viernes, 5 de enero de 2024

El bucle melancólico - Jon Juaristi

 

Título: El bucle melancólico                                                                                                 Autor: Jon Juaristi

Páginas: 384

Editorial: Taurus
 
Precio: 19,85 euros 

Año de edición: 2022

«El bucle melancólico» (2022, primera edición 1997), del poeta, profesor e historiador bilbaíno Jon Juaristi, es uno de los mejores libros para entender el origen del nacionalismo vasco. Ensayo bien escrito y razonado, no rehúye la polémica. La pluma afilada de su autor ensarta a más de uno y de dos. No es un libro frío y objetivo. JonJuaristi toma partido hasta mancharse. Combate intelectualmente el nacionalismo vasco. Un implacable escalpelo analítico disecciona los mitos de este movimiento político, que buena parte de la sociedad vasca considera realidades históricas. 

El enfoque es apasionado y vigoroso. Los capítulos desmenuzan brillantemente cada manipulación, mentira o media verdad. Juaristi detesta lo que estudia, pero no lo menosprecia: «creo que hay que empezar a tomarse en serio las historias de los nacionalistas, por muy estúpidas que se nos antojen (...), porque tales son las formas en que el nacionalismo se perpetúa y crece». Y advierte con lucidez: «la historia académica, erudita y documentada, podrá satisfacer a un público universitario (...), pero no hace mella en las convicciones de la mayoría de votantes abertzales». Si tenemos en cuenta que el profesor Juaristi escribió monografías de muy sólida erudición antes de esta obra, quizá entendamos su tono a veces desabrido, con algo de desahogo personal, de exorcismo de ciertos demonios particulares. Cierto que las cosas deben decirse a veces de manera clara y directa. En 1997 los terroristas aún mataban. 

Juaristi comienza haciendo una interesante observación psicológica: los nacionalistas suelen escuchar voces ancestrales. No, no se trata de que estén locos, sino que sienten con dolor la pérdida de la patria, ese mito evanescente escondido entre las tinieblas del pasado, e intentan recuperarla. El sujeto doliente se identifica con el objeto perdido en un interminable bucle introspectivo y retrospectivo. Sigmund Freud escribió en 1916 que la patria perdida desencadena un proceso melancólico. Pero los nacionalistas no lloran la desaparición de una patria real. La nación nunca es previa al nacionalismo. Al contrario: es el nacionalismo el que crea la nación. Las naciones no son entidades preexistentes desde la noche de los tiempos. Las naciones se construyen. Y las construyen los nacionalistas de todo pelaje, desde el estado o contra el estado.  

En el caso vasco hablar de nacionalismo es hacerlo del patriarca don Sabino Arana y Goiri. Arana era de familia carlista. Católico a machamartillo. Muy reaccionario. Racista. Desde joven se alimentó de una literatura romántica e historicista exaltadora de la etnia vasca como pura, incontaminada e indómita. Batallitas de cartón piedra escritas en un estilo rimbombante hoy risible. Estas fueron las bases del nacionalismo aranista. Juaristi analiza dicha literatura junto con la figura quijotesca de don Sabino y sus precursores, los vascómanos, ente ellos el aventurero francés Joseph-Augustin Chaho, autor de un interesante libro sobre la primera guerra carlista e inventor del mítico Aitor, presunto padre de los vascos. Arana es heredero de semejantes mixtificaciones. 

En 1876 se abolen los fueros. Llegan miles de inmigrantes castellanos a trabajar en las fábricas de Bilbao. La reacción es exasperada: vienen a robarnos nuestra patria los de fuera. Sabino y sus apóstoles rompen hasta el último lazo sentimental que pudieran tener con España. Vizcaya únicamente se salvará (y luego todo el País Vasco) con la independencia. Sabino Arana inventó la nación vasca. Fue el creador de sus mitos, símbolos y ritos: el neologismo Euskadi, la bandera bicrucífera o ikurriña, y el himno. El PNV se fundó en 1895. Sabino muere prematuramente en 1903, a los 38 años. La semilla estaba echada.

Al principio el mensaje de resurrección nacional de un puñado de activistas casi clandestinos llegó a pocos vascos. Y si les llegó, lo rechazaron. Sin ir más lejos, Unamuno, que conocía y respetaba a Arana, consideraba al nacionalismo vasco como un arrebato xenófobo contra los pobres maketos que iban a trabajar a Bilbao. También él se había deleitado con aquel «ingenuo romanticismo vascongado» que encandiló a Sabino. Acabó rechazándolo. Su patria serían España y la lengua universal española. 

Muerto su fundador, el nacionalismo vasco siguió su camino. Los jóvenes del partido se fijaron en Irlanda. En 1916 los militantes del Sinn Féin se sublevaron en Dublín durante la pascua de resurrección. Fueron ejecutados. La muerte heroica de los nacionalistas irlandeses frente a los fusiles británicos serviría de inspiración a los aprendices vascos. Sabino vociferaba, aunque nunca pasó a la acción. Sin embargo, su encendida retórica contra los españoles facilitó el recurso a la pistola sin demasiados problemas morales. Cundió el ejemplo irlandés: sangre de mártires. Ciertos abertzales, como Elías Gallastegui, hacen huelgas de hambre, emulando la mítica del alcalde de Cork, que murió por una Irlanda libre. Euskadi también será libre peleando. El aire comenzó a oler a sangre. 

En 1931 triunfa entre los jóvenes nacionalistas vascos este himno: «Somos guerreros vascos/para liberar a Euzkadi/estamos prestos a dar/nuestra sangre por ella/Se ha oído un grito de guerra/en la cumbre del monte/Vayamos todos los guerreros/en pos de la ikurriña». Guerra santa. Palabras cargadas de plomo. Y llegó la guerra civil, el bombardeo de Gernika, la derrota y el franquismo. Los hijos de los padres derrotados cogieron la bandera prohibida. Se organizaron. Tenían la excusa perfecta de la dictadura franquista, vivida por ellos como la ocupación española de Euskadi. Nuevos ideólogos bendijeron la guerra que se acercaba. Una guerra extraña, irregular, puro terrorismo. Siete de junio de 1968. Una pareja de la guardia civil ordena parar un coche sospechoso que conducen dos jóvenes. Y entonces, de repente: «Javier Echevarrieta Ortiz, de veintitrés años, empuña su pistola y dispara a través de la ventanilla». 

Este ensayo se ha convertido merecidamente en un libro imprescindible. Juaristi analiza, juzga y condena. Tiene todo el derecho para hacerlo. Cuando se sabe y se sabe transmitir, el resultado es estupendo, aunque los resultados se puedan discutir. De lectura obligada para los aficionados a nuestra historia contemporánea y de lectura casi obligada para los demás. Un clásico. 

 
Jon Juaristi

Jon Juaristi (1951) es un escritor español nacido en Bilbao. Su familia era burguesa y nacionalista vasca. Durante su juventud, además de estudiar filología románica en la Universidad de Deusto, militó en sucesivas escisiones de la organización terrorista ETA. Fue acosado por la policía y pasó algunos breves períodos en la cárcel. Hacia 1974 abandonó su militancia política en la extrema izquierda. Jon Juaristi ha dado clases en ikastolas, institutos y finalmente en la Universidad del País Vasco como catedrático de filología española. 

Ha sido reconocido como uno de los mejores poetas españoles contemporáneos. Sus ensayos abordan el estudio de las identidades míticas y los nacionalismos desde una gran erudición histórica y filológica. Ha recibido numerosos premios, dado cursos en varias universidades y dirigido la Biblioteca Nacional de España y el Instituto Cervantes. Jon Juaristi ha tenido una lenta evolución ideológica que le ha llevado de la izquierda revolucionaria a la derecha conservadora. Su firma es habitual en la prensa. Reside en Alcobendas.

Publicado por Alberto.

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