viernes, 18 de agosto de 2023

Los sauces - Algernon Blackwood

 

Título: Los sauces                                                                                                                 Autor: Algernon Blackwood

Páginas: 100
 
Editorial: Hermida editores

Precio: 15,90 euros  

Año de edición: 2017

Vamos a adentrarnos en uno de los relatos terroríficos más intensos y originales que se han escrito: «Los sauces» (1907), de Algernon Blackwood. Dos amigos remontan en una canoa canadiense el Danubio. Son el narrador y un sueco serio, grande como un monte, tranquilo, fumador de pipa y carente de imaginación (de hecho, su imaginación es portentosa). El Danubio era un «río divino» para Garcilaso de la Vega. Blackwood lo considera también divino, pero en un sentido diferente, más inquietante. De hecho, insinúa que es una criatura viva, consciente. En principio el viaje transcurre sin problemas. Pasan por Viena. Aguas tranquilas, espaciosas, con barquitos y deliciosos pueblos en las orillas. Una gozada. 

Las cosas cambian al adentrarse en Hungría. El Danubio se cubre de interminables bosquecillos de sauces, con sus hojas plateadas, que la brisa agita como cabelleras. Parecen conversar, tramar algo, bisbisear. Sauces vivientes, ominosos. Las islitas arenosas se multiplican. El color del río se va volviendo oscuro, denso, impenetrable. Los amigos están cada vez más inquietos. En la posada de un pueblo les advirtieron que esa zona del río era peligrosa. Como si estuvieran hechizados, siguen adelante. Un ambiente enrarecido los va envolviendo. Están lejos de todo. Sienten el sempiterno rodar de las aguas. El viento en los sauces. El sordo desmoronarse de las costas arenosas de las islas. De la maleza va ascendiendo una neblina gris. El azul brillante del cielo se torna opaco. Los viajeros se han metido en el corazón del misterio. 

Amarran en una isla para pasar la noche. Ocurren dos acontecimientos singulares. Arrastrado por las aguas, se acerca un cadáver. Sin embargo, al pasar por delante de ellos, observan aliviados que es una nutria, aunque demasiado grande. Raro. No será el único susto de la jornada. Poco después, un hombre montado en una balsa y con una enorme pértiga a guisa de remo les hace gestos para que abandonen la isla. La figura borrosa del barquero tiene algo de fantasmal. Acaba por santiguarse y desaparece como si se lo hubieran tragado las aguas. Cae la noche. 

La pareja levanta una tienda de campaña. Comprueban las vituallas, recogen leña y hacen un buen fuego. El agradable chisporroteo de las llamas les devuelve algo de tranquilidad. La luz despeja las tinieblas. También las del cerebro. La precaria hoguera brilla en la inmensidad de la noche. Dos hombres se acurrucan cerca de las llamas. Los rostros tensos están iluminados por los rojos resplandores. Los primeros o últimos pobladores de la tierra no tendrían un aspecto muy diferente. La soledad es absoluta. El insaciable Danubio devora poco a poco la isla. Cerca de ellos, muy cerca, los sauces, amenazantes. Deciden acostarse. 

El narrador se despierta tras un par de horas de sueño intranquilo. Su compañero está profundamente dormido. Husmea el exterior. Sale de la tienda. Observa el cielo oscuro. Quedan aún unas horas hasta el amanecer. Advierte de pronto unas extrañas figuras: enormes columnas semejantes a un humo retorcido salen de entre los sauces. Lentas y majestuosas, ascienden hacia al cielo, en el que permanecen hasta que se disipan. En lo que llamamos realidad no existen cosas así. No es una ilusión óptica. Una sensación de sobrecogida fascinación invade al testigo de este alucinante espectáculo nocturno. Cae de rodillas: «Lejos de sentir miedo estaba poseído de una sensación de asombro y maravilla como nunca he conocido. Era como si estuviese contemplando la personificación de las fuerzas elementales de esta región primitiva y encantada (...) Sentí que tenía que caer al suelo y adorar, adorar por completo». 

A partir de ahí, el relato utiliza el diálogo para transmitir una tensión creciente entre los dos compañeros. El narrador simula un escepticismo protector bastante torpe; el sueco, en cambio, está imbuido del misterio de la isla. Las abrumadoras deidades de la naturaleza invaden su mente. ¿Cómo terminará el asunto? Lean el relato. Merece la pena. Se trata de una de las obras maestras de la literatura fantástica. 

El texto tiene una construcción magistral. El ambiente se enrarece progresivamente. Los protagonistas van pasando de la inquietud a la fascinación y finalmente al terror. Blackwood escribió un relato acerca de la insignificancia existencial del hombre frente a la naturaleza. Los elementos naturales son la puerta hacia la inmensidad de lo que está más allá de nosotros, modestas e irrelevantes criaturas. Aquello que se ve, oye, intuye o imagina altera la conciencia, volviéndola receptiva a la llamada de lo desconocido. Las aguas monótonas. El viento. Las llamas de la hoguera que tiemblan como fantasmas. El ruido sordo de la tierra que se escucha de noche. Agua, fuego, tierra y aire: los cuatro elementos. 

Por encima de lo real está lo intangible, lo sobrenatural. No sabemos si divino, diabólico o ambas cosas; o es posible que ninguna de las dos. No podemos explicarlo con palabras corrientes ya que pertenece a otra realidad en donde nuestro lenguaje carece de significado. Lo intuimos, nos sobrecoge y puede aniquilarnos. Estamos en el dominio de lo numinoso, de una deidad fascinante, desconocida y totalmente otra. El mysterium tremendum del que habló el teólogo Rudolf Otto

Algernon Blackwood

Algernon Blackwood (1869-1951) fue un escritor británico cuyos relatos fantásticos le aseguran un lugar de honor en la literatura terrorífica. Blackwood nació en una familia de clase alta. Estudió en el prestigioso Wellington College (Berkshire, UK). Pero su espíritu aventurero le llevó a cruzar el charco siendo muy joven. En América desempeñó los más variados oficios: granjero, leñador, empleado de hotel, buscador de oro, periodista, secretario privado, modelo y hasta profesor de violín. En 1891 participó en la fundación de la sociedad teosófica de Toronto. El silencio virgen de los bosques canadienses le inspiró uno de sus mejores relatos: «El Wendigo». El terror característico de Blackwood no es el tradicional de fantasmas, vampiros o casas encantadas, aunque escribió relatos magníficos de corte clásico, sino que se inspira en la intuición de fuerzas todopoderosas que emanan de la naturaleza no comprendida. Es un terror pagano que se acerca al horror cósmico de H. P. Lovecraft.

Con treinta años vuelve a Gran Bretaña. Escribe mucho, ejerce el periodismo y se mete en la sociedad secreta «Golden Dawn», en compañía de personajes tan singulares como Arthur Machen, buen amigo de Blackwood. No se casó nunca. Fue un viajero infatigable. Hizo incluso una ruta por el Levante español en plena Guerra Civil, como si tal cosa. Era un tipo peculiar, de cara alargada, puntiaguda y arrugada, grandes ojos claros de profeta, traje oscuro de notario con chaleco y leontina de oro, y sempiterna pajarita. Parecía efectivamente un mago jubilado o un empresario de pompas fúnebres. Durante sus últimos años, narraba cuentos de miedo por la radio y televisión. Falleció con 82 años. Sus cenizas se dispersaron por las cumbres suizas, su refugio favorito.  

Publicado por Alberto.

2 comentarios:

  1. Buenísimo artículo, destacando lo extraordinario de este gran autor que pocos han trasmitido como él: esa mezcla de admiración-terror hacia la naturaleza.
    Es un cuento que me dejó una honda huella. Inolvidable.
    Gracia por la reseña.
    Y un saludo :)

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  2. Muchas gracias a ti Volarela.

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