viernes, 19 de julio de 2024

Primavera en Eaton Hastings - Pedro Garfias

Título: Primavera en Eaton Hastings                                                                                     Autor: Pedro Garfias

Páginas: 70 pág.

Editorial: Point de Lunettes

Precio: 10 euros 

Año de edición: 2018

En la nómina de intelectuales exiliados tras la victoria franquista de 1939, el poeta Pedro Garfias es uno de los menos conocidos. Garfias nació en Salamanca de padres andaluces, aunque se crió en Osuna. Durante los años veinte defendió la estética ultraísta. Más tarde, su poesía se volvió comprometida y revolucionaria. Con la Guerra Civil se prodigó por los frentes leyendo sus romances bélicos. Ganó en 1938 el Premio Nacional de Literatura. Luego llegaron la derrota, la salida de España y el olvido. Pedro Garfias murió muy lejos, cuando ya nadie se acordaba de él. Figura menor de la Generación del 27, hombre de vida errabunda y legendaria, en los últimos años se han ido reeditando sus libros. «Primavera en Eaton Hastings» (1941) es el mejor. Un crítico tan exigente como Dámaso Alonso lo consideraba el mejor poema del exilio español. Seguramente exageraba, pero los versos de Garfias son inolvidables. 

Acaba la Guerra Civil. Tras una corta estancia en Francia, el salmantino es acogido por Lord Faringdon, aristócrata de ideas socialistas, en la aldea de Eaton Hastings, situada al suroeste de Oxford. Allí escribiría entre los meses de abril y mayo de 1939 sus mejores versos. «Primavera en Eston Hastings. Poema bucólico con intermedios de llanto», es un ciclo de veinte poemas. El verdor inmaculado del bosque inglés contrasta con la árida España barrida por la guerra. En ese hermoso paisaje solo se oye el rodar de las aguas, el trino de los pájaros o un apacible silencio roto por el susurro de las hojas. Un poeta español pasea por los prados. Admira tanta belleza, pero no le inspira. Garfias escribió de sí mismo: «Yo soy un hombre del sur / polvo, sol, fatiga y hambre». Viene de la España arisca y pedregosa. 

El mito del reverdecer primaveral (el renacimiento de la vida) se mezcla con ecos de muerte. Una profunda nostalgia por la patria perdida hace que el paisaje inglés se transfigure en otro paisaje más cercano al corazón del poeta. Si un paisaje es un punto de vista, los ojos de Garfias son capaces de crear nueva vida gracias al recuerdo emocionado de la tierra arrebatada. Puro romanticismo. 

La ausencia alimenta la presencia con la comezón permanente de la nostalgia. Nada muere mientras podamos recordarlo. La evocación es un consuelo para el desplazado. Así comienza el poema: 

«Porque te siento lejos y tu ausencia

habita mis desiertas soledades

qué profunda esta tarde derramada

sobre los verdes campos inmortales».

La naturaleza acompaña al poeta. Es una naturaleza amable, delicada y cercana. Grata. Un parque cultivado por generaciones de ciudadanos ingleses nacidos en libertad. Aquí no hay cabreros tirándose cantazos a la cabeza o burros pudriéndose en un barranco. Garfias escribe versos hermosísimos:

«Un murmullo de aguas y un murmullo de pinos

se entrelazaban dóciles como dos ramas nuevas;

una delgada brisa pasaba entre los dos

y empapaba sus labios en melliza ternura».

Brota el recuerdo. Primero de manera confusa: «Un tumulto de imágenes con retazos de sueño / afloró a mi conciencia».  Las imágenes se hacen más nítidas gracias a que «llevo mis campos en mis ojos / y me basta mirar para verlos crecer».

Se dibuja un nuevo paisaje en el alma del poeta. Es el triunfo del cielo limpio, la rubia era y «el claro olivo de verdor de plata». El sol en lo alto, «fatigando el aire con sus alas / en el cenit su vuelo detenido». El poeta lo resume en un verso aforístico magnífico: «Mis ojos son mi vida». La mirada de Garfias da nueva vida a la madre que quedó lejos y destruida: España

Refugiado en Inglaterra, esa roca verdinegra rodeada de agua, el poeta llora por los secos, los extintos y los que han muerto sin saber por qué, «cuyos porqués resuenan todavía / en la tirante bóveda impasible». Muchos pueblos desgraciados mugen hoy a las sombras tras las empalizadas. Todavía peor son esos señores indiferentes «tan serios en el ataúd de su levita». Versos proféticos cuando las bombas silben sobre los cándidos neutrales. Entonces el llanto será universal. 

Así que mientras Inglaterra duerme, Pedro Garfias sigue gritando su «llanto de becerro que ha perdido a su madre». La poesía también es compromiso. Sobre todo, con aquellos compatriotas que «conmigo compartisteis / la lluvia y el espanto».  Al igual que la naturaleza se renueva en primavera, el recuerdo los vuelve a la vida, y sus almas vendrán a «hacerles coros a estos pájaros». La vida triunfa definitivamente sobre la muerte porque se ha convertido en naturaleza inmortal. 

Este hermoso testimonio del exilio es de una altura lírica poco frecuente. Un poeta «menor» puede, en un arrebato de inspiración, escribir un poema mayor transido de patetismo. Me parece de lectura obligada. Creo que se puede terminar con estos extraordinarios versos:

«Así veré tu lecho perenne de verdores, 

bosque primaveral, y soñará mi frente 

una evasión posible por un cielo de hojas:

así veré mi imagen mecida por tus aguas

que fingirán la cuna que han hecho azul los años».

Pedro Garfias

Pedro Garfias Zurita (1901-1967) fue un poeta español nacido en Salamanca. Estudió el bachillerato en Cabra. Hacia 1918 se fue a Madrid y participó en la tertulia del Café Colonial comandada por Rafael Cansinos Assens, eterno animador de jóvenes vanguardistas. Colaboró en la redacción del primer Manifiesto Ultraísta. Compartía la habitación de pensión con el aspirante a escritor Eugenio Montes. Pedro Garfias conoció a Gerardo Diego, JuanLarrea, Jorge Luis Borges y Tristán Tzara. Publicó su primer libro «El ala del sur» en 1926. Participó al año siguiente en el homenaje a Góngora, pero no aparece en la foto (anécdota que simboliza perfectamente toda su trayectoria).

Con la Segunda República, se unió al PCE, partido que, hombre de fidelidades, nunca abandonó. Colabora en revistas, escribe artículos y poemas, entre ellos el inolvidable «Asturias», que evoca la Revolución de Octubre de 1934 y fue musicado por el cantautor Víctor Manuel. Con el estallido de la Guerra Civil, el camarada Garfias se convierte en comisario político y cultural. Publica una bonita colección de poemas bélicos, «Héroes del Sur» (1938). Con la derrota se refugió en Inglaterra. Allí escribe su obra maestra, el conmovedor poema «Primavera en Eaton Hastings» (1941). Pablo Neruda cuenta en sus memorias que Garfias se hizo amigo de un tabernero escocés y que se pasaban horas y horas hablando, aunque ninguno entendía el idioma del otro. Les unía la mutua soledad. 

Se fue a México a bordo del mítico barco «Sinaia». En medio del océano le tocaron las musas y escribió de un tirón el antológico poema «Entre España y México». Pero las cosas se le fueron torciendo en su nueva patria. Bebía mucho, sin tino. Iba de café en café leyendo sus versos. Se fue abandonando, sin dejar de escribir. Los títulos de sus últimos libros lo dicen todo: «De soledad y otros pesares» (1948) y «Río de aguas amargas» (1953). Solitario, alcohólico y sin un céntimo, la muerte le sorprendió en Monterrey en 1967. Aquellos que le conocieron dicen que no había persona más buena e inteligente, incluso estando borracho como una cuba. Pedro Garfiasescribió este poema poco antes de morir: «Él iba solo / tambaleándose... / Borracho de amor, / borracho de hambre, / borracho de alcohol, / quién sabe. / Él iba solo / tambaleándose».

Publicado por Alberto. 

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