viernes, 1 de septiembre de 2023

La casa en el confín de la Tierra - William Hope Hodgson

 

Título: La casa en el confín de la Tierra                                                                                Autor: William Hope Hodgson

Páginas: 256
 
Editorial: Valdemar

Precio: 9,50 euros  

Año de edición: 2022

Estamos en el año 1877. Oeste de Irlanda. Dos viajeros recorren esos parajes agrestes. Colocan su tienda de campaña. El viento sopla recio entre las rocas desnudas del páramo. Los campesinos no saben inglés. Miran desde lejos a los forasteros. Cuando les ofrecen unas truchas, se acercan como niños. Son muy supersticiosos. Los días pasan. Un día los dos amigos deciden explorar la zona. Suben por unas colinas peladas, pasan por un bosque sobrecogedor que parece un antiguo jardín abandonado. Oyen un ruido profundo. Es una enorme cascada que cae unos treinta metros desde un desfiladero a un pozo. No se ve el fondo. El agua verde batida tiene una cresta blanca. Un espectáculo sublime, bello e inquietante. Cerca de la fragorosa cascada están las ruinas de una mansión construida encima de un gran saliente. Merodeando, los paseantes encuentran enterrado un viejo libro. Es de pequeño tamaño, escrito con una letra regular y con algunas de sus páginas borradas por el tiempo. Se trata del diario de alguien que vivió en la casa hace bastante tiempo. En 1907, el manuscrito cae en manos del escritor William Hope Hodgson, que decide editarlo.

«La casa en el confín de la Tierra» (1908) es la novela más conocida del británico Hodgson. Un autor singular cuya influencia en la moderna literatura fantástica ha sido incalculable. Este precursor rompió con el cuento de miedo tradicional para anunciar lo que sería el terror cósmico. Lovecraft le admiraba. Juzgaba que su novela era una de las más potentes creaciones de la imaginación macabra. El maestro no se equivocaba. 

La mansión se levanta sobre una gigantesca bóveda natural. En ella vive un caballero solitario entregado a sus estudios, su hermana y un perro. Los campesinos ni se acercan. Tienen miedo. Creen el lugar maldito. Un día cualquiera el señor y su perro salen de paseo. Algo se mueve entre los matorrales. Emite unos raros gruñidos. El perro sale disparado. Ladridos, ruido de lucha, un chillido espantoso. El perro regresa herido. Ha mordido a una horrenda criatura con cabeza de cerdo. Es solo el comienzo de la pesadilla. En los días siguientes, los monstruos rodean la mansión. El caballero atranca las puertas, encierra a su hermana, que se ha trastornado, y se defiende del ataque a tiro limpio. Mata a varios de esos seres. Los hay por cientos. Tienen una estrategia, no son simples bestias. La angustia del hombre que intenta rechazar el ataque está reflejada de manera excelente. Las criaturas-cerdo vienen de lo profundo. Ascienden por el inmenso pozo cercano a la casa. Una auténtica boca del infierno. 

Decidido a desvelar el misterio, el caballero explora la gran bodega de su mansión. Encuentra una enorme losa de piedra. Es una trampilla. Con esfuerzo, la levanta. Debajo ruge el agua. La trampilla conduce al pozo maldito. Una horrible risilla sarcástica asciende del hueco que se abre a una oscuridad insondable. ¿O es el ruido del agua, que engaña? El caballero cierra la trampilla de un golpe. La asegura poniendo encima dos grandes piedras. Por si acaso. Sale rápidamente de la bodega. Está aterrorizado. Los seres de apariencia porcina volverán en cualquier momento. 

Esta horrible aventura puede tener una explicación natural. Una raza monstruosa e inteligente ha permanecido escondida en las profundidades de la tierra. Ataca ferozmente a personas solitarias que viven en rincones olvidados. Las criaturas-cerdo recuerdan poderosamente a los morlocks de H.G. Wells. Ahí están, en la oscuridad, intentando sobrevivir. Muerden, matan y mueren. Repugnantes como puedan serlo los escarabajos. Para entenderlos, se necesitan antropólogos en vez de exorcistas. Lo desconocido no tiene por qué ser sobrenatural. Todo se acabará entendiendo gracias a la razón.  

Pero la mansión es algo más que la puerta de salida de estos bichos. Está construida sobre un abismo. Hincada en el mundo, pero de algún modo fuera de él, como si suspirara con nostalgia por el cosmos. Es posible que su posición excéntrica la convierta en un punto de convergencia de fuerzas cósmicas. Un centro focal del movimiento del universo. El caso es que el alma del caballero se libera de su envoltura carnal en una serie de abrumadoras experiencias extrasensoriales. No asciende a ningún cielo sobrenatural, ni entra en contacto con deidades. Migra por las regiones inexploradas del universo. Flota entre las estrellas. Ve planetas, galaxias, nebulosas. Presencia maravillas inconcebibles para una mente acostumbrada a nuestras tranquilizadoras coordenadas espacio-temporales. La maravilla rápidamente se transforma en terror. Mares alienígenas de colores incomprensibles. Vastas llanuras oníricas batidas por el polvo cósmico. Formas monstruosas que desafían la imaginación humana. El alma se enfrenta al infinito. Queda anonadada. 

Las eras cósmicas se suceden sin fin. El caballero sentado en el sillón de su biblioteca será el espectador. Su fiel perro profundamente dormido suspira con satisfacción al lado de sus piernas. El animal tiembla levemente. Sueña. El tiempo pasa velozmente. Los relojes parecen haberse vuelto locos. Las cosas se vuelven polvo. La forma familiar de un melancólico montón grisáceo nos recuerda que significó algo en otro tiempo. El sol corre veloz por el horizonte. Va apagándose. Las tinieblas cubren la Tierra. Como una mortaja blanca, la nieve brilla fantasmal en la oscuridad. El paisaje aparece difuminado por una nebulosa que brilla levemente. Una orla rojiza rodea el disco negro del sol moribundo. El fin del tiempo se aproxima. Estas páginas alcanzan una fuerza descriptiva impresionante. 

Imágenes sobrecogedoras de gran belleza plástica. Nada significan los pobres afanes del hombre frente a esta grandeza eterna e incomprensible. El hombre no es nada. Una vagabunda mota de polvo de estrellas que flota en una inmensidad pavorosa cuyo significado, si alguno tiene, se nos escapa por completo. Entramos de lleno en el terror cósmico. 

En principio, el autor plantea esta novela de una manera bastante tradicional. El escenario posee un fuerte sabor romántico: cumbres borrascosas, ríos salvajes, pozos negros y profundos, cascadas, bosques, murmullos ininteligibles, risas aterradoras, ecos lúgubres, lugareños asustados, una mansión diabólica, recovecos con telarañas, un caballero maduro enfrascado en una erudición oscura y alejado de los hombres, el hallazgo de un manuscrito. Pero, atención, de manera genial, se rompen las reglas cuando ya estaban establecidas las premisas. Revolución. Nace un nuevo tipo de terror.  

La mente del caballero protagoniza la historia. Su espíritu se proyecta al universo porque es capaz de concentrarse dentro de sí mismo. No es solamente introspección, sino también afán de conocimiento. La comunión del hombre con el cosmos es una peregrinación que le permite entender su orfandad dentro de una naturaleza no comprendida. El vértigo existencial implica un terror ateo, subjetivo, moderno. 

Los terrores evolucionan. La fantasía antigua los materializaba en criaturas ambiguas que vencen a la muerte (al igual que el hombre trasciende gracias a su confianza en los dioses, o se condena por sus tratos con los demonios). Es un terror clásico, sobrenatural. Muy próximo aún a la magia, la hechicería o la religión. En otra vuelta de tuerca, aparecen monstruos seculares perfectamente clasificables dentro de un bestiario pseudocientífico: el terror materialista. En un mundo desencantado, el terror, lo irracional, se intenta racionalizar usurpando la verborrea académica. Hasta las apariciones fantasmagóricas del espiritismo dejaban un rastro de pringoso ectoplasma. Un paso más allá: lo terrible es la grandeza de un universo impersonal completamente ajeno al hombre. La consecuencia inevitable de una concepción materialista del mundo es el terror cósmico. El universo obedece a leyes naturales conocidas o desconocidas. Esta novelita magistral inaugura este nuevo tipo de terror. Por esta razón, es clásica, además de entretenida. Cualquier aficionado a la literatura debería disfrutarla. No le decepcionará.  

William Hope Hodgson

William Hope Hodgson (1877-1918), escritor, marino, culturista, fotógrafo y soldado británico, está considerado como uno de los clásicos indiscutibles de la literatura fantástica. Nació en Essex. Su padre era un párroco anglicano. Gracias al trabajo del progenitor, el niño conoció los parajes salvajes de Galway, en Irlanda, en donde luego ambientaría algunos de sus libros. Con trece años le pica el gusto por la aventura. Como un personaje de Stevenson, se hace grumete, lanzándose a navegar por los mares oscuros y tenebrosos. Pero es solo un niño del que abusan algunos marineros indeseables. Así que empieza a entrenarse en defensa propia con pesas y un saco de boxeo. Pese a su corta estatura, Hodgson se convirtió en un verdadero coloso, capaz de tumbar a un buey de un puñetazo. También se aficionó a la fotografía. En 1898 recibió una medalla al heroísmo por salvar a un compañero que se había caído al agua infestada de tiburones. En tierra, montó con gran propaganda su propio gimnasio, por donde pasaría hasta el mago Harry Houdini. Empezó a escribir poemas y cuentos. Se casó en 1912. 

En 1907, la primera novela de Hodgson, «Los botes del Glen Carrig», tiene una buena acogida. Los periódicos británicos y norteamericanos empiezan a tenerlo en cuenta. Al año siguiente, se publica la magistral «La casa en el confín de la Tierra», que está llamada a revolucionar el género terrorífico. La estupenda «Los piratas fantasmas» es de 1909. La lectura de estos tres libros es una gozada. En 1912, Hodgson sacó un rarísimo artefacto literario de 600 páginas que ha resultado pionero a su manera: «El reino de la noche». Su argumento es el siguiente: en un futuro remoto se enfrentan las fuerzas del bien contra las fuerzas oscurísimas del mal, ya que resulta que el Sol se ha apagado hace tiempo. Hodgson mezcla el horror de un mundo muerto con una historieta romántica intragable. Lovecraft encontró el novelón pesado, aunque de una imaginación portentosa. Teniendo en cuenta lo benévolo que era en sus críticas, la novela de marras debe de ser realmente aburrida.  

Hodgson nunca tuvo mucho dinero, pero iba tirando. En 1914 estalla la guerra. Le mandan al frente. No quiere saber nada del mar. Acabará siendo teniente de artillería. Sigue escribiendo acurrucado en las trincheras mientras los obuses silban sobre su cabeza. Fue testigo de horrores mucho peores que los de sus fantasías. Lo hirieron en 1916. Se acercaba el fin de la escabechina, pero no tuvo suerte. Un obús alemán lo pulverizó en abril de 1918 cuando intentaba salir del avispero en compañía de unos suboficiales novatos. En la placa número 4 del cementerio militar de Tyne Cote, al lado de la localidad belga de Zonnebeke, aparece su nombre.

Publicado por Alberto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario