miércoles, 6 de mayo de 2020

Zuleijá abre los ojos - Guzel Yájina

           
Título: Zuleijá abre los ojos
Autora: Guzel Yájina
 
Páginas: 540
 

Editorial: Acantilado
 

Precio: 26,60 euros  
 

Año de edición: 2020

Pom, pom, pom, pom. Fuertes, enérgicos, contundentes. Así resuenan los tambores de Calanda cuando, ya pasadas unas horas de la «rompida», los cofrades recorren el pueblo inundándolo todo con su ritmo sin pausa, sin altibajos, sin descanso. Sentimos entonces cómo se remueven nuestras vísceras en sus ajustados espacios y nuestra mente también acusa los temblores.

Sujeto, verbo, predicado -escaso-; sujeto, verbo, predicado -escaso-. Es el ritmo, también percutante como el de los tambores, con el que entramos en la novela de esta escritora que nos propone una visión diferente de los kulaks y del gulag, uno de los terribles períodos de la historia europea del s. XX. 

En el libro hay dos historias ubicadas en Tartaristán, hoy república federal rusa, y en la taiga siberiana, en la década de 1930. Una es la que narra el proceso de «deskulaquización», es decir los momentos de violencia extrema en los que los militares del ejército rojo invadieron las casas de los agricultores que tenían alguna propiedad, asesinando a muchos y enviando a otros en trenes de ganado -como luego los nazis- a los campos de concentración de Siberia pertenecientes a la red del gulag. Unos campos de trabajo en donde sufrían penalidades extremas y a los que el gobierno esquilmaba gran parte de sus magras producciones, que de por sí no daban siquiera para alimentar a los recluidos.

La otra, es la historia de una mujer, Zuleijá, y su evolución como persona. Como persona, sí, porque cuando la sacan de su casa tiene 30 años y lleva 15 soportando como esclava a su marido y a su suegra que le infligían todo tipo de maltratos, vejaciones y brutalidades. Una mujer que, como todas las personas maltratadas, ha desarrollado un sentimiento de culpa y merecimiento de los castigos que nos recuerda que, aunque han pasado 100 años, desgraciadamente, es algo todavía demasiado vivo y vergonzante en nuestra sociedad actual.

Zuleijá va aprendiendo que es una persona digna de respeto, que tiene unas cualidades que le hacen ir perdiendo sus miedos y que se va integrando poco a poco en esa sociedad nueva que se va creando entre los pocos que llegan inicialmente y que van creando unos fuertes lazos de afecto y solidaridad, único sostén de tanto sufrimiento. Personaje de gran importancia es el comandante que los sacó de sus casas y tierras y que, a su pesar, ha sido encargado del campo. El paso de los años hace también su papel en la remodelación de su personalidad. Partiendo de la brutalidad y rigidez extrema del principio, acabará siendo consciente de que sus únicos afectos son esas personas a quienes trató cruelmente, pero a quienes defendió incluso sin importarle la dureza de las represalias que caerían sobre él. Un personaje de gran importancia en la narración es el médico, quen había desarrollado una especial forma de estar fuera de ese mundo horrendo que ya comenzó a vivir en Kazán, su ciudad. En el campo se hace consciente de su necesario papel en esa pequeña comunidad y también se integra en ella eliminando sus protecciones de amnesia y sirviéndole con una generosidad extrema.

Una ficción muy bien construida con unos personajes muy creíbles y en donde la autora ha integrado con gran respeto, las vivencias de su abuela que fue una de las miles y miles de personas que sufrieron aquel brutal e inhumano sinsentido. Historia y ficción unas veces van en paralelo, otras confluyen y nos dan cabal medida del horror.

La diferencia con otras lecturas anteriores sobre el mismo tema radica en la orientación que la autora no quiso excesiva, aunque no obvió el horror, y en la manera de contar.

El ritmo no es el mismo durante toda la narración. Si todo el libro fuera como el comienzo no podríamos aguantar una lectura continuada, tendríamos que dejarla por asfixiante que llega a ser el dolor. Es lo que cuenta la autora que le ocurría cuando se documentaba, sensación que hemos experimentado leyendo relatos directos de supervivientes. Con una gran habilidad va alternando capítulos o pasajes suaves en los que incluso tienen cabida retazos poéticos, especialmente cuando describe una naturaleza dura, difícil y hostil para el ser humano, pero también de un esplendor extraordinario. Otra característica del estilo narrativo de la autora es la plasticidad. Moldea el lenguaje de manera tan gráfica que vemos y sentimos los paisajes, ambientes y las situaciones que nos describe, no en vano su vocación siempre fue el cine. No extraña saber que se está rodando ya una serie con su argumento.

Es una novela que nos atrapa desde el primer momento y nos hace sentir las vivencias de quienes sufrieron la crueldad sin límites del régimen estalinista, pero también la capacidad de resistencia, de superación y renovación humana, por lo que no es una lectura opresiva. A pesar de la pérdida expresada de mil maneras, la esperanza se impone en un adecuado equilibrio. Lo que necesitamos en estos difíciles momentos.

Buena lectura.

 
Guzel Yájina (2018, CC BY-SA Roferbia)

Nacida en Kazán en 1977, Guzel Yájina se estrena de manera esplendorosa con esta su primera novela. Ya el año de su edición en Rusia, en 2015, obtuvo prestigiosos premios como el del Gran Libro y el Yásnaia Poliana. El éxito ha sido tal que se ha traducido ya a más de 30 idiomas y es preciso señalar que en la versión española, el traductor, y también escritor, Jorge Ferrer, ha hecho un gran trabajo.

Esperamos ya la edición en español de su segunda novela, ya publicada en ruso.

Publicado por Paloma Martínez.

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