Título: Encrucijadas Autor: Jonathan Franzen
Páginas: 640 pág.
Editorial: Salamandra
Precio: 22,80 euros
Año de edición: 2021
Importante novela, no solo por su extensión, sino por lo que cuenta y por la habilidad del autor como narrador y creador de personajes. Estamos ante una obra compleja, aunque su apariencia sea de sencillez, pues su estructura cuenta con tan solo dos capítulos, Adviento y Pascua, cuyas etimologías, significados y tiempos en el calendario cristiano encajan con el comienzo y fin de la narración.
El ambicioso objetivo del autor, según sus propias palabras, es hacer una obra universal que recorra el final del siglo XX y lo explique a partir de una sola familia. En este tomo que, según él mismo expresó, será el primero de una trilogía, se trata de la sociedad de los años 70. Desde el punto de vista de los lectores de otros países y culturas apreciamos, y en muchas ocasiones nos asombramos, de lo diferentes que podemos ser como sociedad. Por ello, entendemos que la universalidad a la que se refiere es la de su país, Estados Unidos, que conoce en profundidad. Nos vale y nos interesa.
El asombro se produce no tanto por los detalles, sino por el tema esencial que conforma a los personajes y por ende a la sociedad y que es el hilo conductor de la novela: la religión. Una religión que promete gozos inefables, pero que en la realidad lo que produce en abundancia son problemas de culpa, obsesión y evitación de la realidad, problemas de difícil solución.
La familia elegida es la de un pastor protestante compuesta por Russ Hildebrandt, su mujer Marion, los dos en la cincuentena, y sus cuatro hijos de 20, 18, 16 y 10 años. Hay algunos personajes secundarios muy bien trabajados, que sirven para entender más a los verdaderos protagonistas y los vericuetos existenciales por los que se mueven, que completan la historia ampliando la visión de esa sociedad que ya entonces presionaba con la voluntad como medio de conseguir los anhelos personales y triunfar. Enredándose en la vida de los protagonistas, nos hablan también, sobre todo, de las consecuencias de no lograr esas aspiraciones que se manifiestan de maneras diversas.
Marion, quizás el personaje mejor trabajado y más empático, se ha instalado en una dejadez acomodaticia adaptada a lo que tiene: un hogar en el que reina la rutina y la preocupación por sus hijos y su futuro, y en especial por el adolescente, con el que tiene un vínculo especial. Pero un día se despertará del sopor de la cotidianidad y, tras un severo esfuerzo por perder kilos y ganar autoestima mediante un trabajo de traductora que le permite compatibilizar con las tareas domésticas, irá en busca de los resquicios de lo que fue su primer y gran amor, recurso que utiliza el autor para mostrarnos de dónde partía la joven entusiasta que fue y cómo era esa parte de la sociedad.
Russ, el pastor protestante en plena crisis de fe y matrimonial, sufre una llamarada de enamoramiento que le hace salir de una cotidianidad marcada por la soberbia de no aceptar que ya no conecta con la juventud. Para hacer más difícil su momento, le han enviado un ayudante joven y carismático, Rick Ambrose, que entusiasma a esa enorme cantidad de jóvenes que van a las actividades que se organizan para ellos desde la parroquia. Russ es un hombre que siente cómo la culpa le roe —religión obliga—, pero puede más su ansia de ser todavía alguien enérgico capaz de ser admirado y enamorar, lo que le lleva a cometer tonterías típicas de la pasión a los cincuenta, que constituyen el medio que utiliza el escritor para hablarnos del joven idealista que fue y que tuvo que dejar atrás la rígida educación en la que se había criado. Era hijo de un pastor menonita y trabajó desinteresadamente con el grupo de indios nativos de su región que veían cada año lesionados los pocos derechos que les habían dado al recluirlos en un mínimo territorio de áridas tierras.
Los tres primeros hijos y sus historias son los que permiten al autor hablar del ambiente de la época, Vietnam y las reacciones en contra del gobierno que sigue presionando para enviar jóvenes al matadero; las drogas que tanto se extendieron y con tantas consecuencias dolorosas, y los problemas de la idealización del amor, así como de los efectos de no prevenir los embarazos. Se tratan pues los temas que definieron a una generación que reproduce fielmente lo que ocurrió en el país. Excepto el tema religioso que es muy diferente, sí se logra la universalidad pretendida por el escritor, porque todo se reprodujo con más o menos distancia en el tiempo en la vieja Europa que también modificaba sus estructuras sociales con el estímulo y la fuerza de la juventud, que fue la que provocó los grandes movimientos y cambios que se dieron en todos los ámbitos.
La novela ha sido cuidadosamente traducida por Eugenia Vázquez, Premio de Traducción Esther Benítez por su trabajo de «Una noche en el paraíso» de Lucia Berlin.
Es una novela que se lee con gran interés, en la que el autor demuestra, una vez más, su dominio literario y nos hace recordar muchos aspectos conocidos. La longitud no le resta un ápice de interés. Muy recomendable.
Jonathan Franzen, nacido en Illionis, Estados Unidos, en 1959, es uno de los escritores que más fama tienen en ese país. Fama que le dio el famoso premio National Book Award que recibió en 2001 por «Las correcciones», su tercera novela. Nueve años más tarde, «Freedom» volvió a ponerle en el candelero. Estudió filología alemana y en un tiempo fue profesor. Entre ensayos y novelas tiene 11 libros publicados. «Encrucijadas» inaugura la trilogía «Una clave para todas las mitologías». Estaremos atentos a su continuación.
Publicado por Paloma Martínez.
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