martes, 21 de febrero de 2017

El tío Tugsteno - Oliver Sacks


Título: El tío Tugsteno
Autor: Oliver Sacks

Páginas: 360
 

Editorial: Anagrama 
 

Precio: 11,90 euros
 
Año de edición: 2007

Algunos colegas criticaban a Oliver Sacks, el gran divulgador médico autor de «Despertares», aduciendo que era mejor escritor que neurólogo. No sé si es cierto, pero lo que creo que sí es verdad es que es un estupendo narrador y en este libro sobre su infancia en el norte de Londres, lo demuestra con creces.

El texto arranca cuando el autor, nacido en una numerosa familia judía, tenía 4 años y acaba cuando llega a los 14. Su abuelo ruso tuvo nueve hijos y nueve hijas, imaginaos el número de primos que eso supone, así que la gran mansión familiar era en realidad la enorme choza en la que vívia el «clan Sacks», formado por una marabunta de tías, primos, hermanos... en alegre mezcolanza y algarabía.

Su padre era un gran nadador y un gran médico, por cierto nuestro hombre heredó ambas cosas, pero en la familia había otros médicos, además de quimicos, geologos, músicos... hasta formar un elenco impresionante que bien podría haber montado un museo de ciencia recreativa. No es extraño que el pequeño Oliver se aficionase primero a las matemáticas, luego a la Geología y por fín a su gran pasión durante muchos años: la Química.

El título alude a un tío fabricante de bombillas y enamorado del Tungsteno, hoy llamado Wolframio, que se emplea para hacer los filamentos de las lámparas por su elevado punto de fusion (3410 ºC), fervor que supo transmirle a su sobrino. Pero el libro está lleno además de anécdotas y hechos curiosos: antes se usaba el carbón vegetal contra los gases y había personas con la lengua negra; un director cruel puede convertirse en un montón de átomos o en un esqueleto; la horrible dieta de los internados ingleses basada en nabos suecos y remolachas forrajeras; una prueba irreutable de la inexistencia de Dios; la receta de los bollos de cemento; cómo en aquella época podía ser excomulgado un miembro de la familia por casarse con una gentil; que el padre auténtico de la Química fué Robert Boyle (1627-1671); cómo se abandonó la teoría del flogisto; que hubo poetas-quimicos; la invención y evolución de la Tabla periódica; la Historia de las cerillas; que realmente un pulpo puede ser un animal de compañía; que los calamares son de sangre azul; qué es el espintaroscopio, y muchas cosas más.

En fin es la narración amena y atractiva de la infancia de un niño inteligente y sensible, lector voraz y casi superdotado, que se dedicaba a hacer en su pequeño laboratorio experimentos de química recreativa desde su más tierna edad. El texto mezcla casi a partes iguales la historia de su niñez y su familia con un repaso divulgativo estupendo de la Historia de la Quimica. Con lo que se demuestra que este simpático médico judío no era de ciencias ni de letras, sino de las dos cosas a la vez, como Dios manda.
 
Un libro estupendo, que vuelve a demostrar lo fácilmente que los buenos médicos pueden convertirse en humanistas, llevados de la mano de su interés por las personas y la vida en general. La lista de ejemplos de médicos-escritores es larguísima y vale la pena disfrutarlos como se merecen. Oliver Sacks, por ejemplo, es de lo mejorcito y siempre deja en el lector la reconfortante sensación de haber estado hablando con un amigo.

Oliver Sacks (Londres, 1933-2015) es un escritor y neurólogo de prestigio afincado en Nueva Yorkdel que ya hemos hablado varias veces en este blog. Desde los años 90 se ha hecho conocido por el gran público gracias a que ha sabido publicar libros amenos, bien escritos y muy lúcidos sobre algunas de las dolencias que aquejan al ser humano: la encefalitis letárgica, el síndrome de Asperger, el de Tourette, el Parkinson o las agnosias. Todos sus libros son muy recomendables.

Estudió medicina en el Queen's College de Oxford y se hizo cirujano. A los 27 años se trasladó a Montreal (Canadá) y luego a EE. UU., donde se hizo neurólogo. Era homosexual y tan tímido que no tuvo pareja hasta que los 44 años. Se definía a sí mismo como «un viejo judío ateo».

Oliver Sacks

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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