Título: Diccionario del castellano rural en la narrativa de Miguel Delibes
Autor: Jorge Urdiales Yuste
Editorial: Cinca
Páginas: 110
Precio: 10 €
Año: 2012
Este pequeño e interesante diccionario presenta 326 términos de la cultura popular, que no aparecen en el Diccionario de la Real Academia Española, extraídos de la obra del escritor vallisoletano Miguel Delibes. El autor ha investigado su significado analizando el contexto en el que aparecen y realizando trabajo de campo.
Proceden del habla de una zona situada al este de la ciudad de Valladolid y constituyen lo que puede ser una pequeña punta del iceberg de toda la terminología habitual en los pueblos de España, que irremediablemente se está perdiendo cuando desaparecen los modos de vida en los que surgieron, se va despoblando el campo y van falleciendo los más viejos del lugar.
Si bien algunos términos son bien conocidos, como zángano, zorrera, veterano, saya, salmodiar, retrepar, rebullir, media veda, engolosinado, cochino, caño, bofe, balde o arrobado, muchos otros son palabras curiosísimas, que vale la pena conocer y es una suerte que queden recogidas aqui para que no se pierdan. Como muestra, sólo unos pocos ejemplos:
talama ramita
sarrasina estropicio, destrozo
escriño cesta de paja
carnutas primeras plumas de las aves
barruco aprendiz de albañil
Jorge Urdiales Yuste (Madrid, 1969) es un gran experto y estudioso de la obra de Delibes. Es licenciado en Filología HIspánica y Doctor en Ciencias de la Información con una tesis titulada «El discurso de carácter popular-rural en la narrativa de Miguel Delibes». Es profesor de la Instititución educativa SEK, ha publicado más de 80 artículos sobre el lenguaje de ese autor, ha ganado el Premio de Periodismo Ciudad de Valladolid 2011 y tiene una web muy interesante.
Jorge Urdiales Yuste
Publicado por Antonio F. Rodríguez.
Me ilusioné, cuando un amigo me envió este enlace, en el que me ponía al corriente de la aparición de otro diccionario basado en la narrativa de Delibes. Me puse en contacto con mi librero y fue él el que me advirtió de que no había nada nuevo, o sea, me dijo: “te advierto que es el mismo diccionario”. No obstante, pensé: bueno, pero en esta edición se habrán hecho algunas correcciones que el extraordinario trabajo necesitaba. Craso error: he repasado palabra por palabra y, salvo mínimas intervenciones, es el mismo diccionario que ya estaba sobre mi anaquel.
ResponderEliminarEntonces ¿para qué esta nueva edición? como no sea para conseguir el aval que supone el tener correspondencia, privada, con el único escritor que, para escribir sobre el mundo rural, se acercó a él.
Hablando de conversaciones (esta pública) de D. Miguel Delibes, quiero referirme a la que realizó el día 14 de 0ctubre de 2007 en un periódico de tirada nacional. A la pregunta del periodista acerca de los diccionarios de Jorge Urdiales, el escritor –textualmente- respondió: “Creo que lo de Urdiales es un poco prematuro. No subrayó mis subrayados. En ese diccionario hay palabras de pueblo y palabras de región. No todas valen, aunque casi todas tienen algún interés”. Y, como dirían en un programa de TV: hasta aquí puedo leer.
Pero… ¿quién soy yo? Me presentaré: soy un ser humano, sexto de 6 hermanos, rural, que nació en un pueblo pequeño, de la provincia de Valladolid, allá por la primera mitad del siglo XX, en una habitación que quedaba separada del corral de las ovejas por una humilde ventana. Crecí, y me desarrollé, rodeado de ovejas, entre terrones y animales de tiro y carga, con los cuales me tocó ganarme el sustento desde mi más tierna infancia. Por todo eso sé: que los herradones en los que yo ordeñaba las ovejas eran de barro (barro cocido) y los hacían los cacharreros en las cacharrerías de Arrabal de Portillo, y que son a los que se refiere el escritor. Los otros, los metálicos, (nunca de latón) fueron posteriores. Que yo –podía decir que enjaezaba, pero no- engalanaba los machos siempre que la ocasión lo requería. Lo que no, ni nadie en mi pueblo hicimos nunca, fue enjaretar, en las fiestas a los animales. Quizás la palabra enjaretar sea académica, le aseguro que de eso no entiendo, en este momento, nada. Y como ya he dicho que yo era pastor… mientras el resinero (nunca el pino) raía yo -que estaba a su lado- veía como, con la raedera, raía la resina que había quedado adherida a la entalladura para recogerla y llevarla la industria transformadora para transformarla en pez. Siguiendo con mi vida en el campo, también puedo decir que vi gazapear al zorro y hasta la misma liebre, pero eso no quiere decir que buscaran gazapos, si no que imitaban al gazapo que, sabiéndose débil, trata de pasar inadvertido, lo mismo que le pasaba al zorro, que estaba cojo y no tenía ningún interés en ser avizorado por nadie. ¿Sigo? He decidido que no, que lo mejor que puedo hacer es elaborar un listado con las palabras que van estando, o están, en desuso y, si la salud me respeta, darla a conocer a través de las redes sociales. Creo que nuestros nietos tienen derecho a saber el lenguaje, rural, que hablaban sus abuelos.
No quiero, con ello, dejar de reconocer el trabajo excepcional que tanto Jorge Urdiales, como el Diccionario del Castellano Tradicional han hecho en favor del lenguaje rural, pero insisto una vez más: si alguien quiere profundizar en las entrañas de este lenguaje que, tristemente, está desapareciendo… embuta sus pies en unas zapatillas de lona y suela de cáñamo, impregnadas en pez, y no pare hasta destrozarlas por los caminos que recorrieron nuestros abuelos y nosotros mismos.
Gracias de todo corazón Jorge Urdiales, como también gracias al Diccionario del Castellano Tradicional, porque al esfuerzo que habéis realizado debo añadir esto: me habéis hecho sentir todavía más rural de lo que yo era. Pero hay que seguir trabajando, queda mucho por (re)descubrir y mucho por proteger dentro de este lenguaje, mi entrañable lenguaje, EL LENGUAJE RURAL.
El pastor