viernes, 20 de octubre de 2023

El rey de amarillo - Robert W. Chambers

 

Título: El rey de amarillo                                                                                                        Autor: Robert W. Chambers

Páginas: 448 pág.

Editorial: Valdemar

Precio: 11,60 euros 

Año de edición: 2014

«El rey de amarillo» (1895) es una irregular pero atractiva colección de cuentos de terror que levantó la admiración de H. P. Lovecraft. Robert William Chambers, su autor, es hoy un completo desconocido. Sin embargo, su libro ha entrado con nota en las antologías del género como ejemplo brillante de un terror decadente que abrió camino a nuevas formas de escalofrío. Los monstruos tradicionales, deudores de la tradición gótica, dejaron paso a los miedos subjetivos de la modernidad. El vértigo existencial (enfermedad, locura o muerte), la tentación del arte que puede corromper el alma, el silencio aplastante de la naturaleza o la ciudad de las mil amenazas. La mayoría de los relatos están vagamente conectados con un libro maldito titulado precisamente «El rey de amarillo». Su lectura desprevenida lleva al desastre. Los entendidos hablan del mamotreto entre susurros, mirando de soslayo y frotándose, nerviosos, una mano contra otra. En los anaqueles de una sombría biblioteca aguarda el malévolo volumen. Nos habla de Hastur, Carcosa y lejanas estrellas. Mundos embrujados que nos atraen con el aroma tentador de una flor venenosa. 

Un libro de relatos es el reino de la libertad absoluta. Cada uno escoge el cuento que le da la gana y los lee en el orden que desea. Si no le gusta uno, pasa a otro. Si no le gusta el libro, fuera con él: por la ventana. Si se trata de un libro maldito, pobre del lector que escudriñe sus páginas. Tranquilidad: esta obra, pese a su mala fama, no causa, al parecer, ningún problema grave. Creo. Algunos de sus cuentos son excelentes. Los podemos comentar brevemente. Sin destriparlos, ya que eso corresponde al avezado lector o al viejo Jack de Whitechapel. Vayamos con ellos.

«El signo amarillo» es quizá el mejor cuento de todos. Estamos a fines del siglo XIX en Nueva York. Desde la ventana de su casa, un artista observa a un curioso personaje que siempre está delante de una iglesia. Es un sereno. Pero su aspecto es insano, repelente. Parece un hinchado y blancuzco gusano de la carroña. Su aire fofo transmite corrupción. El repugnante sujeto invadirá las pesadillas del pintor. Un cuento macabro de ejecución perfecta.

«Una velada placentera», una historia de fantasmas, no es tan buena. Tiene su intríngulis, pero lo más interesante es quizá la estupenda evocación que hace el autor del Nueva York de 1896. Una ciudad abigarrada y tentacular que se apodera de sus habitantes como lo haría un hechizo. El infierno de la gran ciudad se llama movimiento continuo. Un vaivén colectivo atrapa a los transeúntes, que son como sombras desvaídas: los trenes elevados, el metro, el griterío de los vendedores de prensa, el timbrazo del tranvía, las multitudes que acechan y se tragan al incauto, el ajetreo constante. En el corazón de esta vorágine, un cansado dibujante tendrá un encuentro inesperado en un parque. 

«El mensajero» nos traslada a la Bretaña francesa. Allí vive un caballero norteamericano al que todos creen inglés. Unas excavaciones descubren un montón de huesos y calaveras. También se exhuma una de esas estupendas maldiciones que hacen las delicias de los adeptos a la literatura de terror. El cuento tiene un aire costumbrista muy agradable.  

Chambers tiene más espantos en reserva. Ahí van otras muestras. Un escultor inventa un curioso elixir que te dejará de piedra. En una Nueva York distópica el dueño deforme de un archivo expresionista se dedica a reparar reputaciones (el absurdo, sí). Un individuo alto, pálido y vestido completamente de negro persigue tenazmente a su presa por las calles de una ciudad de pesadilla (una versión febril de París). No está nada mal. 

Los protagonistas de Chambers suelen ser artistas, intelectuales o eruditos que viven al margen de las convenciones sociales. Muchas de las historias transcurren en Francia, lugar de atracción para la bohemia internacional de fines del siglo XIX, en un refinado ambiente cosmopolita. A veces, prosaicos caballeros, escépticos y desconfiados, se ven mezclados en aventuras espeluznantes con un final trágico. Ciertos relatos se desenvuelven en un ambiente onírico, alucinatorio, precursor de las fábulas kafkianas. Otros, los más convencionales, juegan con un torpe orientalismo amanerado. Ya se sabe: pérfidos brujos orientales (rostro satánico, ojos oblicuos, sonrisa dentuda) desencadenan su magia negra sobre los rubios anglosajones (deportivos, fuertes y optimistas) que se les enfrentan. Ahí tenemos el peligro amarillo (Fu Manchú estaba al caer). En algún momento se coquetea con alteraciones espacio-temporales: un cazador acaba en la edad media, una isla mágica acoge a un fugitivo, una fabulosa ciudad china multicolor de mil puentes y cielos rojizos se desvanece como un sueño.  

En mi opinión, los mejores cuentos son aquellos que parten de una base realista para llevar al protagonista de la perplejidad al susto y finalmente al horror. Chambers brilla también en las descripciones. La ansiedad colectiva de la gran ciudad o el silencio ominoso de un bosque impenetrable se transmiten con mano maestra. En definitiva, un libro clásico de fantasías retorcidas que hará feliz al aficionado, si sobrevive a su lectura, claro

Robert W. Chambers

Robert William Chambers (1865-1933), fue un escritor norteamericano nacido en Brooklyn. Pertenecía a una vieja familia patricia en donde se contaron abogados, médicos y el fundador de Rhode Island. Estudió bellas artes en París. Fue muy conocido como dibujante. Era un consumado deportista. En 1895 publicó su mejor libro, «El rey de amarillo», un conjunto de cuentos macabros art noveau relacionados con un libro maldito. Tuvo un gran éxito. Pero sus siguientes obras han caído merecidamente en el olvido (historias rosas de la alta sociedad neoyorquina, noveluchas históricas y detectivescas). 

Chambers vendió mucho. Estaba muy solicitado en las revistas por entregas. Rico hasta decir basta y algo aburrido, se dedicó a cultivar sus aficiones: mariposas, muebles lujosos, cachivaches orientales con un precio de aúpa y el cuidado de unos 20.000 árboles. El teatro de sus recreos era una hacienda familiar de 800 acres (3,2 km2). La mansión puede visitarse, aunque hoy es la casa rectoral de la iglesia católica de San José. Lovecraft siempre lamentó la entrega de Chambers al vil metal, habiendo empezado tan bien. Murió el 16 de diciembre de 1933, después de sufrir una operación intestinal. 

Publicado por Alberto.

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