viernes, 15 de septiembre de 2023

Hijos de la fábula - Fernando Aramburu

 

Título: Hijos de la fábula
Autor: Fernando Aramburu
 

Páginas: 320
 

Editorial: Tusquets
 

Precio: 20,90 euros
 

Año: 2023

Sur de Francia. Año de gracia de 2011. En una granja mugrienta cerca de la ciudad de Albi se ocultan dos jóvenes guerreros vascos: Asier y Joseba. Llevan un año fuera de casa. Proceden de dos localidades pequeñas y vecinas (¿Azpeitia y Azcoitia?).Tienen poco más de 20 años, poca experiencia en la vida y ardientes deseos de liberar a su patria invadida por el malvado español. Pero la historia dará una pirueta inesperada que dejará compuestos y sin novia a los dos aprendices de gudari. ETA anuncia su renuncia definitiva a la violencia. Sin más ceremonia, se cierra la persiana. Se acabó la pretendida guerra de liberación nacional. Llega el momento de la vía pacífica. Con cuarenta o cincuenta años de retraso, eso sí. Los militantes más tontos o fanáticos se quedan boquiabiertos. Todo esto, ¿para qué? Los protagonistas de «Hijos de la fábula», la última novela de Fernando Aramburu, se hacen la misma pregunta. No aceptan la única respuesta: para nada. 

Asier y Joseba malviven en la granja. No tienen dinero. Ni demasiada salud. Ni demasiadas luces. Comen mal. Duermen peor. Están sucios. No poseen armas. Joseba está gordo (no le gusta que se lo recuerden; igual que Obélix). Asier es un amargado: la vida lo ha maltratado, su familia es un desastre. Sobreviven gracias a la hospitalidad de una pareja de campesinos galos solidarios con su cruzada. La mujer es opulenta, sensual y sucia; el hombre fue comunista, le gusta el vino, es alto, tambaleante y tiene un ojo medio cerrado. Venden gallinas. Los alevines de etarras se las comen cuando pueden. Tienen también un perro feroz llamado Mao. Ante la debacle, los jóvenes piensan: llevamos un año en Francia, todavía no estamos fichados, la banda nos deja en la estacada, podemos volver a casa con las orejas gachas y vivir como personas normales, dentro de lo que cabe. Renunciamos a la lucha, pero no a nuestras ideas independentistas. Esto sería lo normal. Asier y Joseba no son exactamente normales. 

Pasan los meses. Los contactos desaparecen. La revolución está en vía muerta. Los revolucionarios se aburren. La granjera los empieza a mirar por el rabillo del ojo. Les dice que se larguen sin decírselo. Para las tareas campestres son bastante torpes. Se sienten inútiles. Pillan una gripe de aúpa. En Toulouse un exetarra convertido en cocinero les quita las últimas esperanzas que pudieran albergar sobre la resurrección milagrosa de la banda. No hay organización, camaradas, les declara solemnemente, ahora toca salvarse cada uno por su cuenta. Triunfo del individualismo burgués. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Procurad no hacer mucho ruido, porque los vecinos se quejan. Asier y Joseba, como perros sin dueño, se vuelven entristecidos a su cubil. 

Pero la llama revolucionaria (o lo que sea) sigue agitando la conciencia de Asier. En realidad, no tiene donde volver. Mejor morir matando que vivir vegetando. Joseba es rollizo y sedentario. Comparte ideas, o flatulencias mentales, pero se muestra escéptico en cuanto a los métodos. Duda. Tiene un asomo de inteligencia. Plantó a su compañera, no conoce a su hijo. Hay vida más allá de la clandestinidad. El regreso no equivale al vacío. Se deja arrastrar por el fervor de su compañero. La organización terrorista, traidora y cipaya, se ha rendido al enemigo. Pues bien: ellos serán la nueva ETA. Volverán a las armas. La lucha les espera. Serán ejemplo para otros patriotas. La pasión revolucionaria les dará fuerza espiritual, ya que no material, porque no tienen nada. La resistencia vasca no ha muerto. La nueva organización será la némesis del fascismo españolizante. Aún no existe, pero ya tiene un nombre que causará escalofríos en el futuro: GDG. 

Necesitan dinero. Lo roban. A un señor le levantan 800 euros en un esperpéntico asalto. No hay armas. De momento valen unas escobas, hasta que consigan un pistolón. Falta comida. Hay que requisarla de los supermercados. Quede claro que robar al capital no es robar, sino recuperar lo que antes se hurtó con malas artes al pueblo trabajador vasco. Un guerrero político no es un delincuente, aunque haga todo lo posible por parecerlo. Duermen en los cementerios. Le quitan la merienda a un niño. El tierno infante es francés. Pertenece a un estado que escarnece a los vascos. Hay que ser implacables con los ocupantes. La organización (dos tipos muertos de hambre) realiza atentados contra los adormilados viejecitos del parque. Les disparan con el dedo. Los abuelos siguen roncando. Los gudaris se escabullen entre el follaje después de la faena. En una ruinosa barquichuela remontan un río como si se tratara de la flota del almirante Yamamoto camino de Pearl Harbor. Ningún obstáculo por duro que sea detendrá la revolución vasca. Tiembla, estado opresor, porque llega GDG. Imposible no partirse de risa. 

«Hijos de la fábula» aplica las reglas del teatro del absurdo a las peripecias de los dos últimos mohicanos del terrorismo casero. Cuando desaparece la organización, el gran mito colectivo, los aspirantes a terroristas no saben qué hacer, excepto escudriñar por la ventana, atemorizados por si llega la policía. La derrota no se acepta. La victoria es imposible. Solución: los hijos de la fábula se lanzan a una risible acción sin pies ni cabeza creyéndola heroica. Dan tumbos de aquí para allá. Los apalean. Les roban la cartera. Duermen dentro de un saco de dormir en el rellano de una escalera. Caen de cabeza a un río. Escamotean una acelga para poder sobrevivir. Son una versión euskaldún del Gordo y el Flaco. Nadie les comprende, pero la historia los absolverá. Pero nadie sabe quién absolverá a la historia. 

Aramburu nos dice en plan marxista (de Carlos, aunque la novela tiene mucho de Groucho): la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Por fortuna, la farsa de Asier y Joseba es breve, disparatada e hilarante. Ellos se la toman muy en serio (el humor, vecino de la ironía y el distanciamiento, parece incompatible con la adustez revolucionaria). Los lectores soltamos la carcajada. Algo parecido ocurría con Don Quijote, otro luchador de causas más nobles, capaz de atravesar un espejismo de un lanzazo. Este es un libro divertido sobre el terrorismo, que no tuvo maldita la gracia. Un gran mérito. Aramburu escribe de una manera perfecta, depurada, con frases breves. Un ejemplo del mejor castellano, sin retortijones estilísticos ni pedantería. Me parece otra buena razón para disfrutar con «Hijos de la fábula».

Fernando Aramburu

Fernando Aramburu Irigoyen (1959), escritor español nacido en San Sebastián, en una familia obrera estudió Filología Hispánica en Zaragoza. A fines de los años 70, formó parte del Grupo Cloc, en compañía de Álvaro Bermejo y Francisco Javier Irazoki, asociación artística con influencias surrealistas y dadaístas. El Grupo Cloc se fundó muy propiamente en el bar Goya. Cloc, según Aramburu, significa «el ruido que hacen los garbanzos cuando caen desde un octavo piso sobre las cabezas huecas de los transeúntes». Pero en aquellos años de plomo las calles vascas no estaban precisamente para travesuras de vanguardia. El joven Aramburu también escribió poesía e impulsó revistas literarias.

En 1985, se trasladó a Lippstadt, en Alemania, como profesor de español para hijos de inmigrantes. Combinó durante años la docencia con la escritura. Su espléndida novela «Fuegos con limón» (1997) fue galardonada con el Premio Ramón Gómez de la Serna. Le seguirán muchos más títulos (novelas, cuentos, ensayos, poesías, traducciones), que han consagrado a Aramburu como uno de los escritores españoles más relevantes de su generación. 

Los cuentos recogidos en «Los peces de la amargura» (2006) son un perspicaz testimonio acerca de las consecuencias del terrorismo etarra. El sórdido clima de intimidación instigado por los fundamentalistas posiblemente nunca ha sido tan bien reflejado como en estos impecables relatos. La sociedad acomodaticia acaba acostumbrándose al terrorismo. Se vive como algo normal. El veneno segregado durante décadas va erosionando la convivencia. Es un proceso tan lento como demoledor. Las víctimas acabarán siendo culpables. Su sola presencia molesta ya que dan testimonio de lo que quiere olvidarse. Una mancha en el paisaje que rompe con el discurso melifluo de la corrección política. Cuando no se tiene la conciencia tranquila, molesta Pepito Grillo. Aramburu acertó de pleno. 

«Patria» (2016) ha tenido un enorme éxito crítico y comercial. Esta novela larga y bien escrita narra la génesis del terrorismo en los pequeños pueblos vascos dominados por el nacionalismo. Un libro excelente. Aramburu recibió críticas tan serias como que no conocía la realidad vasca porque vivía en Alemania. Como si la inteligencia tuviera que ver con el kilometraje. «Los vencejos» (2021) cuenta la triste vida de un frustrado profesor de mediana edad. Aramburu reside en Alemania.

Publicado por Alberto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario