Título: Los buscadores de oro
Autor: Augusto Monterroso
Páginas: 126
Editorial: Alfaguara
Precio: 13 euros
Año de edición: 2001
Solo un autor como Augusto Monterroso podía resumir su infancia en poco más de 100 páginas, con la hondura, la sinceridad y la inteligencia de las que hace gala en estas páginas. Porque este pequeño libro —como él mismo, que solo media 1,60 m y que gastaba la broma de presentarse como embajador de los Países Bajos—, esta deliciosa miniatura, está hecha con sus primeros recuerdos y con algo más de propina. Este genial guatemalteco describe aquí su manera de ver las cosas, su mundo y su yo más íntimo, en una suerte de striptease en el que se muestra tal y como es.
Publicado originalmente en 1993, a los 72 años, la idea de escribir esta obra surgió en una conferencia que dio Monterroso en la Universidad de Siena en 1986. En ella, se declaró un autor desconocido, o mejor aún ignorado. A continuación trató de explicarse a sí mismo y se dio cuenta de que no era capaz de hacerlo satisfactoriamente en una hora y dos años después, se sentó a redactar este texto para completar esa tarea a conciencia. Estamos por lo tanto ante unas páginas extraordinarias en las que el autor bucea en sus recuerdos de niñez y en su personalidad más profunda.
Empieza con sus recuerdos más antiguos, cuando pasó la malaria siendo niño. A partir de ahí, va rememorando sensaciones, hechos y los entrevera con confesiones personales. Se presenta como una persona relativista, desmemoriada, que ha padecido siempre innumerables distracciones, que ha vivido muchas cosas como si le estuvieran sucediendo a otra persona, que por circunstancias de la vida nunca ha podido votar y que siempre se ha puesto instintivamente de lado del débil frente al poderoso. Menciona detalles autobiográficos curiosos, como las relaciones de sus abuelos con los presidentes de Honduras y Guatemala, el hallazgo de un antepasado suyo español de 1571 y de otro veneciano de 1554. Piensa sinceramente que «allí donde estés bien es tu patria» (Ube bene, ubi patria) y su vida ha estado llena de avatares y anécdotas.
El estilo es muy recortado, sintético, preciso y nítido. Una forma de escribir que denota una clarividencia poco común. El texto, dividido en 25 capítulos cortos, de cuatro o cinco páginas a lo sumo, se lee con facilidad y resulta muy ameno. Presenta detalles surrealistas, que confirman el carácter onírico de la vida y un sentido del humor que bordea lo absurdo continuamente, dos aspectos que también se encuentran en sus fábulas.
En fin, un librito que es una delicia, interesantísimo y con una alta densidad de calidad literaria por palabra. Un imprescindible, vamos. Leedlo, os gustará.
Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921-2003) es un escritor hondureño. Hijo de guatemalteco y hondureña, pasó su infancia y adolescencia en Guatemala, país que consideraba clave en su formación y cuya nacionalidad adquirió. Colaboró con la oposición que luchaba contra el dictador guatemalteco Jorge Ubico. Fué encarcelado, se fugó y se exilió a Chile, donde fué secretario personal de Pablo Neruda.
Es
famoso por su maestría en el relato corto y en el microrrelato. Suyo es
ese prodigio de cuento hiperbreve que dice: «Cuando despertó, el
dinosaurio todavía estaba allí». Recibió el Premio Príncipe de Asturias en el año 2000 en reconocimiento a toda su carrera. Según el jurado: «su obra narrativa y ensayística constituye todo un universo literario
de extraordinaria riqueza ética y estética, del que cabría destacar un
cervantino y melancólico sentido del humor».
Publicado por Antonio F. Rodríguez.





