Título: El gran manipulador: la mentira cotidiana de Franco Autor: Paul Preston
Páginas: 368 pág..
Editorial: Debate
Precio: 22,90 euros
Año de edición: 2022
«El gran manipulador» (2022) de Paul Preston no es una biografía al uso de Francisco Franco. Esta tarea ya fue abordada con éxito por el propio Preston en su monumental «Franco, caudillo de España» (1992), que dentro de la oceánica bibliografía sobre el dictador ocupa un lugar de excepción. Es sin duda una de las mejores biografías de Franco: extensa, documentada, crítica con el personaje y bien escrita. Por supuesto, el libro cayó fatal en ambientes franquistas. Ricardo de la Cierva, por ejemplo, la calificó de «antibiografía mendaz».
Esta obra analiza la construcción de la imagen propagandística de Franco, que aún pervive en ciertos sectores. Fueron muchas las máscaras del caudillo sempiterno. Joven héroe entregado a la guerra contra el norteafricano. General más joven de Europa. Salvador de España de las garras del comunismo. Hábil estratega que frenando a Hitler evitó a España los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Imperturbable centinela de Occidente. Padre del desarrollo económico. Afable abuelo de una España en paz. Franco llegó a creerse esta colección de ditirambos, que cultivó cuidadosamente. Paul Preston derriba el mito del superhombre que nunca se equivocaba. El verdadero Franco era un hombrecillo nada atractivo. Extremadamente reaccionario. De cultura menos que mediocre.
Franco era ambicioso. Toda su inteligencia, que no era poca, la dedicaba al triunfo. Comenzó su carrera militar en 1912, durante la brutal guerra colonial de Marruecos. Después del desastre del 98 el ejército español se había replegado sobre sí mismo. Entre los militares africanistas se fue configurando una ideología nacionalista y autoritaria. Aislados de la sociedad civil, deseaban que «España fuera tan grande como en el pasado». Este programa retardatario seducía a Franco. En la edad media la espada guerrera libró a nuestro país de los musulmanes. Una nueva cruzada salvará a la España tradicional y católica de la amenaza liberal, izquierdista, masónica o separatista. Franco se creía el Cid. Un nuevo Santiago Matamoros, caballo blanco incluido. Todas sus puestas en escena tenían un regusto arcaico, alejado del modernismo fascista.
En 1931 se implantó la Segunda República en España. El monárquico Franco la acogió con reticencia, aunque se adaptó bien al bienio conservador de Lerroux y Gil Robles. Octubre de 1934: Franco aplasta implacablemente la revolución socialista de Asturias. El Matamoros se encarna en el salvador del orden social. El general declara su odio africano «contra el comunismo, el socialismo y otras doctrinas que propugnan la barbarie». En su espíritu arraiga una misión providencial: liberar a España de la subversión roja.
La guerra civil de 1936-1939 fue para los sublevados la representación de un drama sagrado de redención nacional. Había que salvar el alma de la patria, extirpando miles de cuerpos. Preston afirma que la guerra franquista fue intencionadamente lenta para triturar al liberalismo y la izquierda. El Caudillo por la gracia de Dios era un gran inquisidor. Diversos testimonios confirman que Franco firmaba innumerables penas de muerte con una tranquilidad estremecedora. Se trataba de una tarea engorrosa, necesaria e ineludible. Sin piedad.
En 1939 Franco estaba alineado con Hitler y Mussolini. Quería entrar en guerra con el eje. Pero el precio que pedía por su participación en el conflicto era demasiado alto para lo que Hitler estaba dispuesto a pagar. Así se construyó la farsa de un astuto Franco que evitó a los españoles la Segunda Guerra Mundial engañando al dictador alemán. La realidad fue bien distinta. Franco, rastrero y pronazi, esperaba ansioso el reparto de los despojos que traería el Nuevo Orden. Pero sus exigencias eran desorbitadas. Los alemanes acabaron dándole puerta.
Termina el conflicto. Franco, aislado. El país, hambriento. El inquilino de El Pardo intenta borrar su compromiso fascista. Hace valer su anticomunismo. La guerra fría le favorece. El gallego se cuela en el concierto occidental por la puerta pequeña. Acuerdos con EE. UU.: el gran patriota vende a precio de saldo la soberanía española. Sin embargo, nunca fue aceptado del todo por occidente. Por lo demás, Franco creía que los países democráticos eran una cueva de masones. El desprecio era mutuo.
Durante los años 60, cada vez más envejecido, progresivamente demacrado por el párkinson, Franco ejerce de reina madre. Un abuelo cívico que con su vocecilla de grillo se dedicaba a inaugurar obras públicas, sin descuidar la firma de algunas pertinentes penas capitales. 1975: una sociedad modernizada contempla entre expectante y perpleja la agonía del autócrata. En su testamento, Franco alerta una vez más acerca de los peligros que acechan a la civilización cristiana. Sus enemigos son los de España. La megalomanía franquista pretendía prolongar el régimen después de su muerte. No fue así. Sin Franco, el franquismo se derrumbó como un castillo de naipes.
Franco siempre se guió por su absoluto egocentrismo. Los prejuicios y obsesiones del dictador eran obligaciones nacionales sancionadas por Dios. Semejante megalomanía, sumada a una notable astucia política, explican la longevidad del régimen. Franco sabía adaptarse. No era un revolucionario de derechas como Mussolini o Hitler. Carecía de un pensamiento político. Las certezas franquistas eran primarias y negativas: orden, religión, nacionalismo, propiedad, anticomunismo, etc. Su oportunismo político y versatilidad ideológica encajaron en todas las circunstancias: gentilhombre de Alfonso XIII, jefe del Estado Mayor con la república, fascista en la era nazi, católico durante la guerra fría, entregado al amigo americano cuando tocó. Franco declaró en una ocasión: no saldré del poder excepto con los pies por delante. Así fue. En eso, no mintió. Lean este interesante libro de Preston sobre un mesianismo incomparable e impresentable.
Paul Preston (1946), historiador británico, nació en Liverpool en una familia humilde y estudió en la Universidad de Oxford. Como discípulo de Hugh Thomas, comenzó a interesarse por la historia de España. A finales de la década de los sesenta viajó por primera vez a nuestro país. Ha sido profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Reading, en el Queen Mary College de la Universidad de Londres y, por fin, en la prestigiosa London School of Economics & Political Science.
Ha escrito numerosos libros sobre la república, la guerra civil, el franquismo, la transición a la democracia, los militares, la represión y la corrupción. Considerado un historiador proclive a la izquierda, algunos colegas conservadores le acusan de parcial. Paul Preston, uno de los hispanistas más destacados, es un hombre orondo, simpático, que habla perfectamente castellano y catalán, muchas veces premiado, y con una gran facilidad para escribir historia de manera clara y atractiva. Documentados con exhaustividad, sus trabajos siempre resultan interesantes. El profesor Preston vive en Londres y sigue publicando a buen ritmo.
Publicado por Alberto.
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