en los que parece que la vida se fue hace tiempo, quedando en su lugar un hálito de tristeza que todo lo envuelve. Las criaturas de Onetti no viven, se sobreviven, gracias a la imaginación, recuerdan, moviéndose como sombras chinescas. Onetti seguía a rajatabla aquella vieja sentencia de que vivir es ir muriendo. O quizá sus personajes están muertos y desde su limbo zarrapastroso recuerdan la vida. En Onetti es fácil rastrear influencias de Kafka, Faulkner, Sartre («la vida, esa pasión inútil») y Henri Barbusse, cuya novela «El infierno» (1908) tanto impresionó a los existencialistas.
«El astillero» (1961) comienza con el retorno de su protagonista, el desastrado Larsen, al ser contratado como gerente de un astillero. En un transbordador se traslada desde Santa María hasta Puerto Astillero. Larsen era conocido como «Juntacadáveres», cuando sus desventuras merecieron una novela de Onetti del mismo título. El señor Larsen entra en contacto con el dueño del astillero, Jeremías Petrus, e intenta seducir a su hija, retrasada mental, en unos ridículos encuentros en el jardín de la abandonada mansión familiar. Para sacar adelante el astillero, se necesita una disciplina. Larsen acude todos los días a su despacho. Da órdenes a sus subordinados Gálvez y Kunz, gracias a los cuales se entera de ciertas irregularidades. Se entrevista con el doctor Díaz Grey. El astillero se salvará si se facilitan treinta millones de pesos.
Pero todo este cuento es pura simulación. «El astillero» es una ruina marchita, que lleva abandonada muchos años. Su dueño es un anciano cadavérico, completamente arruinado. Escondidos entre la maquinaria muerta del astillero, en unas pútridas casuchas, viven Gálvez y Kunz. La esperanza no existe en ese lugar abandonado de la mano de Dios. Un río fangoso. Enormes estructuras de metal herrumbroso. Estancias medio derruidas llenas de cachivaches inútiles. Un viento helado silba entre las habitaciones deshabitadas, arrastrando con leve ruido hojas de papel amarillento, polvo de años o siglos y porquerías indefinibles. En Puerto Astillero las personas más que caminar se dejan llevar no se sabe por qué o quién. Un clima húmedo, malsano, lluvioso y gris va carcomiendo cosas y personas. Resuenan los ladridos lejanos de un perro. Gimen las sirenas de un buque quizá soñado. Todo parece muerto.
En un escenario atemporal y melancólico, Larsen se afana por leer informes, por trabajar, por salir adelante. Pero estos informes son antiguos y ya no importan a nadie. Cuentan asuntos olvidados. Los barcos naufragaron, los hombres se murieron o abandonaron Puerto Astillero, solamente el lento declive de las cosas es señal de que por allí hubo vida. Larsen en su despacho, entre montañas de inútiles libros de cuentas y expedientes, luchando por dar sentido a lo que no lo tiene, sombra peleando entre sombras, es claramente un pariente porteño de Franz Kafka. Representa un mundo oficinesco, tan miserable y absurdo como el del maestro checo.
Los personajes de la novela son conscientes a veces del sinsentido de su existencia, pero les da igual. Discuten de un asunto mientras piensan en otra cosa. Viven en un absurdo asumido, así que no se engañan. Como en un sueño, repiten las mismas acciones. Únicamente se salvan gracias al pensamiento. Por lo demás, son quietistas: hace tiempo que tiraron la toalla. El narrador omnisciente tampoco está seguro de lo que cuenta. El desorden cronológico es evidente. Se mezclan sucesos que debieron suceder en momentos distintos. Ciertos testigos, por ejemplo, no se ponen de acuerdo en si vieron o no vieron a Larsen vagar por Santa María. La novela abunda en expresiones como puede ser, a lo mejor o quizás.
«El astillero» es una novela existencialista, que nos dice que eso de la vida no tiene la importancia que algunos le atribuyen. Vivir el absurdo como si fuera la realidad es el bálsamo del desaliento para los héroes de Onetti. O como piensa Larsen: «Fuera de la farsa que había aceptado literalmente como un empleo, no había más que el invierno, la vejez, el no tener dónde ir, la misma posibilidad de la muerte». Sobra cualquier comentario.
Juan Carlos Onetti (1909-1994) fue un escritor uruguayo, el más importante de su país y una figura decisiva en la narrativa hispanoamericana del siglo XX. Onetti nació en Montevideo. Su vida fue peculiar. Se casó muy joven con su prima, se divorció de ella a los pocos años y contrajo nuevo matrimonio con su hermana. Se casaría unas cuantas veces más y tuvo varios hijos. Ejerció los oficios más variopintos, ya que no terminó la secundaria. A Onetti lo que le gustaba era leer, escribir, beber y frecuentar los prostíbulos. Fue secretario de redacción de la revista «Marcha» y trabajó para la agencia Reuters. Vivió durante muchos años entre Montevideo y Buenos Aires.
«El pozo» (1939) le convirtió de repente en uno de los escritores más renovadores en castellano. Su literatura muestra personajes equívocos y desalentados que viven en entornos asfixiantes. Es la gran novela existencial latinoamericana. Las fábulas de Onetti no atrajeron precisamente a multitudes de lectores, pero la crítica las empezó a valorar como esenciales.
Siempre declaró que él era un escritor puro, comprometido con su conciencia, enamorado de la literatura y de las mujeres, y de nada más. Sin embargo, en 1974 fue detenido por los milicos uruguayos, que le encerraron durante tres meses en una comisaría, en un campo deportivo y por último en un hospital psiquiátrico. El pecado de Onetti fue ser jurado en un concurso literario que premió un cuento de Nelson Marra considerado subversivo por las autoridades. Para más inri, Onetti declaró varias veces que a él el dichoso cuento no le gustaba nada. Kafkiano.
Logró finalmente exiliarse en España. Recibió el premio Cervantes en 1980. Con el dinero del premio se compró un piso en Madrid, se metió en la cama y no salió más de su casa. Nunca regresó a Montevideo. Siguió escribiendo y bebiendo hasta fallecer a los 84 años. Para entender a Onetti y su mundo es muy interesante el libro de entrevistas con Ramón Chao, «Un posible Onetti» (1994).
Publicado por Alberto.
Excelente reseña alberto, no le falta ni sobra una palabra, condensas todo lo que es la esencia de la novela. Saludos desde el caribe
ResponderEliminarMuchas gracias anónimo. Leer a Onetti cuesta, pero el esfuerzo merece la pena.
ResponderEliminar