domingo, 6 de octubre de 2019

Venceréis, pero no convenceréis - Unamuno

Karra Elejalde en el papel de Miguel de Unamuno (Mientras dure la guerra, 2019)

Aula Magna de la Universidad de Salamanca, 12 de octubre de 1936. Coincidiendo con el inicio del curso, se celebra el llamado Día de la Raza (hoy Día de la Hispanidad), en un acto muy especial, retransmitido po radio, al que asistían Carmen Polo, mujer de Franco, José MIllán-Astray, el fundador de la Legión, y Miguel de Unamuno, rector de la universidad y uno de los escritores más respetados entonces.

El 18 de julio de ese mismo año había estallado la insurrección militar contra la Segunda República que marcó el inicio de la Guerra Civil de España. Unamuno, que había apoyado el golpe de estado en un principio, estaba entonces completamente en desacuerdo con el desarrollo de los acontecimientos y protagonizó un enfrentamiento mítico con MIllán-Astray.

Miguel de Unamuno y José MIllán-Astray

A pesar de que había cientos de testigos, como suele ocurrir en estos casos, las versiones no coinciden exactamente y del discurso de Unamuno solo se conservan las notas previas, apresuradas y casi ilegibles, que escribió en el programa. Estos días se proyecta una película muy recomendable sobre el tema, «Mientras dure la guerra», dirigida por Alejandro Amenábar. No sigáis leyendo si  váis a ir a verla y no queréis que os la destripe. Porque a continuación viene la transcripción del historiador Núñez Florencio de aquella famosa intervención de Don Miguel, no se sabe si completamente fiel a la realidad, pero sí muy similar y ajustada a las ideas que sostenía.
                           
«Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición). Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y Deniel], catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no...

- ¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte! (Millán-Astray)

»Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán-Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán-Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender.

»Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España».
               
Miguel de Unamuno a la salida del acto del 12 de octubre de 1936

Lo que pasó después es de todos conocido. Unamuno, de setenta y un años, estuvo a punto de ser linchado allí mismo, le salvó Doña Carmen Polo sacándole del brazo y el filósofo permaneció en arresto domiciliario hasta que murió de un ataque al corazón unos meses después.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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