viernes, 12 de enero de 2024

En las montañas de la locura - H. P. Lovecraft

 

Título: En las montañas de la locura                                                                                     Autor: H. P. Lovecraft                         

Páginas: 176 pág.

Editorial: Valdemar

Precio: 8,40 euros 

Año de edición: 2018

«En las montañas de la locura» (1931) es nada menos que una advertencia del gran H. P. Lovecraft, su autor, a la humanidad inconsciente: no metáis vuestras narices en secretos insondables e impíos enterrados desde hace eones de eternidad, porque podríamos salir todos trasquilados. Por un malsano deseo de conocer aquello que debería permanecer olvidado, las tranquilizadoras coordenadas de espacio y tiempo saltarán por los aires, lo que nos dejaría a los mortales a merced de abominables entidades tentaculares de repelente antigüedad, deseosas de saludarnos con su bocaza multiforme, babeante y hedionda. Cuando la Tierra era un joven infierno en ebullición, en eras de las que ya no queda por fortuna memoria, nuestro planeta fue visitado por los inefables primordiales. Llegadas de las estrellas, esas criaturas primigenias son capaces de sumergirse en un sueño letárgico de millones de años muy parecido a la muerte, pero que no lo es. 

La huella de los primordiales puede rastrearse oscuramente a través del infame «Necronomicón», escrito por el árabe loco Abdul Alhazred, los fragmentarios manuscritos Pnakóticos, la región de Leng, morada de todas las abominaciones concebibles e inconcebibles, o el culto al terrible Tsathoggua. Mucha de esta sabiduría arcana y prohibida se conserva en las polvorientas vitrinas de la biblioteca de la Universidad de Miskatonic (Arkham, Massachusetts).    

Precisamente, esa universidad ha tenido la brillante idea de mandar una expedición geológica a la Antártida. Unos cuantos sabios y estudiantes, acompañados de perros, aviones y artefactos, que el maestro Lovecraft nos describe con minuciosa delectación, se embarcan en los buques Arkham y Miskatonic rumbo al sur. Pobrecitos: no saben en qué fregado se van a meter. Navegando por los helados mares de Arthur Gordon Pym, llegan finalmente al «mundo blanco de los confines meridionales, muerto durante incontables eones». 

Allí, entre brumas perpetuas de un blanco tan intenso que lastima la vista, en llanuras espectrales barridas por el viento helado que llega de las Montañas de la Locura, los científicos se ponen a trabajar. Pronto descubrirán huellas fósiles que ponen en duda la cronología de las distintas eras geológicas. «Aquellos fragmentos, con sus extrañas marcas, debían tener una antigüedad de quinientos a mil millones de años». Luego, encontrarán más cosas tangibles y horrendas, que invitan a salir pitando de la Antártida y no parar hasta Massachusetts. Pero el deseo de investigar supera a la prudencia, con lo que se desata la catástrofe. 

La impresionante fuerza de esta novela se debe sobre todo a la gran capacidad del autor para describir un ambiente helado, remoto, muerto y amenazante. Sentimos el frío, el rumor del viento, las alturas alucinantes, las construcciones imposibles, los extraños sonidos que perturban la tranquilidad de los exploradores, la sensación ominosa de algo aterrador que aguarda en su madriguera para saltar sobre los humanos al primer descuido, junto con la más aplastante sensación de orfandad existencial: el hombre no es nada frente a lo desconocido. Un grano de arena que el viento arrastra hacia ningún sitio. A lo lejos, como testigos mudos, las gélidas e impenetrables Montañas de la Locura, auténticas pesadillas hechas de la materia de los sueños, y que albergan en sus entrañas a aquellos que se burlan de la muerte porque han sabido vencer a la eternidad. Son pacientes, aguardan y pobres de nosotros si despiertan. 

«En las montañas de la locura» es uno de los mejores relatos de Lovecraft. Como novela corta, es perfecta: el lector no tarda en sumergirse en una atmósfera agobiante, que recuerda la película «La cosa» (1982) de John Carpenter. A medida que se adentran en el infierno blanco, los hombres se pierden en todos los sentidos, quedando a merced de fuerzas que los vapulean como peleles. Como todos los grandes escritores, Lovecraft apunta a cuestiones que van mucho más allá del mero manierismo de monstruos abigarrados y multiformes: la pequeñez del hombre comparada con su deseo de conocer, la necesidad de ocultar por el bien de todos lo que resulta inconcebible y haría imposible la vida, la relativa utilidad de los artefactos mecánicos, la frialdad de una Naturaleza ajena, el carácter sesgado de la información que recibimos o lo absurdo de atribuir emociones humanas a lo completamente otro, inhumano o no humano.

Por lo demás, también los otros, aunque nos desdeñen, tienen deseos de conocernos (las páginas en que el autor sugiere unas extrañas autopsias son de lo mejor del género fantástico por su horrenda ironía y humor macabro). En definitiva, una joya de la literatura fantástica que se lee sin respiro hasta la última frase. Una maravilla.

Howard Philips Lovecraft

Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), fue un escritor norteamericano nacido en Providence, Rhode Island, genio de la literatura fantástica cuya influencia ha sido incalculable. La vida de Lovecraft fue breve, triste y dura. Pertenecía a una vieja familia venida a menos de la burguesía puritana de Nueva Inglaterra. Perdió a su padre de niño. Su madre le adoraba y sobreprotegía, impidiendo que tuviera una relación normal con su entorno. En su juventud, vivía aislado. Se dedicaba a leer, estudiar astronomía y mitología, fundar revistas de las que era el único redactor y escribir. Al parecer, le gustaba dar paseos nocturnos, como si se tratara de un fantasma de otro tiempo. 

Cuando falleció su madre, se fue a Nueva York. En la gran ciudad se casó con una joven judía activa e inteligente, Sonia Greene, e intentó salir adelante. El matrimonio fracasó. Nuestro hombre volvió a Providence. Vivía con dos tías solteronas. Escribía, trabajaba como negro literario y corrector de pruebas. Sobrevivía. Sin embargo, su vida se apagó pronto. En 1937 falleció como consecuencia de un cáncer intestinal. Jamás creyó en Dios. 

Alto, feo, tristón, de cara alargada y algo equina, grandes manos de estrangulador, ojos oscuros y profundos de visionario, vestido siempre con discreta elegancia, con aires de espía de una tenebrosa potencia, culto, extraordinariamente inteligente, Lovecraft era un raro arquetípico. A este aristócrata espiritual le repelía la vida moderna. Él se consideraba un caballero del siglo XVIII, dedicado por gusto a la escritura y aficionado a la conversación erudita. Nunca ganó un centavo. Siempre fue pobre. Publicaba sus cuentos en revistas pulp como Weird Tales. Sin embargo, tuvo muchos amigos y corresponsales, que siempre destacaron su bondad y generosidad. Era racista a la desdichada manera de su época. Pero logró canalizar los fantasmas de su cerebro en una obra de imaginación prodigiosa que sigue tan viva y fresca como el primer día. Carnaza predilecta de los psicoanalistas de toda especie, Lovecraft definió el psicoanálisis en tres palabras: «un pueril simbolismo».

Publicado por Alberto.

2 comentarios:

  1. Excelente reseña y maravillosa novela.

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  2. Muchas gracias Anónimo. La novela es recomendable cien por cien.

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