sábado, 4 de enero de 2025

La invencible María Teresa Mora

María Teresa Mora Iturralde

María Teresa Mora Iturralde (La Habana, 1902-1980) fue una mujer con un talento descomunal, un verdadero prodigio del ajedrez, ninguneada en su época y hoy en día, bastante olvidada.

Fue niña prodigio en varios campos, como literatura, música y ajedrez. Fue una violinista destacada, que brilló como concertista. Su padre le enseñó a jugar al ajedrez y muy pronto vio que jugaba de maravilla. Con once años ganó su primer campeonato de ajedrez en el Club de Ajedrez de la Habana, a los 13 obtuvo el primer premio en el Campeonato Intercolegial de La Habana y a los 20 años arrasó a todos sus oponentes masculinos en el Campeonato Nacional de Cuba, entonces llamado Copa Dewar y se coronó como campeona nacional. 

Poco después se enfrentó al campeón de Washington, Edward Everett, al que derrotó con tres victorias, una derrota y tres tablas. También salió victoriosa de sus partidas contra el gran Capablanca, de la que había sido discípula de hecho, fue la única persona a la que enseñó el gran genio cubano con dos victorias y unas tablas, las tres en partidas simultáneas. Se recuerda que exclamó «¡Ay, qué pena! Le he ganado». Obtuvo el título de Maestra Internacional, pero no le permitieron participar en campeonatos masculinos internacionales. Se mantuvo como campeona femenina de Cuba desde 1938 hasta que se retiró en 1960. Se licenció en Filosofía y Letras y se dedicó toda su vida a la enseñanza.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

viernes, 3 de enero de 2025

La bodega - Vicente Blasco Ibáñez

Título: La bodega                                                                                                                  Autor: Vicente Blasco Ibáñez

Páginas: 544

Editorial: Cátedra

Precio: 15,95 euros

Año de edición: 1998

Estamos en Jerez a principios del siglo XX. La bodega de don Pablo Dupont funciona de acuerdo con las reglas de un feudalismo al día. Es un negocio que exporta, tiene una administración eficiente y utiliza los sistemas más modernos para destilar los vinos y licores. Don Pablo, santurrón descendiente de una conocida familia de bodegueros, combina su gran pericia para los negocios con una extrema religiosidad católica. Es un fanático moderno. Desde su punto de vista, las jerarquías sociales han sido establecidas por Dios en los cielos, que también se preocupa por la buena marcha del negocio. La piedad religiosa contribuye al crecimiento capitalista. Así se combinan armoniosamente cielo y dinero. Bajo la bota del piadoso Dupont, los viñadores trabajan sin levantar los ojos del suelo. Para su amo y señor es el mejor de los mundos posibles. Claro que a veces salta la chispa del descontento. 

Vicente Blasco Ibáñez publicó en 1905 La bodega. Se trata de un enérgico ejemplo de novela social acerca de la patética situación de los jornaleros andaluces. Blasco no era exactamente un revolucionario social, pero sí un republicano consciente de las tremendas injusticias sociales de la España de su tiempo. En La bodega describe el microcosmos jerezano: una oligarquía de ricos bodegueros y terratenientes que manda, la sufrida clase media sometida a los primeros y una gran masa de trabajadores del campo que sobreviven en medio de una miseria deshumanizadora y profunda. El panorama social de Andalucía es trágico. Sus labradores son estoicos, sufridos y silenciosos; de vez en cuando, como un fogonazo, estalla la insurrección social.  

Los de abajo se arremolinan alrededor de un hombre que ha pasado muchos años en la cárcel. Es una especie de apóstol laico de la revolución. Se llama Fernando Salvatierra. Acosado por las autoridades, lleva una vida humilde y errante. Comparte lo poco que tiene con aquellos que son más pobres que él. Como un cristiano de la Antigüedad, Fernando, personaje inspirado en la figura histórica de Fermín Salvochea, predica la llegada de la buena nueva, sin pobres ni ricos, en donde se hará realidad el sueño milenario del fin de la explotación. El paraíso celestial evangélico se convierte en sus labios en la soñada sociedad anarquista: libre, sin caciques, sin leyes, sin guardias civiles y sin hambre. Jerez, la ciudad del vicio y la riqueza, aparece en las predicaciones del apóstol como la Babilonia corrupta (un dato histórico: en 1892 un ejército de jornaleros asaltó la ciudad del pecado). El campo jerezano arde en deseos de redención. 

Lo más interesante de esta novela naturalista es sin duda la insurrección de los rebeldes primitivos, que diría Eric J. Hobsbawn. Pero Blasco era ante todo un novelista popular que buscaba el éxito comercial. Así que no duda en explotar hábilmente los tópicos más manidos sobre Andalucía. En La bodega aparecen encendidos amores románticos con una reja de por medio, contrabandistas perseguidos a tiros por riscos morunos, sentenciosos gitanos del color del bronce dueños de una pretendida sabiduría ancestral, orondos y pegajosos curas y frailes obsequiosos con los ricos (Blasco Ibáñez era un anticlerical decidido y encendido), melancólicos capataces envejecidos que recuerdan un pasado revolucionario casi olvidado, allá por los tiempos de la mítica «Mano Negra» y no falta, por supuesto, algo de cante y baile flamenco para animar el cotarro. En estas cosas a don Vicente se le va la pluma. 

La bodega es, con todo, un pequeño clásico de la novela española. El estilo de Blasco era un tanto tosco, directo, sin florituras, a veces hasta vulgar, pero no se le puede negar una gran capacidad para componer, narrar con fuerza y entretener al lector desde la primera hasta la última página. No es poco. Además, acierta plenamente cuando describe la dura vida de los desheredados: cuerpos gastados por el trabajo, rostros demacrados, morenos y arrugados, expresiones ceñudas y cejijuntas, míseras comidas a base de pan duro y gazpachos, un oscuro deseo redentor que bulle en las mentes de los oprimidos. Cuando alguien da forma al sueño milenario de los campesinos, se despierta su deseo secular de libertad. Un libro apasionante que nos lleva a un pasado no tan lejano de la mano de un narrador de raza. Recomendable.  

Vicente Blasco Ibáñez

Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) fue un novelista, periodista, político y aventurero español nacido en Valencia. Fue arrullado por los recuerdos de la Primera República Española y de la Revolución Francesa. De joven leyó a Víctor Hugo y La historia de los girondinos de Lamartine

Con dieciséis años ya dirigía su propio periódico, republicano por supuesto. Estudió derecho, afiló la pluma en la batalla periodística y se hizo masón. También fue negro literario del folletinista Manuel Fernández y González. Las ideas jacobinas de don Vicente se manifestaron en uno de los primeros movimientos populistas y caudillistas de España: el blasquismo. Los blasquistas controlaron durante años la ciudad de Valencia de manera expeditiva: si los clericales se ponían tontos, los santos iban de cabeza al Turia, y detrás ellos. 

Ya conocido como político, periodista y orador radical, lo que le llevó unas cuantas veces a la cárcel, Blasco empezó a escribir una serie de magníficas novelas naturalistas, en la línea de su idolatrado Zola, en donde describió vigorosamente la tierra valenciana: La barraca (1898), Entre naranjos (1900), Cañas y barro (1902). Con su editorial Prometeo llevó a cabo una gran labor de difusión cultural entre las clases humildes. 

En 1908 abandonó la política, intentó establecerse en Argentina y se convirtió en uno de los escritores más populares del panorama internacional: Sangre y arena (1908), Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916)Rico y famoso, se fue a vivir a la Costa Azul y se compró un Rolls-Royce. En sus últimos años viajó por el mundo, renunció a su candidatura a la Real Academia Española y se opuso a la dictadura del general Primo de Rivera. Falleció con 60 años como consecuencia de una neumonía. Sus restos reposan en el cementerio civil de Valencia

Publicado por Alberto.