viernes, 21 de julio de 2023

El mar y veneno - Shūsaku Endō

 

Título: El mar y veneno                                                                                                         Autor: Shūsaku Endō  

Páginas: 208 pág.

Editorial:
Ático de los libros

Precio: 18,50 euros

Año de edición: 2011

Japón. La Segunda Guerra Mundial se acerca a su fin. Cerca de la ciudad de Fukuoka, al lado del mar, se encuentra un gran hospital. Desde allí puede verse cómo los enormes aviones norteamericanos arrasan con todo. Las nubes de humo se elevan sobre el horizonte hasta ensombrecer la tierra. Un infierno. Pero todavía es más oscuro el corazón de los hombres. La guerra no los hará peores, pero permite a los monstruos, que siempre hay alguno de guardia, justificar actos que serían impensables en una situación normal. Las atrocidades se integran en el ritmo normal de la vida como si tal cosa. Algo natural. Lo habitual. Entre tanta muerte, no importa alguna más. Si todo arde, que arda también lo que aún conservamos de humanidad. Los prisioneros de guerra norteamericanos, por ejemplo, asesinos de nuestros hermanos, se merecen lo peor. La ciencia progresa sin atender a tragedias individuales. El mar, indiferente. Pero su sonido cercano puede que sea un reproche. 

«El mar y veneno» (1958), del maestro japonés Shūsaku Endō, nos muestra un microcosmos cerrado, dominado por rencillas, miedos y frustraciones, en donde los más crueles, o ambiciosos, arrastran hacia la perdición, con su abrazo mortal, a los pobres de espíritu. El escenario es un hospital desvencijado. Un lugar frío, sucio e inhóspito. Un escenario más propio para almas en pena que para personas vivas. Los pasillos lúgubres e interminables. La capa de polvo que va cubriéndolo todo. La falta de medicamentos. La repugnante alimentación. El pavor al inevitable bombardeo que llegará, que se acerca, que está al caer. Los sonidos amortiguados. Las ventanas rotas, tapadas con cartones. Los jardines abandonados. El jardinero que repite día tras día los mismos gestos. El hambre. La tristeza. La indiferencia. El deseo de que acabe todo ya. Muy cerca, bate el mar. Su latido monótono alcanza las estancias hospitalarias en penumbra, recalcando el hastío de las almas muertas. 

Lamentables son los hombres que se mueven por este escenario fantasmagórico. Médicos ambiciosos que siguen disputándose los departamentos en retorcidas intrigas, quizá para olvidarse del desastre inminente. Una enfermera frustrada dispuesta a hacer cualquier cosa para vengarse sordamente del resto de los mortales. Cierta alemana hombruna que confunde la eficacia con la dureza, pero que, al contrario de los que la rodean, posee criterios morales firmes. Un doctor cruel únicamente preocupado por el qué dirán. Este tipo es capaz de perpetrar calladamente las mayores vilezas. Admite que no tiene sentido de culpa. Eso sí, le alarma la cultura de la vergüenza: que le pillen con las manos en la masa. Y el desgraciado Suguro, inteligente pero débil. Aturdido por su propia insignificancia, que piensa que le justifica de alguna manera. Un triste personaje acobardado que se deja llevar por quienes mandan. Sufre. En realidad, su cobardía es la llamita de su conciencia que todavía no se ha apagado. En este sentido, es superior a sus colegas. 

Los enfermos del hospital soportan lo indecible. La mayoría son piel y huesos. La tuberculosis hace estragos: toses, sangre, ahogos. Tienen poco que comer, viven entre la suciedad, deben soportar la negligencia de médicos y enfermeras, se esfuerzan por hacerse perdonar su misma existencia (son una carga desde la perspectiva despiadada del momento), esconden miserias que suponen de gran valor para sobrevivir, aguantan insultos, incluso agresiones físicas, y se van muriendo uno tras otro. Los más pobres y solitarios viven de la beneficencia estatal. Pero el estado no es caritativo con ellos. Los deja abandonados a su suerte. Quienes deberían atenderlos contemplan su fin entre el fatalismo y una cínica crueldad. 

Lo peor está por llegar. Un día se acerca al complejo hospitalario un camión militar. Bajan unos individuos demacrados de aspecto occidental. Les sacan una cabeza a sus guardias. Son altos, espigados y rubios. Están cansados. Los militares japoneses son brutales y decididos. Sus secas pisadas imponen autoridad. Hablan, o mejor dan órdenes, a los médicos, que se ponen firmes. En una sociedad militarizada los civiles están siempre por debajo de los uniformados (y los familiares de los uniformados son una categoría privilegiada, como queda claro en la novela). Los prisioneros de guerra han sido condenados a muerte. Lo más curioso es que los lleven al hospital en vez de al paredón. 

Termina la guerra. El tiempo pasa. Mediados de los años 50. Japón sale del pozo de la derrota. Los sucesos trágicos del pasado son una memoria incómoda para vencedores y vencidos. Mejor olvidar. En los alrededores de Tokio vive un médico que atiende gratis a los vecinos de esa barriada polvorienta. Es un individuo raro, silencioso y abandonado. Habla poco. Vive en una casa que parece deshabitada. Sin embargo, es un excelente profesional. Alguien acude a su consulta para tratarse un neumotórax. Las manos heladas del médico le causan escalofríos. En su bata blanca brilla una mancha de sangre seca.  

«El mar y veneno» es una novela terrible y sutil. Terrible, porque se inspira en hechos reales. Basta con conocer la espeluznante historia del infame Shiro Ishii, el Mengele japonés. Sutil, ya que Endō o evita sabiamente cualquier tentación de deslizarse hacia el tremendismo. Su novela es seca y exacta. Los horrores se describen con una prosa fría, impávida, cortante como un escalpelo. Para sugerir una carnicería basta con una gota de sangre, dejando libre la imaginación del lector. «El mar y veneno» plantea ante todo una cuestión moral: la sordidez indiferente del mal. La maldad carece de grandeza. Es una maniobra sucia que se lleva a cabo en silencio e intentando mantenerla en secreto. Se oculta. Una cobardía repugnante que atrae a los imbéciles morales del contorno. Aquellos que nunca dudan porque su conciencia está muerta. Pero he aquí que un ser dubitativo es incapaz de consumar del todo su maldad. Quizá su salvación esté en ese escrúpulo, por miserable que pueda parecernos. Una gran novela. 

Shūsaku Endō

Shūsaku Endō (1923-1996) fue un importante escritor japonés nacido en Tokio. De niño, vivió en la Manchuria ocupada por los nipones. Sus padres se divorciaron. Su madre era católica (una exigua minoría en Japón). Shūsaku fue bautizado con doce años. No peleó en la Segunda Guerra Mundial debido a su delicada salud. Se le considera uno de los principales escritores japoneses de la segunda mitad del siglo XX. Endo luchó durante toda su vida contra la tuberculosis (se pasó 10 años de hospital en hospital). 

En sus novelas siempre están presentes la enfermedad y el aislamiento. «El mar y veneno» (1958), obtuvo los prestigiosos premios Manichi y Shincho. En 1966 publica la gran novela «Silencio» sobre la fracasada evangelización de Japón en el siglo XVII. Fue adaptada al cine por Martin Scorsese en 2016. Endō volvió a la novela histórica con la magnífica «El samurái» (1980). Eterno candidato al premioNobel, al final no lo recibió. Shūsaku Endō falleció por una insuficiencia respiratoria. Sigue siendo uno de los escritores japoneses más populares y leídos. Tiene un museo en su país.

Publicado por Alberto. 

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