viernes, 19 de enero de 2024

Narración de Arthur Gordon Pym - Edgar Allan Poe

 

Título: Narración de Arthur Gordon Pym                                                                               Autor: Edgar Allan Poe                        

Páginas: 288 pág.

Editorial: Alianza

Precio: 12,50 euros 

Año de edición: 2013

Imagínense un barco a la deriva por esos mares tenebrosos. Zarandeado por las aguas, el cascarón pierde el rumbo y se encamina hacia lo desconocido. Navega hacia el sur. Está cerca de la Antártida. En el extremo meridional del planeta las cosas adquieren una coloración extraña, insana y preternatural. Los tripulantes van derechos al misterio. Nos encontramos ante una pesadilla existencial. Un viaje hacia el meollo del alma a medida que el barco va perdiéndose entre una bruma gris y muerta como el corazón de las tinieblas. Para el romanticismo el paisaje no era solo un marco físico sino también el escenario de la tensión entre la naturaleza y el espíritu humano. El barco se difumina en la nada. Sus hombres sienten el miedo de enfrentarse a lo desconocido. Si por milagro sobrevivieran, nadie les creería. 

Segunda escena. Otro barco se destaca en el horizonte. Es la última esperanza para unos pobres marineros perdidos y desesperados. Se trata de un hermoso bergantín de dos palos, de construcción holandesa y pintado de negro. El mascarón de proa está brillantemente dorado. El viento es sumamente suave. El bergantín avanza lentamente. Los desdichados navegantes gritan para llamar su atención. Las voces se pierden en la inmensidad del océano. El silencio cae como plomo fundido. El barco se acerca. En la cubierta se advierten varias figuras. Uno de los marineros sonríe. Lleva un gorro de franela en la cabeza. Cae al agua. El marinero no se inmuta. Súbitamente, llega procedente del navío un olor a muerte. Algo sofocante, infernal, inconcebible. La tripulación está muerta. A bordo del buque no hay un alma viviente. Una gaviota picotea el cuerpo corrompido del marinero sonriente. Le arranca un pingajo de carne. Con el tétrico reposo de la tumba, el holandés errante pasa de largo, majestuoso y sin inmutarse. 

Estos dos momentos culminantes de la literatura de horror pertenecen a la «Narración de Arthur Gordon Pym» (1838), la maravillosa novela de Edgar Allan Poe, quizá el mayor genio que haya conocido lo macabro, estrella negra de lo siniestro y padre espiritual del escalofrío. Arthur Gordon Pym es un joven norteamericano oriundo de la isla de Nantucket, en Massachusetts. Desde joven, siente la llamada de los mares. Es una obsesión que le arrastra y contra la que no puede luchar. Algo horrible le parece estar aguardando allá lejos, en el profundo azul de las aguas casi negras. Él barrunta su destino: «Mis visiones eran siempre de naufragio y hambre, de muerte y cautiverio entre pueblos bárbaros, de toda una vida transcurrida entre penas y lágrimas en algún islote gris y desolado, perdido en un océano infranqueable y desconocido». Vislumbres de lo trágico por venir. Nada puede contra la atracción del abismo, un motivo caro a los románticos.

Así que Arthur se embarca rumbo a la desdicha. Sufrirá una angustiosa peripecia en el fondo oscuro de una bodega, sin comida ni agua, perseguido por un perro enloquecido que amenaza con morderle en el cuello. Las cosas no van mejor en cubierta. Estalla un sangriento motín. Es solo el principio. Las atrocidades se suceden a bordo del malhadado Grampus, una suerte de barco maldito. Corren las pasiones, la sangre y las esperanzas descabelladas como si fueran un vino generoso que aturde hasta la muerte. 

Lucha salvaje. Un cocinero negro es un coloso de la destrucción. Los marineros ebrios de ron se disputan a tiros un puñado de baratijas. Los cadáveres son lanzados por la borda envueltos en un saco mugriento. Las atemorizadas conversaciones en voz baja y a la lumbre del fuego hablan de fantasmas, muertos resucitados y venganzas en la callejuela de cualquier puerto (brilla el puñal, se oye un lamento ahogado, alguien cae sordamente al suelo). Las olas amenazan con partir el barco. El timón gira solo. Los cabos se sueltan. Triunfa el caos. El recuerdo aterrador de un cadáver con el estómago horriblemente dilatado, la cara hundida y blanca como la cera y una cicatriz carmesí que le cruza el rostro en diagonal, estremece a los supervivientes. ¿Será una señal del destino? Si es así, lo tienen crudo. Así comienza este libro terrible y maravilloso.

El «Arthur Gordon Pym» es una novela de aventuras marineras impregnada de horror sangriento y con un final apabullante y abierto que encandiló a los surrealistas. Poe no da tregua al lector. Con un estilo suelto, ligero y de una gran modernidad, nos lleva de la mano por la ruta infernal de una nave de desesperados que se saben condenados. Cuando la brújula se rompe, los hombres pierden el rumbo y se encaminan hacia la perdición. Quizá sea esto lo que quiere simbolizar Poe con sus barcos alucinantes cargados de muertos sin ventura. Solo añadir que la traducción de esta obra maestra es del maestro argentino Julio Cortázar

Edgar Allan Poe a los 40 años

Edgar Allan Poe (1809-1849) fue un escritor, crítico y poeta norteamericano cuyo romanticismo macabro anuncia ya el espíritu moderno. Se le considera padre del cuento de horror contemporáneo, del relato detectivesco y de la ciencia ficción. Nació en Boston. Perdió a sus padres siendo niño. Lo acogió un matrimonio adinerado de Richmond. Estudió en la Universidad de Virginia y más tarde se enroló en el ejército. Siempre tuvo poco dinero. Escribía sus maravillosos relatos para sobrevivir. También fue periodista. 

Su sueño era conseguir editar su propio periódico, pero nunca lo consiguió. Vivió en Nueva York, Baltimore y Filadelfia. En 1835 se casó con su prima Virginia Clemm, de trece años. En 1845 publicó su gran poema «El cuervo», cuyo estribillo, «Nevermore», acompañará siempre a los desesperados. Virginia falleció en 1847. Poe no se cuidaba. Le daba demasiado al frasco y se drogaba con opio cuando podía. Murió en circunstancias lamentables en Baltimore el 7 de octubre de 1849. Lo encontraron tirado en un callejón. No se sabe exactamente de qué murió, especulándose con el alcohol, las drogas, un suicidio, la tuberculosis y hasta la rabia. 

La sombra de Poe es alargada. Alcanza el siglo veinte gracias a los simbolistas (Baudelaire lo tradujo) y de ahí al surrealismo. Todos los que son (de Dostoyevski a Borges, pasando por Thomas Mann, Lovecraft y Kafka) se han visto influidos en mayor o menor medida por la obra inmortal de aquel hombrecillo de frente ancha, pelo ralo y desordenado, bigotillo escaso, intensa mirada azul con profundas ojeras y expresión desencajada y atormentada. Para Rubén Darío, que le dedicó una bella semblanza, Poe fue el raro por excelencia.    

Publicado por Alberto.

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