Precio: 23 euros
La trepidante novela Cinco meses de invierno (2025) de James Kestrel es altamente recomendable por varios motivos: está muy bien escrita, resulta entretenida desde la primera hasta la última página y tiene como protagonista a un tipo muy duro y a la vez muy humano, el inspector McGrady, de la policía de Honolulu. Estamos a finales de 1941. Se acerca la guerra entre los EE. UU. y Japón y un ambiente de fatalismo sordo flota en el aire. McGrady tiene un pasado como militar en China. Está enamorado de una chica guapa. Su jefe es un perfecto cabrón. Y el bruto de su compañero aporrea a los detenidos para que confiesen. Como se ve, el ambiente pertenece al más puro noir.
El caso es que dos personas han sido brutalmente asesinadas. Un joven, sobrino nada menos que del almirante Kimmel, y una chica japonesa. Es poco decir que los mataron, porque antes sus asesinos se divirtieron con ellos de lo lindo. Al muchacho lo colgaron por los pies de un gancho para luego destriparlo. La mujer fue obligada a presenciar su martirio, torturada con saña y finalmente degollada. ¿Por qué semejante salvajismo? ¿Fue un turbio asunto de los bajos fondos? ¿Querían sacarles información? ¿Quién es la chica japonesa? ¿Qué relación podía tener con el sobrino de Kimmel? ¿Eran amigos? ¿Amantes? ¿Espías? McGrady, el poli duro, desencantado y sentimental, se encargará de averiguarlo.
Tiene dos opciones: investigar dentro de la ley o hacerlo fuera de ella, de manera poco ortodoxa y caiga quien caiga. El almirante Kimmel confía en McGrady. Sabe que el inspector fue militar, conoce bien el sudeste asiático y no está dispuesto a tirar la toalla fácilmente. Es un soldado y entre soldados se entienden bien. Infórmeme de lo vaya averiguando, le pide. A sus órdenes, responde McGrady.
Hay una pista. Un hilo que conduce al ovillo. Pero seguirlo llevará años, costará bastantes vidas y obligará a McGrady a meterse en el corazón de una guerra del Pacífico que está a punto de estallar. A partir de ahí, la novela es una sucesión acelerada de aventuras apasionantes. Tiene de todo: intriga, tiros, peleas, equívocos, encerronas, desesperación, amoríos, chicas fatales, una pintora aficionada que puede haber dibujado al asesino, una celda en Hong Kong en donde resuenan lúgubremente los disparos de la soldadesca nipona mientras asesina a los presos, un viaje hacia Japón en un barco infernal y una oferta inaudita que convertirá a McGrady en un eremita clandestino.
Claro que en algún momento todo esto puede llegar a parecer inverosímil. Recuerden, sin embargo, que estamos en el reino de la ficción, y que lo bien contado, cuando seduce, tiene que ser bueno o al menos no malo. En mi opinión, Cinco meses de invierno cumple con nota su misión como novela negra. Es un thriller absorbente. No se puede dejar de leer hasta terminarla. Pero también es buena en otros aspectos.
El protagonista tiene relieve, conciencia, emociones. Es un hombre de verdad, no una caricatura. McGrady tiene una misión: descubrir al culpable, llevarlo ante la justicia o liquidarlo. Siempre está dispuesto a cumplir con su deber. Ante todo, es honesto. No es infalible. Mete la pata. Le engañan. A veces se engaña. Se sabe más débil de lo que aparenta. Convive con el enemigo japonés. Entiende que la maldad no está únicamente de un lado. Cuando comete una salvajada, quizá inevitable, sabe que tendrá que acarrear una culpa de la que le será imposible desprenderse. Pero sigue adelante. Le empuja su compromiso moral de atrapar al asesino (nunca olvida que es policía), pero también el amor. En el fondo, McGrady lo que necesita es un poco de cariño. Como todos los mortales.
Cinco meses de invierno tiene asimismo una sólida base histórica. James Kestrel se ha documentado cuidadosamente. Sabe de lo que escribe. En la novela hay un salto muy interesante de lo cotidiano a lo histórico. No se abandona el intimismo, pero irrumpen unas circunstancias excepcionales que lo condicionan todo. La simple intriga se convierte en algo distinto cuando interviene la historia. La vida de los personajes, zarandeados como peleles, adquiere un intenso dramatismo. Las pinceladas de Kestrel en este sentido son magníficas y añaden muchos quilates a su libro.
Por ejemplo: un viaje nocturno en coche por un Tokio fantasmagórico y helado, un cráter lleno de cadáveres calcinados, una visita a la remota isla de Wake antes de la invasión japonesa o los acorazados de la flota norteamericana del Pacífico, brillando orgullosos en la bahía de Pearl Harbor la tranquila mañana del 7 de diciembre de 1941. Lo dicho: lean y disfruten de esta estupenda novela.


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