viernes, 10 de junio de 2022

El Dr. Jekyll y Mr. Hyde - Robert Louis Stevenson

Título: El Dr. Jekyll y Mr. Hyde                                                                                           Autor: Robert Louis Stevenson

Páginas: 128 pág.

Editorial: Alianza

Precio: 10,40 euros

Año de edición: 2011

Londres, finales del siglo XIX. La tenue luz de las farolas de gas no permite distinguir más que sombras entre una niebla espesa, amarillenta y apestosa. De vez en cuando, pasan carruajes con un sonido rítmico. El ruido se apaga lentamente, engullido por la niebla. Algunas pocas ventanas pobremente iluminadas con lámparas de aceite brillan en la negrura. El pavimento de las callejuelas es un empedrado fangoso y resbaladizo. Alguien enciende un cigarrillo. Un rostro se adivina entre las tinieblas. Emite un carraspeo. Sus pasos resuenan. Es una sombra entre sombras que adquiere consistencia a medida que se acerca. Se trata de un caballero pequeño. Viste elegantemente con gabán y sombrero de copa. Lleva un bastón. Su aspecto es inquietante. Tiene un algo deforme e indefinible. Sin embargo, nos saluda educadamente: permítanme presentarme, caballeros, soy el señor Edward Hyde. 

Stevenson publicó su maravilloso «El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde» en el año 1886. La Inglaterra victoriana estaba entonces en su apogeo. Se creía en un progreso indefinido basado en el imperio, la cerveza, el juego limpio y el libre mercado. Los caballeros que marcaban el ritmo de la sociedad eran señores de una pieza que se guiaban por el common sense. Un modelo a seguir. Todo lo que no encajaba en este ambiente clasista y pragmático era confinado en un mundo de monstruos patológicos clasificados en su gabinete por el Dr. Lombroso

Para Stevenson, el mal anida dentro de todos los hombres. Es una falacia pretender que únicamente los pobres son propensos a la brutalidad o el crimen. El escaparate social victoriano era hipócrita. Por debajo de los buenos modales y las galas de sociedad se escondían vicios inconfesables. La cultura y la educación no garantizan que el hombre se oriente moralmente hacia el bien. Porque en cada hombre luchan el bien y el mal. A veces, triunfa el mal. 

El Dr. Jekyll es un reputado médico y filántropo. Vive en una gran mansión en el centro de Londres. Cuenta con numerosos amigos que le quieren y respetan. Caballero retraído, entregado a sus experimentos, pero amable y acogedor. A partir de cierta noche un desagradable personaje apellidado Hyde irrumpe en su vida. Hyde es como un soplo de aire helado que apaga de pronto el alegre fuego de la chimenea. Su mera presencia lleva la inquietud a cualquier ambiente. El señor Hyde es astuto y cruel. Sus maldades son célebres en la noche londinense. Pero, ¿por qué el bondadoso doctor Jekyll tolera en su casa al infame señor Hyde? Debe tratarse de un chantajista. Es posible que Jekyll guarde un secreto inconfesable que conoce el señor Hyde. Lo cierto es que lo tiene a su merced. 

Naturalmente, al final se descubre el misterio. Así que la novela es, además de una fábula moral, una espléndida muestra de literatura de intriga con toques de horror. Un amigo de Henry Jekyll, el adusto abogado Utterson, es el improvisado detective. El abogado representa el buen juicio victoriano. Es un hombre decente y de vida ordenada, más tolerante con los demás que consigo mismo. Pero no conseguirá salvar a su amigo de un destino impensable. 

Hyde es la otra cara del puritanismo victoriano. Una criatura rapaz de la noche que se desliza en casa de Jekyll por la puerta de atrás. Esa puerta es casi simbólica: lleva directamente del barrio sórdido al ordenado laboratorio del médico burgués. Hyde es rápido, furtivo y escurridizo. Tiene algo de animal, sin dejar de ser humano. Carece de conciencia. No le preocupa el qué dirán. Los instintos son su única ley. Es auténtico y salvaje. Se entrega a la orgía. Su brutalidad es casi jovial. Pisotea a una niña. Mata a bastonazos a un anciano caballero por ponerse pesado. Hyde es exactamente lo contrario del sereno y estudioso Jekyll. Por decirlo en términos de Nietzsche, Hyde es dionisíaco, un fauno nocturno y vicioso, mientras que Jekyll es diurno, apolíneo y de rasgos nobles y regulares. 

Stevenson escribió una historia que ha tenido una influencia inmensa en la literatura y más allá. El hombre puede ser bueno o malo. Esta es su esencia. Hay que aceptarlo tal y como es, sin pretender transformar la naturaleza humana mediante una ciencia desquiciada. El siglo XIX tenía una confianza pueril y teológica en la ciencia como una nueva fe capaz de cambiar al hombre. El cientifismo decimonónico hoy nos resulta ridículo. Pero, dice Stevenson, al ser humano no hay que cambiarlo artificialmente, sino educarlo, para que sea mejor y siga siendo hombre. Lo humano es la posibilidad de escoger entre el bien y el mal. La decisión moral incumbe al hombre y lo eleva por encima de la condición animal. Un hombre puramente bueno sería tan absurdo como un hombre puramente malo. Ni ángel, ni demonio. Por lo demás, las apariencias engañan. Stevenson era ante todo realista.

Robert Louis Stevenson

Robert Louis Stevenson (1850-1894) era escocés, de Edimburgo. Escribió cuentos, poemas y ensayos. Algunos de sus libros, como «La isla del tesoro» (1883), siguen haciendo las delicias de jóvenes y grandes. La capacidad de Stevenson para narrar de manera amena y entretenida era inmensa. En su caso, calidad y diversión van de la mano. Era viajero, tenía mala salud, bebía demasiado y se hizo amigo de Mark Twain. Acabó estableciéndose con su familia en una isla del Pacífico Sur. Se llevaba muy bien con los indígenas, que le llamaban tusitala, el contador de historias. Tusitala murió demasiado pronto, pero su obra es clásica. 

Publicado por Alberto.

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