Título: La bodega Autor: Vicente Blasco Ibáñez
Páginas: 544
Editorial: Cátedra
Precio: 15,95 euros
Año de edición: 1998
Estamos en Jerez a principios del siglo XX. La
bodega de don Pablo Dupont funciona de acuerdo con las reglas de un feudalismo
al día. Es un negocio que exporta, tiene una administración eficiente y utiliza
los sistemas más modernos para destilar los vinos y licores. Don Pablo,
santurrón descendiente de una conocida familia de bodegueros, combina su gran
pericia para los negocios con una extrema religiosidad católica. Es un fanático
moderno. Desde su punto de vista, las jerarquías sociales han sido establecidas
por Dios en los cielos, que también se preocupa por la buena marcha del
negocio. La piedad religiosa contribuye al crecimiento capitalista. Así se
combinan armoniosamente cielo y dinero. Bajo la bota del piadoso Dupont, los
viñadores trabajan sin levantar los ojos del suelo. Para su amo y señor es el
mejor de los mundos posibles. Claro que a veces salta la chispa del
descontento.
Vicente Blasco Ibáñez publicó en 1905 La
bodega. Se trata de un enérgico ejemplo de novela social acerca de la
patética situación de los jornaleros andaluces. Blasco no era exactamente un
revolucionario social, pero sí un republicano consciente de las tremendas
injusticias sociales de la España de su tiempo. En La bodega describe el
microcosmos jerezano: una oligarquía de ricos bodegueros y terratenientes que
manda, la sufrida clase media sometida a los primeros y una gran masa de
trabajadores del campo que sobreviven en medio de una miseria deshumanizadora y
profunda. El panorama social de Andalucía es trágico. Sus labradores son
estoicos, sufridos y silenciosos; de vez en cuando, como un fogonazo, estalla
la insurrección social.
Los de abajo se arremolinan alrededor de un
hombre que ha pasado muchos años en la cárcel. Es una especie de apóstol laico
de la revolución. Se llama Fernando Salvatierra. Acosado por las autoridades,
lleva una vida humilde y errante. Comparte lo poco que tiene con aquellos que
son más pobres que él. Como un cristiano de la Antigüedad, Fernando, personaje
inspirado en la figura histórica de Fermín Salvochea, predica la llegada de la
buena nueva, sin pobres ni ricos, en donde se hará realidad el sueño milenario
del fin de la explotación. El paraíso celestial evangélico se convierte en sus
labios en la soñada sociedad anarquista: libre, sin caciques, sin leyes, sin
guardias civiles y sin hambre. Jerez, la ciudad del vicio y la riqueza, aparece
en las predicaciones del apóstol como la Babilonia corrupta (un dato histórico:
en 1892 un ejército de jornaleros asaltó la ciudad del pecado). El campo
jerezano arde en deseos de redención.
Lo más interesante de esta novela
naturalista es sin duda la insurrección de los rebeldes primitivos, que
diría Eric J. Hobsbawn. Pero Blasco era ante todo un novelista popular que
buscaba el éxito comercial. Así que no duda en explotar hábilmente los tópicos
más manidos sobre Andalucía. En La bodega aparecen encendidos amores
románticos con una reja de por medio, contrabandistas perseguidos a tiros por
riscos morunos, sentenciosos gitanos del color del bronce dueños de una
pretendida sabiduría ancestral, orondos y pegajosos curas y frailes obsequiosos
con los ricos (Blasco Ibáñez era un anticlerical decidido y encendido),
melancólicos capataces envejecidos que recuerdan un pasado revolucionario casi
olvidado, allá por los tiempos de la mítica «Mano Negra» y no falta,
por supuesto, algo de cante y baile flamenco para animar el cotarro. En estas
cosas a don Vicente se le va la pluma.
La bodega es, con todo, un pequeño
clásico de la novela española. El estilo de Blasco era un tanto tosco, directo,
sin florituras, a veces hasta vulgar, pero no se le puede negar una gran
capacidad para componer, narrar con fuerza y entretener al lector desde la primera
hasta la última página. No es poco. Además, acierta plenamente cuando describe
la dura vida de los desheredados: cuerpos gastados por el trabajo, rostros
demacrados, morenos y arrugados, expresiones ceñudas y cejijuntas, míseras
comidas a base de pan duro y gazpachos, un oscuro deseo redentor que bulle en
las mentes de los oprimidos. Cuando alguien da forma al sueño milenario de los
campesinos, se despierta su deseo secular de libertad. Un libro apasionante que
nos lleva a un pasado no tan lejano de la mano de un narrador de raza.
Recomendable.
Vicente Blasco Ibáñez
Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) fue un
novelista, periodista, político y aventurero español nacido en Valencia. Fue arrullado por los recuerdos de la Primera República Española y de la
Revolución Francesa. De joven leyó a Víctor Hugo y La historia de
los girondinos de Lamartine.
Con dieciséis años ya dirigía su propio
periódico, republicano por supuesto. Estudió derecho, afiló la pluma en la
batalla periodística y se hizo masón. También fue negro literario del
folletinista Manuel Fernández y González. Las ideas jacobinas de don Vicente se
manifestaron en uno de los primeros movimientos populistas y caudillistas de
España: el blasquismo. Los blasquistas controlaron durante años la
ciudad de Valencia de manera expeditiva: si los clericales se ponían
tontos, los santos iban de cabeza al Turia, y
detrás ellos.
Ya conocido como político,
periodista y orador radical, lo que le llevó unas cuantas veces a la
cárcel, Blasco empezó a escribir una serie de magníficas novelas
naturalistas, en la línea de su idolatrado Zola, en donde describió vigorosamente
la tierra valenciana: La barraca (1898), Entre naranjos (1900), Cañas
y barro (1902). Con su editorial Prometeo llevó a cabo una
gran labor de difusión cultural entre las clases humildes.
En 1908 abandonó la política, intentó
establecerse en Argentina y se convirtió en uno de los escritores más
populares del panorama internacional: Sangre y arena (1908), Los
cuatro jinetes del Apocalipsis (1916). Rico y famoso, se
fue a vivir a la Costa Azul y se compró un Rolls-Royce. En sus últimos
años viajó por el mundo, renunció a su candidatura a la Real Academia Española y se opuso a la dictadura del general Primo de Rivera. Falleció con 60 años como consecuencia de una neumonía. Sus restos reposan
en el cementerio civil de Valencia.
Publicado por Alberto.