viernes, 24 de octubre de 2025

Fascismo y populismo - Antonio Scurati

Título: Fascismo y populismo
Autor: Antonio Scurati
 
Páginas: 104
 
Editorial: Debate
 
Precio: 12,90 euros
 
Año de edición: 2024

Antonio Scurati es uno de los escritores italianos más reconocidos de estos últimos años. Su monumental serie de novelas sobre Mussolini ha tenido un gran éxito. Como mandamás de su país entre 1922 y 1943, el Duce fue uno de los grandes histriones del siglo veinte. El patriarca del fascismo inauguró una nueva forma de hacer política en la era de las masas. La política de la antipolítica, de la estética, del ademán provocador y de la violencia (retórica, gestual y física). En este sentido, el orgulloso Mussolini fue un precursor. Un genio de la peor política. Hasta Hitler, hombre parco en elogios, reconoció que la camisa parda nunca hubiera existido sin la camisa negra. 

En este breve ensayo, Fascismo y populismo (2024), Antonio Scurati aborda la posible supervivencia de algunos rasgos del fascismo histórico en el populismo actual. La demagogia del presente no es fascista, pero conserva ecos del fascismo. En Italia el fascismo es visto con bastante indulgencia. Scurati no se asombra de que la derecha radical italiana, heredera del fascismo, haya alcanzado el poder con la pequeñita y rubia GiorgiaMeloni, que no es Mussolini, aunque los dos apellidos empiecen por m. Para las nuevas generaciones, el fascismo no significa nada. El recuerdo candente de una derrota catastrófica fue decisivo en el consenso antifascista que se agrietó hace ya décadas. En realidad, la era fascista desapareció en 1945. Pero sobreviven ciertas innovaciones discursivas y de imagen ensayadas por Mussolini.  

Mussolini era periodista. Sabía simplificar, agredir y acuñar grandes eslóganes. No se trataba de pensar. Había que actuar de manera decidida contra los malos: los rojos. La violencia estaba en el corazón del fascismo. Era su razón de ser, su lógica interna, su espíritu. No todos los violentos eran fascistas, pero todos los fascistas estaban dispuestos a usar la violencia como medio y como fin. Como medio para alcanzar el poder y luego conservarlo. Nunca de manera estática. Los fascistas siempre querían ir más allá, ampliando su poder hasta el infinito. Por esa razón la violencia era un fin en sí mismo.

Alguien definió acertadamente el fascismo como el triunfo de la bofetada sobre la ley. Los fascistas convirtieron la violencia en una terapia curativa sobre un cuerpo enfermo. Era tan necesaria como una operación quirúrgica. Administrarla equivalía a cortar una infección. Demostrar preocupación por la salud era una conducta buena y noble. La violencia es moral porque salva a la sociedad. Los fascistas creían que el mundo era de los sanos y los fuertes. Los primeros compinches de Mussolini eran veteranos de la Primera Guerra Mundial. Muchos de ellos, criminales profesionales. La violencia era su vida. 

Populismo. El autor resalta que Mussolini inventó el absolutismo moderno. Si el rey absoluto era el Estado, el dictador fascista se identificaba con el pueblo. El pueblo soy yo, clamaba Mussolini. Pretendía tener línea directa con la providencia, saber lo que quería para Italia y lo que querían los italianos. La democracia populista del fascismo era un teatro de masas en donde las marionetas aplaudían frenéticas al líder clarividente que nunca se equivocaba. Pero el líder era un táctico sin estrategia. Arrastraba al pueblo y se dejaba arrastrar por él. Las grandes palabras, los gestos tremebundos, escondían dudas y vacilaciones. Mussolini era un globo hinchado por las ilusiones de una masa enfervorizada. El desastre llegó. El globo acabó pinchando. 

El gran líder tiene un gesto fuerte, decidido y viril. La rotundidad del cuerpo manifiesta propósitos sólidos. El cuerpo es un símbolo. Scurati recuerda el trágico fin de Mussolini. Su cadáver fue destrozado por aquellos que antes se rendían ante sus botas. Del Duce caído todos hicieron literalmente leña. El derrumbe del fascismo significó la destrucción física de su fundador. Acabado el espectáculo, de los aplausos se pasó al pateo. 

¿Queda en la actualidad algo de todo esto? Por desgracia, mucho. El populismo simplifica. Se basa en eslóganes, fake news e insultos en las redes sociales. La racionalidad desaparece con los zascas. El maniqueísmo es inevitable. Antes los enemigos eran comunistas, judíos, masones o simples liberales. Ahora son los inmigrantes, sobre todo musulmanes. El miedo y su consecuencia, el odio, son connaturales al populismo reaccionario. Tampoco el parlamentarismo, inherente a la democracia liberal, es de su gusto. La democracia populachera es más directa: consiste en asaltar el parlamento, en vaciarlo de contenido, e incluso de diputados si se puede. Después de todo, dicen, todos sabemos que los políticos son unos ladrones, solo saben parlotear y etc., etc.

Y queda el hombre fuerte, el Mussolini de nuestros días. Existen varios candidatos. Quizá sea Trump el más mussoliniano de todos: mentón levantado con chulería, gestos grotescos y desabridos, aires de matón de verbena, seguridad pueblerina, división del mundo entre buenos y malos e identificación de su porte macizo con la dureza de unos EE. UU. primigenios. De nuevo, la política del cuerpo y del gesto. Este librito de Scurati se leerá con provecho como recordatorio del fascismo y como advertencia de lo que tenemos encima, que no es el fascismo, pero a veces se le parece. Recomendable. 

Antonio Scurati

Antonio Scurati (1969) es un escritor italiano nacido en Nápoles. La carrera de Scurati fue en principio académica, ya que es graduado en filosofía por la Universidad de Milán, para luego obtener el doctorado en teoría y análisis del texto en la Universidad de Bérgamo. Ha sido profesor en estas mismas universidades de escritura creativa, entre otras especialidades, además de autor de varios ensayos. Su gran éxito vino con Hijodel siglo (2020), una voluminosa y apasionante novela sobre la vida y milagros de Mussolini. Scurati sigue trabajando sobre el personaje.  

Publicado por Alberto.

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