El crítico, novelista y pintor John Berger publicó por primera vez en 1965 su brillante Fama y soledad de Picasso. En su momento el libro no fue bien entendido y la crítica oficial se lanzó contra la yugular del autor. Para colmo, su enfoque era decididamente marxista. Hoy, tantos años después, es considerado como uno de los trabajos esenciales sobre el genial pintor malagueño, alabado como el gran pope del arte del siglo XX. Picasso era y es intocable. No hablamos únicamente de un artista sino de un personaje elevado a la condición de mito. Y ya se sabe que los mitos se rodean de un culto. Berger cuestiona los estudios acríticos sobre Picasso. Tienen un gran valor descriptivo y erudito. Pero la admiración les ciega. No van a la raíz de la personalidad del pintor. Porque hablar de Picasso es hacerlo de una personalidad única.
Berger estudia con cierto detalle los orígenes nacionales de Picasso. Era español, oriundo de la por entonces atrasada provincia de Málaga e hijo del pintor académico don José Ruiz Blasco. El genio de Picasso fue temprano. Desde niño era capaz de pintar cualquier cosa. Se cuenta que su propio padre rompió los pinceles abrumado por el talento del vástago. Picasso viene de un rincón marginal de Europa. La gran tradición artística de España era poco conocida fuera de sus fronteras a finales del siglo XIX. Si Pablo Ruiz Picasso no hubiera salido de su patria no hubiera pasado de ser Pablo Ruiz, un artista del montón, teniendo en cuenta el retraso cultural español. Pero supo apuntar bien: Madrid, Barcelona y muy pronto París, la meca de las vanguardias. Ahí empezó la leyenda.
Un problema de este excelente libro es que cae en ciertos tópicos al hablar de España. Berger considera nuestro país una especie de potro de los tormentos, alejado de la rica Europa y dominado por una casta feudal de terratenientes. Abajo están los hambrientos campesinos, propensos al anarquismo. Sus arrebatos justicieros y temperamentales en otros países más avanzados se llaman revoluciones. Evidentemente, se trata de un enfoque demasiado parcial inspirado en Gerald Brenan. De este suelo volcánico, como un invasor vertical, un nuevo bárbaro, emergió el feroz Picasso dispuesto a comerse el mundo. Bergerr utiliza la expresión «invasor vertical» tomándola de Ortega y Gasset, a quien considera un crítico reaccionario, aunque inspirado.
Para Berger, Picasso es el artista del instinto contra la razón. Es un toro de una vitalidad desbordante. Un creador que no se somete a ninguna ortodoxia que no sea su libérrima voluntad. Picasso, el artista moderno por excelencia, es increíblemente antiguo, ya que su raíz temperamental se encuentra en un mundo arcaico, todavía no sometido a las coordenadas cartesianas de una modernidad aburguesada y reduccionista.
En definitiva, Picasso tiene duende. Berger cita por extenso la famosa conferencia de Lorca en la que el poeta granadino intentaba definir el duende: una misteriosa fascinación que brota del fondo del artista, una fuerza ligada a lo telúrico y a la sangre, que se manifiesta en los sonidos negros. El duende es diferente del ángel, la gracia, que viene de fuera, y de la musa, que brota del intelecto. Los dos andaluces universales, Picasso y Lorca, eran, por lo visto, a la vez señores y esclavos del inefable duende.
Por eso, según Berger, es inútil buscar en Picasso una sucesión ordenada de etapas artísticas, como quieren los profesores obedientes a la musa y no al duende. Picasso es siempre Picasso. Su misterio brota de dentro de sí mismo, de su interior inagotable, y no tanto de influencias externas mucho más superficiales. En Picasso no existe progreso en cuanto tal, sino una reelaboración constante de un estilo primordial que se confunde con su persona y la tierra ardiente y morena que le vio nacer. Por eso no estamos ante un pintor más. Picasso alcanzó fama universal saliendo de un rinconcito olvidado de Europa. Pero su talento brota de un espíritu único y por esa razón solitario. En una palabra: de su duende. En eso no se parece a nadie. En todo caso, serán los demás quienes se parezcan a él. Como Sevilla, Picasso tiene un sabor especial.
Fama y soledad de Picasso es un ensayo admirablemente bien escrito y razonado. Berger, con gran precisión, deja asentado en primer lugar su concepto del arte picassiano, para ir analizando luego la vida del pintor, inseparable de su obra. La raíz telúrica de la pintura del malagueño se manifiesta plenamente en el Guernica, con ese toro ibérico que contempla la destrucción causada por los hombres bañada por la luz muerta de la luna. Este es el grito silencioso definitivo del maestro. Su denuncia más universal. El sonido negro del duende que pueden oír hasta los sordos. Picasso, el más celtibérico de los pintores, fue también el más universal. Ya decía Machado que «lo más hondo es lo más universal». De las honduras de Picasso surgió el arte del siglo XX y de todos los hombres. Berger ha escrito un gran libro que merece leerse y admirarse.
John Berger (1926-2017) fue un escritor y crítico británico nacido en Londres. Su padre era un judío secular que acabó convirtiéndose al catolicismo. El joven Berger estudió en un colegio privado y en la Universidad de Oxford. Pero acabó por romper con el mundillo oficial, quizá porque su orientación política era marxista y radical. También pintaba. En 1958 publicó su primera novela. En 1972 ganó el prestigioso premio Booker. El polifacético Berger ha escrito ensayos de crítica artística, novelas, poesías, guiones cinematográficos y obras de teatro. Su libro Modos de ver (1972), en origen una serie de televisión, se ha convertido en un clásico del análisis artístico y la teoría de la comunicación. Influido por Walter Benjamin y Ernst Fischer, Berger fue un gran humanista siempre fiel a sus ideas progresistas. Falleció en Francia con 90 años.









