viernes, 23 de septiembre de 2022

Cartas finlandesas / Hombres del Norte - Ángel Ganivet

 

Título: Cartas finlandesas / Hombres del Norte                                                                  Autor: Ángel Ganivet

Páginas: 300 pág.

Editorial: Nórdica

Precio: 18 euros

Año de edición: 2017

Noviembre de 1898: un caballero joven, moreno y de negra barba navega por las gélidas aguas del Dvina, hermoso río que nace en Rusia y desemboca en Riga, la capital de Letonia. De repente, el hombre de aspecto meridional se precipita al agua. Lo logran rescatar. En un descuido, se arroja por la borda una segunda vez. En esta ocasión, fallece. Se llamaba Ángel Ganivet. Era el cónsul español en Riga. Había nacido en Granada, al otro extremo de Europa. Desde hacía tiempo, daba señales de demencia. Y terminó por hundirse en un río báltico al igual que se fue a pique la flota española en otros océanos más cálidos. Fue el precursor atormentado de la generación del 98. Tenía tan solo 32 años cuando se mató.

Ortega y Gasset consideraba a Ganivet como uno de los primeros espíritus españoles plenamente europeos. El diplomático granadino superó el sempiterno provincianismo ibérico reflexionando sobre otros países. Ganivet pensaba sobre aquello que veía, haciéndolo suyo. Tenía una inteligencia rápida, vivaz e inquisitiva. Grande era asimismo su curiosidad. El periodismo literario ganivetiano era eminentemente intelectual. Sin embargo, no era un filósofo profesional. El joven Ganivet jugaba con sus ideas, que maduraban sin prisa. Quizá nadie represente tan bien el espíritu de fin de siglo como este hombre desgraciado y brillante.

Las «Cartas finlandesas» (1898) tienen un gran interés. Cuando Ganivet fue destinado como diplomático en el Gran Ducado de Finlandia, este aún formaba parte autónoma del imperio de los zares. En Helsingfors, hoy Helsinki, el andaluz residió dos años. Pese a su aparente misantropía, Ganivet, dotado de una gran facilidad para el aprendizaje de los idiomas, llevó una vida social bastante intensa. Le encantaba la compañía femenina. De hecho, durante esos años tuvo una amante boreal, la rubia Mascha, a quien Ganivet dedicó encendidos poemas. 

Ángel Ganivet procedía de un medio provinciano y conservador (su padre era molinero). España, en las postrimerías del siglo XIX, era una nación agraria con mayoría de analfabetos. La pérdida de las últimas colonias ante los Estados Unidos demostró que nuestro país era un peso pluma en el concierto internacional. Algunos no se enteraban o intentaban ocultar esta dura realidad. Ganivet, esencialmente conservador, se mostraba bastante reacio ante la sociedad moderna. Era un idealista anacrónico rebosante de ironía, lo que invita a relativizar algunas de sus afirmaciones. 

Finlandia: nación en ciernes. La autoridad imperial rusa era benévola. Las costumbres de la sociedad finlandesa chocaban con la mentalidad tradicional española. En las «Cartas» Ganivet se ocupa de muchos asuntos. La administración y el parlamento. La muerte de los finlandeses. El Kalevala, gran poema épico de los viejos tiempos de Carelia. La vida familiar. La estructura de la sociedad. La idea que de España podían tener estos remotos nórdicos. La existencia de varios idiomas en Finlandia: ruso, finlandés y sueco. La formación de un sentimiento nacional específicamente finlandés a partir de una etnia con su idioma, mitología y arraigo en la tierra. El nacionalismo finlandés estaba forjando una nueva patria. Las hermosas imágenes de un paisaje encantado de bosques impenetrables y lagos oscuros confirman la categoría estilística de Ganivet. No obstante, en las «Cartas» predominan la reflexión y el análisis sobre lo meramente descriptivo. 

La modernidad finlandesa no le convencía. Nuestro hombre se sulfura con esas mujeres que trabajan, que montan en bicicleta, que miran horizontalmente al hombre, de tú a tú, que dependen de ellas mismas. No le cabe en la cabeza la mujer liberada de la tutela patriarcal. Otra cuestión le resulta chocante: en Finlandia, horror, la coeducación está generalizada. Por fortuna, en Celtiberia no pasan esas cosas tan raras.

Admite que Finlandia es un país progresista y eficiente. Un orden mecánico hace que la sociedad funcione como un engranaje bien engrasado. Las calles están limpias. La gente lee. Existe una sensación de prosperidad y bienestar. El divorcio es legal. La racionalidad y el pragmatismo son la norma. De manera muy sugestiva, Ganivet relaciona Finlandia con los Estados Unidos, ya que comparten idéntico deseo de prosperidad. 

El futuro se anuncia en la helada Finlandia. Ganivet, rancio caballero español aficionado a llevar la contraria, opone a este porvenir el idealismo añejo, la pobreza honrada, los valores sentimentales presuntamente femeninos (la mujer culta equivale para él a un marimacho) y las labores caseras, tan entrañables, de «coser, bordar, cocinar y pelar la pava». Las mujeres con pantalones le ponen frenético. Este tradicionalismo es hijo de su época. Ganivet se enfada incluso con sus amigas finlandesas porque acusan a los españoles de ser unos mujeriegos enemigos de la libertad femenina. Pues sí: alguna razón tendrían. Bastaba con escucharle a él. Si Ganivet, un hombre culto y políglota, pensaba así, imagínense lo que pensarían los demás. España vivía un sueño de siglos del que la despertaron a cañonazos en 1898. 

Pese a todo, las «Cartas finlandesas» son de lectura muy recomendable por su gracia y amenidad. Se ocupan tanto de lo grande como de lo pequeño. Lo aparentemente anecdótico trasluce el espíritu de un país mejor que lo grandioso (tan artificioso y grandilocuente). El estilo literario de Ganivet (al contrario que sus ideas) era moderno: ligero, irónico, agudo, admirable. Recuerda al de Larra, por su humorismo, pero sin tanta acritud. La perspectiva comparativa de un meridional con una escala de valores anclada en el pasado convierte las «Cartas» en una temprana crítica de la modernidad. Ganivet habla de Finlandia, por supuesto, pero quizá todavía más de sí mismo y de la España en que le tocó nacer. En este sentido, tiene plena razón Ortega cuando observa que las circunstancias históricas moldean a las generaciones y que para conocer a un hombre se debe conocer su tiempo.

«Hombres del norte» es un puñado de penetrantes comentarios críticos sobre varios escritores nórdicos. En ellos demuestra Ganivet su agudeza y amplísima cultura. Considera al gran dramaturgo Ibsen como un «neorreaccionario» que no se apoya en la tradición ni en los privilegios, sino en el derecho individual que tiene el hombre fuerte de romper con las normas convencionales por las que se rigen los débiles. Ahí asoma el superhombre de Nietzsche, el gran antimoderno decimonónico. 

Con idéntica perspicacia estudia Ganivet a Knut Hansum. El escritor noruego era un decadentista con ideas nuevas. Un poeta de vida errante cuyo sueño era volver a la naturaleza y que conoció en carne propia la miseria. Como no podía ser de otra manera, el aroma de la época y las afinidades espirituales envuelven los comentarios de Ganivet. El andaluz estaba fatalmente herido por el mal del siglo que terminaba. El último romántico que llevaba dentro murió rechazando las novedades, a la vez que anunciaba una revolución en la literatura española. La clásica contradicción de los reaccionarios: quien avanza hacia atrás, huye hacia adelante, escribió Juan de Mairena

Ángel Ganivet retratado por José Ruiz de Almodóvar

Ángel Ganivet (1865-1898) era granadino, de familia bastante acomodada. El joven Ganivet tuvo una buena educación. Escribió una tesis doctoral sobre nada menos que el sánscrito. Hizo oposiciones. Conoció y mantuvo amistad con Miguel de Unamuno. Como miembro del cuerpo diplomático, estuvo destinado en Amberes, Helsinki y Riga. Su tórrido romance con la cosmopolita Mascha Diakovsky le inspiró un cancionero amoroso escrito en francés y español: «tú siempre me manejas a tu antojo/porque puedes decir con la boca/ que no y que sí con los ojos».

El final de Ganivet fue terrible. Enfermó de sífilis, desarrolló parálisis progresiva y manía persecutoria. Enloquecido, se mató en 1898. Un fracaso vital que se convirtió en metáfora del desastre español. Sus restos fueron repatriados desde Riga en 1925 y descansan en Granada. Ganivet escribió dos notables novelas, cartas, algunos ensayos de pensamiento, entre ellos el célebre Idearium español (1897), artículos, poemas, cuentos y hasta un drama en verso.

Publicado por Alberto.

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